El Recoleta recuperó el terracota original de su fachada
Patrimonio. Después de la polémica por los murales pintados en el frente, el edificio histórico ya luce el tono que marcó su identidad
Tras años de intervenciones que provocaron encendidas polémicas, la fachada del Centro Cultural Recoleta, edificio declarado monumento histórico nacional, fue restaurada y recuperó el color con el que fue pintada al inaugurarse como institución dedicada a las artes, en 1980. “Cambiamos de piel”, publicó su director, Maximiliano Tomas, en una historia de Instagram con la imagen de la entrada del edificio. En enero de 2019, la fachada había sido cubierta con un mural de estética pop y funcionó como “lienzo” de varias obras.
“Me parece fantástico que se vuelva al proyecto original. Por algo se llama centro cultural y no centro de esparcimiento pseudolúdico. Pintarlo como si fuera un póster neohippie es un mamarracho, sin hablar del costo que implicaba hacerlo en forma periódica”, dijo a la
Jacques Bedel, uno de los nacion arquitectos y artistas responsables –junto con Clorindo Testa y Luis F. Benedit– de la remodelación del edificio, que data del siglo XVIII y que fue convento, escuela de agricultura, prisión, hospital y hogar para gente de la calle y ancianos.
“Yo te hago el anteproyecto gratis”, recuerda Bedel que le ofreció a Ricardo Freixá, entonces secretario de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires, que quería reconvertir el Asilo General Viamonte en sede de varios museos que entonces no tenían una propia. Si bien esa idea original no prosperó, Bedel se instaló para elaborarla con Benedit y Testa en un departamento de Guido y Ayacucho que pertenecía a este último.
Nacido en Nápoles, donde abundan las fachadas color terracota con marcos grises, Clorindo habría aportado esa seña de identidad que ahora se recuperó. “Esos colores están relacionados con los viajes de mi padre por Italia y con la visita de las ruinas de Pompeya, donde quedaron unos frescos que tienen ese color rojo –dice su hija, Joaquina Testa–. Por otro lado, tiene que ver con un elemento bien argentino”.
“Es un color que no tiene nombre. Lo elegimos también por el color colonial que se usaba en las estancias argentinas que se hacía con la sangre de buey mezclada con cal, que daba ese tono rosa oscuro –agrega Bedel–. El rojo pompeyano venía en el ADN de Clorindo, y también del color lacre de las estancias de campo argentinas, que es el mismo que se usaba en Italia”.ß