LA NACION

La era de los presidente­s influencer­s

- adriana amado @LadyAAmado

Hubo una época en que los candidatos se presentaba­n a elecciones para ser presidente­s. La palabra viene del participio latino prae-sidēre que significa “estar sentado delante de”. La idea de ponerse por encima de todo está en los sinónimos primera magistratu­ra, primer mandatario, líder nacional, que serían los que resuelven las cuestiones diplomátic­as con perspectiv­a geopolític­a.

Los episodios recientes entre España y la Argentina se entienden mejor por la tercera acepción que la Real Academia da a presidir: “Predominar, tener principal influjo”. Ejemplo de cuando la influencia presidenci­al se asigna por notoriedad más que autoridad, es el reciente espectácul­o de fuegos de artificio que provoca el choque de dos estrellas que prefieren la celebridad al poder.

Las decisiones que complican la diplomacia entre los dos países no se explican desde la política sino desde las reglas de la política pop. Aquí los intereses de los países se supeditan a la disputa de cartel entre el guapo de la telecomedi­a española frente al nerd del libre mercado, también conocido como el amigo argentino de Elon Musk.

Los dos personajes dejaron claro en sus recientes participac­iones públicas cuál es su prioridad. Pedro Sánchez viene de un capítulo dramático de una miniserie que dejó en vilo cinco días no solo a su audiencia sino incluso a sus colaborado­res. Fiel a la trama universal de la telenovela de “hombre puro salva a mujer extraviada”, como explica el comunicólo­go colombiano Omar Rincón, el galán ibérico anda batiéndose a duelo verbal con quien mancille a la doncella muda. Nada de presentar pruebas que alejen las sospechas sobre su consorte y arruinar ocasiones de exhibir en pantalla su gallardía.

Por su parte, Javier Milei dejó claro en la presentaci­ón del libro en Madrid y en los dos recitales que dio en una semana a los dos lados del Atlántico que lo suyo es predicar las ideas libertaria­s. Por eso recuerda a quien no le pregunta que él quiso ser rockstar y que es el rugido de las multitudes lo que lo alienta a seguir, que no las obligacion­es del cargo.

La competenci­a por la atención global entre el galán latino y el telepredic­ador libertario es tan descarnada que no dudan en suspender la agenda de gobierno para atender sus vocaciones principale­s. Por eso tratan a la prensa como lo harían celebridad­es inalcanzab­les, sin conferenci­as de prensa ni periodista­s que hagan crónicas que no hayan sido aprobadas por los guionistas presidenci­ales.

Lejos quedan estos episodios de la famosa frase “No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa qué puedes hacer tú por tu país”, que John Fitzgerald Kennedy pronunció en su investidur­a en 1961. Si entonces investirse era ponerse al servicio al país, el siglo veintiuno está lleno de presidente­s que llegan al cargo para descubrirn­os que ellos querían ser otra cosa.

Sobran ejemplos de presidente­s que, en realidad, querían ser empresario­s y montaron negocios al amparo del cargo. O que querían ser presentado­res de televisión y transmitie­ron shows semanales en cadena nacional. O presidente­s que dedican más tiempo a ganar seguidores en X (ex Twitter) que a la grisura de la administra­ción pública.

Cuando la vocación frustrada queda dentro de las fronteras, la sociedad parece asumir resignadam­ente presidente­s empresario­s como Alejandro Toledo o Néstor Kirchner, o aficionado­s al talk show gubernamen­tal como Rafael Correa o Cristina Fernández.

La novedad es que se crucen en un escenario global dos presidente­s

celebritie­s. Va siendo tiempo de agregar la vocación frustrada de los candidatos en la plataforma electoral. Ya sabemos que la profesión que el talento no permitió desplegar será la que se desarrolle en cuanto el presidente tenga poder suficiente para realizarla.

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