En medio del silencio, todas las sorpresas del Camino del Inca
No hay dudas de que esta civilización nos sigue creando grandes interrogantes. Y se suman muchos otros, a medida que se van encontrando nuevos vestigios que llaman más la atención.
n viento helado y polvoriento cubría la localidad riojana de Vinchina poco antes del amanecer, con una térmica de casi 10 grados bajo cero, cuando la expedición de guías y baqueanos partió hacia el Camino del Inca, en alturas de difícil acceso y aún vírgenes de turismo, para llevar al primer medio periodístico que visitaría esos vestigios arqueológicos.
Los tramos del Qhapaq Ñan en esta provincia están en las sierras de Famatina y,
Uhasta ahora, fueron sólo recorridos por puesteros de cabras, baqueanos y guías.
El recorrido se hace por la ruta nacional 76 hacia el sur y luego de un tramo de tierra, que cruza una tranquera e ingresa a una propiedad privada, se termina el camino y se debe subir por el lecho seco del río Las Pircas, cubierto de grandes piedras y troncos que arrastra el agua en los aluviones de verano.
Los baqueanos debieron abrir una huella a fuerza de pico y pala para las camionetas.
El grupo de casi una decena de hombres no llegaba a romper la sensación de soledad que imponen esas montañas silenciosas, donde ca- da paso y cada piedra que rodaba o rama que se quebraba parecía generar un sonido capaz de oirse en cualquier punto de la serranía.
No menos imponente era el paisaje, con volcanes nevados en la cordillera de los Andes, allende el valle y el pueblo que había quedado atrás, y al frente, más allá de las bajas laderas cubiertas de plantas rastreras y arbustos, sobresalían los también blancos picos de cerros del cordón del Famatina.
En el Camino del Inca no siempre se encuentran pucarás o grandes construcciones, sino también restos que apenas sobresalen del suelo o están cubiertos por la baja vegetación de altura, tras cientos de años preservados de la influencia humana.
Junto a algunos montículos naturales aparecían bases de habitaciones incaicas, circulares, de casi un metro de altura.
A los 2.400 metros sobre el nivel del mar, se hallaron unas pircas y un corral de cabras indígenas de mayor altura que los anteriores.
Antes de los 3.000 metros aparecían cada vez más restos arqueológicos, ya no sólo pircas sino también morteros, partes de vasijas y raspadores.
El lugar es espectacular, pero turismo debe esperar.
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