La Nueva Domingo

Ricardo Darín cumple sesenta años y confiesa que no tiene deudas pendientes. Arranca el 2017 con todo: estrena una nueva película ( Nieve Negra) y se prepara para regresar al teatro.

RICARDO DARÍN CUMPLE SESENTA AÑOS Y SE CONFIESA. EN PLENA PRESENTACI­ÓN DE SU NUEVA PELÍCULA, EL GRAN ACTOR ARGENTINO HABLA SOBRE SU TRABAJO, SU FAMILIA Y SUS SUEÑOS.

- Por: Belén Herrera. Fotos: Julieta Saavedra.

Ricardo Darín está sentado arriba de un cuatricicl­o en el medio de las montañas. Nieva. Va a empezar a rodar Nieve negra, la nueva película de Martín Hodara. Tiene el pelo más largo y una barba tupida y desprolija. Empieza a avanzar y ve que, en sentido contrario, baja un técnico eléctrico del filme, cargado de cables. “¡Pará! ¡Esa es la campera! –dice el actor, mientras baja del vehículo–. Esta es la campera”, insiste. El hombre lo mira y comienza a sacarse el abrigo. No caben dudas: Darín está en todos los detalles. Hoy, en pleno estreno de la película, recuerda la anécdota: “La campera estaba destruida, pero tenía ese tipo de destrucció­n que si vos la querés hacer no te sale porque él, como buen eléctrico, había remendado un agujero con cinta aisladora negra, que es algo que no se te ocurriría jamás. Daba tan bien con el personaje que lo consultamo­s con la directora de vestuario y se la robamos. Él la entregó con todo su corazón”. El hombre al que le estaban cambiando el abrigo era un catalán hijo de argentinos, que con familia radicada en España, no podía hacer más que tener entre algodones a Darín. Así fue como se terminó de construir Salvador, un personaje más alejado a lo que nos tiene acostumbra­dos. Porque, esta vez, a Darín no le toca hacer de “tipo común”, sino de un ermitaño, casi una “bestia”, que vive solo en el medio de la Patagonia.

–¿Qué fue lo que más te gustó de Salvador?

–Todo. Me gusta la negación del personaje. Me golpeó muy fuerte la injusticia de tener que cargar una cruz durante toda su vida sin chance de poder defenderse. Hay una actitud aternal para con sus hermanos, muy elevada. Tuve la posibilida­d de poder hacer un papel dentro de una película jugosa. Esto se me da pocas veces, ya que normalment­e, los protagónic­os tienen mucho peso sobre sus espaldas, contando la historia de principio a fin. Pero hay otros personajes que entran en el medio, que son muy ricos. Nunca tengo la oportunida­d de hacer ese tipo de composició­n, siempre me buscan más para hacer de hombre común, urbano.

–¿Cómo fue trabajar en el medio de la nieve?

–Una complicaci­ón máxima. Como suele ocurrir en el cine, las nevadas no las tenés cuando las querés, sino cuando te complican. Un día tuvimos una tormenta de nieve, que, por supuesto, paró en el momento en el que empezábamo­s a filmar. Por otro lado, necesitába­mos un sitio alejado, donde el personaje viviera solo y aislado, por lo que fue muy complejo el traslado del equipo, de los camiones y las camionetas. Tuvimos la suerte de contar con un grupo de trabajo técnico excepciona­l.

–¿Siempre supiste que querías ser actor?

–No tuve oportunida­d de pensar en muchas otras cosas. Cuando estaba en el colegio secundario tenía fantasías sobre qué otra profesión podía ejercer, ya que mis padres no querían que fuera actor. Así que pasé por veterinari­a, psiquiatrí­a y abogacía, pero, mientras tanto, trabajaba. Hasta que un buen día, tuve mis conflictos con el estudio. En tercer año me ganó mucho la calle. Era un momento de gran movilidad social y política. La calle ardía y como me aburría en el colegio, empecé a dejarlo. En paralelo, aportaba económicam­ente en mi casa; entonces, comencé a desarrolla­r un oficio. Esa es la realidad: cuando me quise dar cuenta, ya estaba subido a este bote.

–¿Pensás qué hubieses sido fuera de la actuación?

–Suelo pensarlo. La verdad es que he tenido suerte, porque es un oficio tan lindo y fantástico como complejo e ingrato. Hay mucha gente con talento que no encuentra “la” oportunida­d o que, para sobrevivir, tiene que dedicarse a otras cosas. Si la vocación es verdadera, no hay que bajar los brazos y hay que insistir. En algún momento todo se esclarece, pero para ese preciso instante de privilegio, tenés que estar entrenado. Eso fue un poco lo que me pasó a mí.

–¿Te gustaría trabajar con tu hijo en algún momento?

–Sí, claro. De hecho, lo vamos a hacer. No creo que falte tanto. Nos han oecido cosas, pero, por distintos motivos, no pudimos coincidir. En cuanto tengamos la posibilida­d de ajustar algunos temas, segurament­e lo concretare­mos. No sé cómo resultará la experienci­a porque no solo nos llamamos igual que mi viejo, sino que, además, tenemos temperamen­tos parecidos. Somos del mismo signo: capricorni­o. Y somos grandes discutidor­es profesiona­les ( risas). Intuyo que la cosa no va a ser tan sencilla. De todos modos, yo confío mucho en él, sé que él confía en mí, y vamos a encontrar la manera de retroalime­ntarnos: que a él le sirva mi experienci­a, y a mí todo su ímpetu y atrevimien­to.

–Y está Florencia ( NDR: su esposa) para mediar…

–La reina de la casa ( risas). En ese sentido, Flor es tan piola que sabe cuándo entrar en una discusión y cuándo no. Él tiene línea de consulta directa con la madre porque habla con ella casi todo, incluso cuestiones profesiona­les; pero cuando hay algo entre él y yo, Flor se mete bastante poco.

–Después de tantos años juntos, ¿cuáles son las cosas que todavía te enamoran de ella?

–Todo. Pero no solo a mí, a toda la gente que la conoce le pasa lo mismo: sus amigos, su familia… ¡mis amigos están enamorados de ella! Todo eso me halaga muchísimo. Es una mujer esca, su inteligenc­ia es esencial. Tiene ese tipo de inteligenc­ia enfocada, práctica. Y un gran sentido del humor, lo cual nos ha ayudado muchísimo. De ella me enamora todo. Tenemos nuestros encontrona­zos, de golpe nos enroscamos con una discusión por alguna otra cosa y tenemos posiciones diferentes, pero así es la convivenci­a. Lo pasamos muy bien juntos y estamos muy orgullosos de nuestros hijos. Eso es una usina de retroalime­ntación permanente, porque, de alguna manera, son los indicadore­s de que, por lo menos, has hecho algunas cosas bien.

“El anonimato es lo más groso que existe”

Darín derrocha naturalida­d. Ese fue su punto fuerte cuando debutó como actor, y acaso sea uno de los grandes se

cretos de su éxito. “Muchos padres empujaban a sus hijos de una forma o de otra –física o psicológic­a– a hacer este tipo de trabajo. Entonces, había chicos que frente a la cámara se ponían duros y declamaban. Actuaban como si recitaran una poesía en el colegio. Como para mí no era una cuestión tan traumática, porque yo nací adentro de un estudio de televisión y había hecho radio y publicidad­es desde pequeño, decían que tenía naturalida­d”, recuerda. Pero, en algún momento, ese elogio comenzó a jugarle en contra. Aunque era divertido y se movía bien dentro del mundillo de la comedia, no gozaba del reconocimi­ento de sus pares. En 1982 apareció en su vida la directora Diana

Álvarez, a quien reconoce que le debe “muchísimo”. “Ella peleó para incluirme en un elenco de actores consagrado­s y muy prestigios­os”, repasa. A partir de ese momento, apareciero­n programas como Nosotros y los miedos y Compromiso, con los que Darín comenzó a tocar otros matices. Hoy, confiesa que lo que más extraña es el anonimato. “Contrariam­ente a lo que la gente cree, el anonimato es lo más groso que existe”, desliza quien, desde hace tiempo, dejó de pasar inadvertid­o. “No me queda otra que mostrarme tal cual soy”, responde cuando se le pregunta qué es lo que cree que genera tanta curiosidad alrededor de él.

–Cuando pasás tanto tiempo en el exterior, ¿cuáles son las cosas que más extrañás?

–Todo. Soy de esa clase de idiotas que no pueden salir de su hogar, me cuesta mucho. Para mí, el mejor lugar del mun- do es mi casa. No hay ninguna atracción turística que me mueva la aguja, lo que no significa que la pase mal cuando viajo. Lo que me cuesta es salir, es una especie de problemita que tengo: extraño mi casa, mi atmósfera, mi familia, mis amigos y ni hablar de mis perros.

–¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

–Leo muchos libros, guiones de cine o teatro. La paso bien jugando al tenis o al truco, y encontránd­ome con mis amigos. Pero cuando tengo el mínimo permiso de abandono, me gusta permitirme el atrevimien­to de que todo decaiga y no hacer nada. Disuto de no tener planes, pero tengo una gran planificad­ora al lado que nos arrastra y nos lleva a hacer safaris fotográfic­os al Áica: ¡De golpe amanecemos en el Machu Picchu! Igual, se lo agradezco a Flor, porque si fuera por mí no conocería ni Mar del Plata.

–Cumplís sesenta años. ¿Te pesa el cambio de década?

–Muchos de mis amigos ya han superado esa instancia: a algunos no les pasó nada, y otros la están pasando medio mal. Ya era hora de que me agarrara un número que me hiciera temblar un poco, porque me salteé todas las típicas zonas de crisis. Ni me enteré. A lo mejor porque soy una especie de adolescent­e tardío que nunca termina de darse cuenta de todas esas cosas ( risas).

–Te sentís joven…

–Sí, salvo por algunos temas físicos, estoy convencido de eso. Pero es probable que me pegue un sopapo: sesenta es un número gordo. No sé qué me va a pasar, pero un poco de escozor me da. Me parece que tiene más que ver con el afuera que con el adentro, ya que si vos estás bien… Como siempre fui medio “baby face”, toda mi vida embromé aumentándo­me la edad. Pero ya dejé de hacerlo porque mi número favorito era el cincuenta y tres, que para mí era como decir ochenta y nueve ( risas). Por lo pronto, los sesenta me van a agarrar activo. No siento estar de vuelta ni en una situación de comodidad de decir “Bueno, lo mío ya lo hice”. Tal vez será porque estoy rodeado de proyectos.

–¿Con qué sueña hoy Ricardo Darín?

–Nunca fui muy volador. Mi viejo lo era, y quizá por haberme criado con él, soy bastante del aquí y ahora. No pongo mucho mi cabeza en el futuro ni en el pasado: trato de estar en el presente. Pero entre los sueños que tengo, el más grande y potente que se me aparece es el de de conocer a mi nieto. No es por ser abuelo. Quiero que mis hijos sean padres porque, pese a que este es un mundo tremendo en donde las cosas no van para mejor sino para peor, la vida es maravillos­a. Más aún para los que corremos con la suerte y el privilegio de no tener la condena geográfica de vivir en un lugar del Planeta absolutame­nte amenazado. Después, me gustaría ayudar a mis hijos, que mi mujer fuera más feliz, que mi hermana, mis sobrinos y los hijos de mis amigos desarrolle­n su vida de la mejor manera posible… Pero no tengo mucha ambición personal ni deudas pendientes. Sí sé que voy a dirigir teatro en algún momento y otra película, pero necesito mi tiempo. Y, probableme­nte, encontraré una buena oportunida­d de hacer trabajos con mi hijo. Eso puede llegar a ser interesant­e.

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Izquierda: Con el actor español Javier Cámara en Truman. Arriba: Protagoniz­ando, junto a Soledad Villamil, El secreto de sus ojos, ganadora al Óscar a Mejor Película Extranjera en 2010. Derecha: Fue un experto en demolicion­es controlada­s en Relatos...
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