La Nueva Domingo

Nuestro santo, el cura Brochero

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“BORDEANDO LA sierra, jinete en su jaca, /va el fraile Brochero leyendo el Breviario; / debajo del brazo sostiene una estaca / sobre cuyos nidos se enrosca el rosario. / A intervalos saca / algo del bolsillo, / y el devocionar­io / su lugar entonces cede a la petaca / donde está el rapé; toma su sorbito, / la guarda otra vez, se arregla el sombrero”.

EL ESCRITO, de Belisario Roldán, data de 1914 y da cuenta de la leyenda que a poco de haber fallecido, en 1908, comenzó a forjarse sobre Juan Gabriel Brochero, sacerdote, incansable apóstol de la palabra de Dios, cercano a la gente, convencido de su obligación de estar cerca de los más necesitado­s.

BROCHERO ERA cordobés, nacido en 1840. A los 26 años se ordenó sacerdote y tenía 68 cuando terminó su intensa labor humanitari­a, luego de comprobar que se había contagiado la lepra, como consecuenc­ia de su asistencia a quienes sufrían esa enfermedad.

MURIÓ SEIS años después, en 1914, devastado. Murió por esta enfermedad singular, bíblica. El propio Creador definió como impuros a los enfermos, Jesús sanó a diez leprosos en Galilea y las consecuenc­ias de la enfermedad -que llena de llagas la piel- fueron comparadas con los efectos del pecado.

FUE DECLARADO santo la semana última, a instancias del Papa Francisco, única autoridad de la Iglesia con atributos para establecer esa calidad de virtuosism­o. Desde el inicio de los tiempos han nacido 108 mil millones de personas, de las cuales apenas 2.500 han alcanzado la santidad.

BROCHERO ES el modelo de sacerdote que ama Francisco: el que camina, el que está con la gente, el que ayuda, el que reza, el que hace. El modelo de vida de un hombre, con defectos y virtudes, que ahora está muy cerca de Dios, con capacidad de interceder ante él.

OCHO ARGENTINOS más aguardan ser santificad­os. Entre ellos Laura Vicuña. Artémides Zatti y Ceferino Namuncurá. Entretanto, sano sería que ya sepamos identifica­r y aprovechar a quienes, en grado mundano, también ejercen la santidad.

“EL INFIERNO de los vivos ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptarlo y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaj­e continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.”, escribió Italo Calvino.

Se ordenó a los 26 años y tenía 68 cuando terminó su labor, luego de comprobar que se había contagiado la lepra.

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