El segundo semestre, Cristina y los jueces
Un dato que circula por los principales despachos del gobierno, no por ser reiterativo, deja de tener vigencia: dicen esos confidentes que cada vez que Cristina Fernández vocifera en las redes sociales, cada vez que Aníbal Fernández abre la boca, o Fernando Esteche blanquea el plan, ahora frustrado, por su incontinencia verbal que armaban para ayudar a voltear al gobierno, da con creces para descorchar y brindar. Una línea que se reitera en todas las encuestas reafirma esa mirada del macrismo puro.
Por un lado es mayoría la gente que opina que el gobierno anterior fue corrupto y que Cristina estaba al tanto de ese sistema montado sobre la obra pública. Siete de cada diez argentinos cree que ella y su esposo armaron un sistema para beneficiarse de la corrupción estatal.
Otra franja de las encuestas podría sumar algo de optimismo tras aquella presunción ciudadana sobre el pasado K: consultados sobre los resultados del primer semestre, la mayoría que se sintió afectada cree, de todos modos, que a partir del año que viene va a estar mejor. Son menos en cambio los que responden que se vieron afectados y creen que lo que viene es igual o todavía peor.
Primera conclusión: a pesar de las críticas que se le pueden hacer al gobierno por las consecuencias del tarifazo y algunas previsiones que no se tomaron por intrepidez o inexperiencia, el crédito pareciera seguir abierto.
Hay un promedio del 55% de confianza que Macri conserva en los sondeos. Aunque en los últimos tiempos, y desde que comenzaron a llegar las facturas de los servicios, algunos puntos se le cayeron en el camino. Que ahora, al amparo de algunas pequeñas luces como la tenue baja de la inflación y por la otra banda al amparo del estrepitoso derrumbe del cristinismo, estaría recuperando.
No invalida esa mirada la existencia de inconsistencias que hasta habrían hecho que Macri ponga ahora mismo a algunos de sus colaboradores en la mira. No ayuda desde ya que ministros como Aranguren vayan al Congreso a reconocer que están “aprendiendo sobre la marcha”, o la desafortunada confesión anterior acerca de que trabaja “en base a prueba y error”, lo que ya le valió un durísimo insulto del secretario de La Bancaria, Ser- gio Palazzo. También provocó algún ruido que Prat Gay reconozca que la inflación anual no será del 25% sino del 42%.
Puede ser hasta por el lado del absurdo que Cristina tenga razón en su furibunda penúltima carta cuando dice que el desfile de exfuncionarios por los juzgados y la persecución política de la que dice ser objeto sirven para tapar el rigor del ajuste. Pero no deja de ser un manotazo de ahogado y de una mujer que sabe que el cerco ha empezado a cerrarse sobre ella, insistir con la cantinela sobre una conjura entre el partido judicial, el gobierno y “los medios hegemónicos”.
El gobierno reconoce puertas adentro que ha tenido que replantear el tema del escenario que pintaban para el segundo semestre, y que ahora se plantea más cerca de comienzos del año que viene, y hasta donde se conoce Malcorra y Prat Gay fueron más escépticos que lo que se reconoció en público respecto del impacto del Brexit en el plan para recibir inversiones y empezar con el desarrollo tan prometido. Pero al kirchnerismo -o a lo que va quedando de él- no le alcanza el argumento para tapar su
El gobierno reconoce puertas adentro que ha tenido que replantear el tema del escenario que pintaban para el segundo semestre.
Pero al kirchnerismo -o a lo que va quedando de él- no le alcanza el argumento para tapar su propia caída en desgracia.
propia caída en desgracia.
Hay indicios, y hasta emisarios que regresan atribulados desde Río Gallegos, que sostienen que el ataque de furia de la doctora y su precipitado regreso a Buenos Aires para intentar una resurrección vana “del espacio”, y también para pasar algunas facturas “a los traidores”, tiene relación directa con una presunción que reconocen por lo bajo algunos exfuncionarios que no participaron de la fiesta de la corrupción y hasta ella misma: por primera vez en su vida barrunta que puede terminar presa.
Se podrá discutir, como de hecho lo hacen en algunos despachos oficiales y lo han planteado esta semana un par de analistas, si al presidente o al gobierno le convienen o no esto de un desbarranque tan rápido y sin remedio de Cristina y los suyos. Hay más de lo mismo en aquellos que sostienen que es mejor tenerla a la expresidente de rival sobre el ring y no a las puertas del penal de Ezeiza, o los que defienden que, frente a la mirada de la gente común, el terremoto que se inicio con Báez, se potenció con López y que ahora podría sacudirla a ella, colabora en la coyuntura.
Una mirada a mitad de camino entre ambas posturas sería que el gobierno debe hacer mejor algunos deberes para completar la salida de la recesión, aceptar que fue un error creer que de la herencia recibida se salía en seis meses y sin dolores sociales, y empinar la cuesta. Porque es cierto también que unos y otros, en especial el peronismo que se apresta a dar por muerta la etapa del FpV, ya están en campaña mirando las elecciones 2017. Macri mismo lo ha deslizado en sus últimos discursos.
Al mismo tiempo el gobierno se apresta a reforzar la otra pelea que está librando, que es contra los jueces que durante largos años mantuvieron bajas las persianas de sus despachos. Germán Garavano insistió que la sociedad está demandando una nueva etapa en la Justicia. Y que el que no esté a la altura de ese desafío deberá dar un paso al costado. Un eufemismo para pedirle la renuncia a los más cuestionados. Casanello, Canicoba Corral, Rafecas, los camaristas Ballesteros y Freiler. Son algunos de los que el ministro tiene en una lista sobre su escritorio. "Esta pelea la vamos a dar", dicen.
Igual que con Cristina, más allá de cualquier cálculo, desde ahora se devolverá golpe por golpe. No fue casual que tras su nuevo ataque de furia en Facebook, la Casa Rosada difundió como al pasar que ella cobra casi $ 330.000 de pensión vitalicia.