Un día en la Scala de Milán, de la mano de una bailarina argentina
danza. María Celeste Losa comenzará su décima temporada en el ballet italiano; la nacion compartió con ella una jornada de clases y un recorrido por las entrañas del histórico teatro
MILÁN.– De alguna manera la Scala de Milán es como una vieja Ave Fénix: surgió de las cenizas de su predecesor. La construyeron por orden de la emperatriz María Teresa de Austria en solo dos años (1776-1778), después de que un incendio se devorara el único teatro de ópera que había en la ciudad. Un siglo y medio más tarde, sufrió un bombardeo que causó importantes daños durante la noche del 15 de agosto de 1943, cuando fue blanco de un ataque de la Royal Air Force. Entonces, la reconstrucción comenzó con un concierto entre los escombros (en la batuta, Arturo Toscanini) y, otra vez en tiempo récord, restauraron el edificio para abrirlo en 1946, cuando la Segunda Guerra Mundial había terminado. Tras el cambio de milenio, entre 2002 y 2004, la Scala estuvo nuevamente cerrada por una gran obra de modernización, que –sin embargo– no resignó tradición, un pilar de su fama. Las dos principales señas particulares que son fruto de esa reforma saltan a la vista: la torre de vuelo y la torre ovalada, con la firma contemporánea de Mario Botta, emergen desde el centro de la manzana e intervienen la típica fachada neoclásica.
Pero ya sabemos que la magia de un teatro –sobre todo, de este tipo de teatros que son, a la vez, testimonio de la Historia y fábrica de nuevas creaciones– reside mucho más allá de su poderosa arquitectura y de la pervivencia, que aquí se cuenta de a siglos mejor que en años. Son las obras que allí se representan en casi 300 funciones anuales, el prodigio de los artistas que escribieron capítulos inolvidables (por caso, María Callas o Carla Fracci) y las nuevas generaciones que recogen sus legados lo que hace que la Scala de Milán sea una de las salas más importantes no solo de Italia sino de todo el universo de la ópera y el ballet. Continúa en la página 6