“Amo el mar”. Sobrevivió al tsunami y su historia inspiró la película Lo imposible
María Belón, junto con su familia, sobrevivió a la catástrofe natural que azotó Tailandia en 2004 y dejó 227.898 muertos; veinte años después, revive esa experiencia que le cambió para siempre la forma de ver la vida
Cuando María Belón (59) y su marido, Enrique “Quique” Álvarez, eligieron el sudeste asiático como el destino perfecto para las vacaciones familiares, no imaginaron que ese paraje idílico podía transformarse, en tan solo un instante, en el lugar más aterrador del planeta. Tampoco sospecharon que aquel viaje marcaría un punto de inflexión en sus vidas y mucho menos que su historia de supervivencia conmovería al mundo.
La mañana del 26 de diciembre de 2004, después del desayuno, la familia había decidido pasar un rato en la piscina del hotel. María se recostó en una reposera para leer una novela de Carlos Ruiz Zafón mientras a su lado sus hijos Lucas, Tomás y Simón, que en ese entonces tenían 10, 7 y 5 años, respectivamente, se zambullían con su padre en el agua. Minutos antes, el matrimonio había estado conversando sobre su futuro laboral. “Una conversación que entonces uno creía que era muy trascendental”, comentará luego. De pronto, un sonido atronador, paralizante e irreproducible inundó la escena...
“Escuché gritos y vi que los animales huían asustados. Me acuerdo perfectamente de estar viendo ese muro negro, alto como un edificio, que venía hacía a mí. Un monstruo. No entendía qué pasaba, pero sabía que eso era la muerte”, dice María hoy, 20 años después, en una entrevista con la nacion.
A las a las 7.58 –hora local– un terremoto submarino de 9,1 en la escala de Richter se produjo en el océano Índico. Fue el tercer mayor terremoto registrado en la historia, detrás de los terremotos de Valdivia, en Chile, de 1960, de magnitud 9,5, y el de Alaska, en 1964, que alcanzó una magnitud de 9,2. El sismo provocó olas gigantes, algunas alcanzaron los 24 metros de altura, el equivalente a un edificio de siete pisos. Las olas demoraron entre 15 minutos y siete horas en llegar a las costas de los países que limitan con ese océano. A la playa en la que estaba María y su familia el tsunami llegó a las 10.45 de la mañana. El mar se adentró en la tierra y como una aplanadora destruyó todo lo que encontró a su paso.
En la catástrofe murieron 227.898 personas, pero María y su familia lograron sobrevivir. Su historia inspiró la película Lo imposible, en 2012, dirigida por Juan Antonio Bayona y protagonizada por la actriz británica Naomi Watts, que interpretó a María. “La película es un reflejo de nuestra historia, pero la intención es que sea el reflejo de una historia común para todo el mundo. Todos enfrentamos olas. Me importaba mucho que la película recogiese una experiencia que es común, como cualquier experiencia en la vida, donde de repente ‘¡boom!’ viene una ola y te ahoga. Que fuera un instrumento que les dijera a los demás seres humanos: ‘Oye, no eres el único que estás debajo de la ola, somos muchos a los que de vez en cuando nos viene a buscar una ola’”.
“No controlamos absolutamente nada”
“Son milésimas de segundo, pero sentí una contrariedad porque si eso era la muerte, ¿por qué nadie me lo había contado? Se me rompió el esquema absoluto del control de la vida, no controlamos absolutamente nada, pero jugamos a que lo hacemos. Pensé en mis hijos, que no iba a poder despedirme de ellos”, comienza explicando.
–Sorprende cómo, luego de 20 años, recuerda al detalle lo que vivió ese día
–Uno va perdiendo la memoria de las cosas intrascendentes: no me preguntes qué comí ayer porque no lo recuerdo... Pero ese día, esa experiencia, es sumamente vívida en mí. Es algo que yo no quiero que se aleje de mi recuerdo.
–Muchos prefieren olvidar ante un hecho traumático.
–Cada día que pasa el recuerdo se transforma y vas añadiéndole aprendizajes, me sigo diciendo: “María, estuviste ahí y saliste, ¿qué te toca hacer con esto?”. Por eso, cada día es como un anclaje para mí muy bonito de decir: “No vale rendirse, nunca, bajo ninguna circunstancia”. Mi mirada y recuerdo hacia allí son de puro agradecimiento, no por la experiencia, sino por el aprendizaje.
–Volviendo a aquella mañana, ¿recuerda cuánto tiempo estuvo debajo del agua?
–Una de las cosas que ocurren en una experiencia de este tipo es que el tiempo desaparece. Los médicos calculan que debí haber estado entre dos y tres minutos debajo del agua, pero no lo sé. Hubo momentos, incluso, en los que se siente que el tiempo se detiene.
–Seguramente, en una situación así, el instinto de supervivencia aflora.
–En ese momento se unió lo más animal y lo más espiritual que tenía, conectándose con el amor... la parte racional se fue. Fue una cosa muy loca.
–¿Cree que ese estado fue el que la salvó?
–Es así como la vida misma, o sea, te toca lo que te toca. No sé si la vida tiene azar o todo lo contrario, tiene un plan pedagógico perfecto para cada uno de nosotros y lo que te tiene que pasar te pasa, más tarde o más temprano, sucede. Por eso no hay que perder el tiempo ni perder energía sintiendo miedo.
Luego de que la gran ola arrasara el hotel, enseguida el agua lo cubrió todo por encima del techo del complejo. La corriente golpeó y arrastró a María hasta el otro lado del hotel. Cuando María salió a la superficie se dio cuenta de que estaba sola y de que no sabía cuál había sido la suerte de su familia. Estaba en shock. Su mente trataba de procesar lo que había sucedido. A su alrededor, el panorama era desolador. Palmeras, muebles
y autos eran arrastrados por el aluvión. En medio del caos una voz que gritaba “mamá” la hizo volver en sí y la obligó a no rendirse para llegar al hospital.
–¿Cómo fue el reencuentro con Lucas, su hijo mayor?
–Lo encontré sin saber que lo encontraba, yo estaba segura de que era una imaginación mía, estaba en shock. Lo primero que pensé fue: “Es imposible que sea Lucas, absolutamente imposible”, pero enseguida dudé: “¿Y si es? ¿Cómo te vas a quedar aquí sin hacer nada?”. Así que decidí arriesgarme y lanzarme, prefería morir en la búsqueda porque la idea de sobrevivir sola era durísima. Para mí encontrarlo fue un milagro.
–¿Comprendía lo que estaba viviendo?
–Ahí el cerebro va y viene todo el rato... En el momento que vi a Lucas me dije: “María, tienes que tomar una opción, o sea, no puedes estar debatiéndote en si es verdad o no”. Y esa decisión me permitió vivir una experiencia muy potente: la vida solo es esto.
–A propósito de Lucas: él fue su sostén y durante el tiempo que permanecieron en el hospital él ayudó a otras personas a reencontrarse con sus familias. Cuesta creer que tan solo tenía 10 años...
–Es que Lucas nació viejo... es el típico niño que era muy maduro para su edad, entonces mi problema como mamá es que fuera niño.
–Después del reencuentro con su hijo, un grupo de lugareños fueron quienes los ayudaron a llegar al hospital.
–Como era imposible pensar que en ese lugar alguien se acercara a ayudarte, me gusta pensar que ellos fueron como un par de ángeles que vinieron a buscarnos. Fue maravilloso. Ellos estaban allí buscando a sus familias, pero el señor que me llevó al hospital me trató como si yo fuese su hija de verdad. Me acogió con mucho amor y dedicación. A mí eso me cambió la vida, se me rompió el velo. Eso que tanto nos han repetido todas las religiones, de que todos somos hermanos, me di cuenta de que era verdad... Esa es la grandeza del ser humano.
–Esa hermandad es la que nos permite comunicarnos, más allá del idioma.
–Cada vez que yo me rendía, este señor me pegaba y me obligaba a que mirara a Lucas. Fue una lección de vida brutal: “Quién eres tu para rendirte cuando hay alguien que está pidiendo algo de ti”.
–En el hospital, se produce el reencuentro con Quique, su marido. ¿Confiaba en que lo iba a volver a ver, en que él y los niños seguían con vida?
–No. Quique mantuvo todo el tiempo la esperanza de que nos podía encontrar, tuvo una fe tremenda; yo, en cambio, no. Yo para poder seguir adelante tenía que pensar que los demás no estaban, porque era tanto el dolor que no podía soportar imaginar que estaban vivos y sufriendo. ¿Cómo fue el reencuentro? Tal como se ve en la película, no hay nada inventado ni aumentado. Lo único que se redujo es el tiempo, porque eso ocurrió dos días y medio después, pero en la película tuvo que simplificarse en menos tiempo.
–Hablando de la película, dicen que usted fue quien eligió a la actriz Naomi Watts para que la personificara, ¿es así?
–No. Cuando nosotros empezamos a jugar con la idea de la película, cuando era solo un proyecto, me preguntaron quién era mi actriz favorita y yo ahí contesté que Naomi. Luego de muchos años, cuando ya habíamos hecho el guion, me dijeron que ella era la actriz elegida, a mí me dio mucha alegría, pero yo no lo decidí. Jamás tomé una decisión en temas que a mí no me incumbían. De lo único de lo que me encargué fue de cuidar el alma de la historia, para que reflejara realmente los tsunamis que todos pasamos en la vida. Y me gustaría decirles a todos los espectadores de la película que si se han emocionado no es por mi historia: es por sus propias historias.
“La vida es mi proyecto” –María, usted mantiene una amistad con un sobreviviente de la tragedia de los Andes, Eduardo Strauch, ¿qué los une?
–Creo que es haber visto la muerte o incluso, en el caso de algunos de nosotros, experimentarla y regresar otra vez a este escenario hace que haya algo diferente. En el caso de Eduardo hay una sintonía desde que nos conocimos, un lenguaje común. Podemos explicarnos cosas que son difíciles de hablar con gente que no ha pasado por ahí o que te trata de “chalao” [que ha perdido el juicio].
–¿A qué se dedica actualmente?
–Soy médica y psicoterapeuta, pero nunca ejercí. Hoy me dedico a lo que la vida me pide, tengo una flexibilidad absoluta. Me estoy adaptando a las cosas que van pasando. Mucha gente no me entiende, me dice que debo tener un proyecto de vida, pero yo les respondo que la vida es mi proyecto. Yo más bien soy obediente con la vida. Intento escucharla todo el tiempo y tratar de responder qué es lo que me está pidiendo. Por ejemplo, yo jamás pensé que iba a trabajar en cine o que iba dar conferencias, pero de pronto la vida te lo da y hay dos opciones: negarme o ponerme obediente con la vida y ver qué sorpresas tiene para mí, y así lo hago continuamente.
–Imagino que haber sobrevivido aquel día, ya sea por el azar o el destino, genera la sensación de que la vida espera grandes cosas de uno. ¿Es una bendición o es una carga?
–Hay un tiempo en que puedes torturarte con eso, pero cualquiera de las personas que esté ahora leyendo este artículo y siga viva es tan increíble como que yo siga viva, es un milagro. Asumir eso es lo que hace que despiertes a la vida verdadera. Amar la vida y tu pequeño mundo son cosas grandísimas.
–Suena muy inspirador, pero después aparece la rutina. ¿Cómo logra tener presente lo aprendido a cada momento?
–Es una elección y es tu responsabilidad dedicarle el tiempo a tu “ser espiritual” para no olvidarlo, porque curiosamente esta vida es un juego de trampas y tienes que estar despierto para darte cuenta cuando estás frente a una y dar marcha atrás. A veces podés caer en la trampa, lo importante es darse cuenta y dar la vuelta. Es un ejercicio de conciencia diario donde te preguntas: “¿Para qué quiero vivir?”. Yo no veo noticiarios porque no quiero que la mente se me llene de miedos...
–Hablando de miedos, hay una expresión que dice que “el que se quema con leche ve la vaca y llora”. ¿Les costó volver a acercarse al mar?
–La vaca no tiene la culpa, es maravilloso que te regale la leche. El mar no tiene ninguna responsabilidad, el mar tiene su energía, su movimiento, pero el mar es maravilloso. Nosotros volvimos un año después. El gobierno de Tailandia nos invitó a todas las victimas a una ceremonia, pero por temas médicos yo no podía viajar. Entonces decidimos hacer con mi familia un ritual el mismo día y hora en que era el ritual allá. Al fin y al cabo, el mar es el mismo en todo el mundo. Fuimos a una playita en Girona e hicimos un ritual de agradecimiento al mar por todo lo que nos había enseñado. Hoy en día, somos unos enamorados del mar. Es decir, yo no concibo mi vida sin ver el mar, sin escucharlo.
–¿Para todos en la familia fue sencillo sobrellevar esta experiencia?
–A cada uno le ha costado lo suyo. Lleva un proceso difícil de superación del trauma, pero en ese proceso hay mucha belleza, porque significa reconectarte contigo. Algunos miembros de la familia lo han pasado mal, alguno incluso sigue atravesando el trauma, pero siempre lo tomamos desde “¿qué más me toca aprender de esto?”. En la vida no hay más opciones que lamentarse o aprender.
Actualmente, María vive en Madrid junto a su marido. Sus hijos partieron hace años del hogar: “Todos se fueron de casa a los 15 años, volaron. Eran muy chicos, pero son chicos con mucha hambre de vida. Ellos tienen que vivir su vida. Muchas veces, las mamás confundimos el amor con el egoísmo. El egoísmo es quererlos para nosotros, pero los hijos son de la vida. Por eso, cuando ellos dijeron: “Me quiero ir”, los apoyé y ayudé a que buscaran sus becas para irse por el mundo a estudiar afuera. Ninguno vive en España”, dice.
–Finalmente, están solos con Quique.
–Sí, seguimos peleando contra todos los tsunamis que la vida nos trae. Hay mucha gente que se separa porque dice que ya no está enamorada y yo les respondo: “Pero si tú no te casaste con tu marido para estar enamorada, te casaste para aprender a amar”.ß