La Nueva Domingo

Un fantasma para cada uno

- por Noemí Carrizo*

En castellano, la palabra fantasma se usa para indicar la aparición en forma real de algo imaginado o de un ser inmaterial (por ejemplo, aunque no siempre, un difunto). Jacques Lacan también usa el término para referirse a la fantasía. Según el psicoanáli­sis, vivimos buscando un goce faltante. Hay un fantasma al que es necesario vencer para alcanzarlo y que se caracteriz­a por transforma­r en imposible lo anhelado. Este delirio, nacido del inconscien­te, se corporiza en diferentes individuos o circunstan­cias. Es cuando sospechamo­s que hay una prima enamorada de nuestro marido, una madre carnal que lo obliga a hacernos daño o un amigo que inf luye para que opte por un divorcio. También, de manera personal, hay dedos acusatorio­s de examores, de creencias, de antiguos adiestrado­res. Si no desterramo­s al fantasma, el acontecer diario es una tortura para quien experiment­a su presencia, pero también para quien vive al lado del perseguido. Para l legar a la sati sfacción total, hay que matar a este espectro i nventado pero que sentimos empírico. El fantasma puede ser también la convicción de que no alcanzarem­os el éxito, por ejemplo, debido a una maldición, una brujería, un hechizo o la envidia. Además, en este tiempo de experienci­as superficia­les, livianas y veloces, surgen interrogan­tes profundos apenas nos detenemos un instante a ref lexionar. Martin Heidegger ya lo había anunciado: “Cuando el tiempo solo sea rapidez, mientras lo temporal entendido como acontecer histórico haya desapareci­do de todos los pueblos, entonces, justamente entonces, volverán a actuar en este aquelarre y como fantasmas estas preguntas: ¿ Para 8

qué? ¿ Hacia dónde? ¿ Y después qué?”. Acaso la paz sea aceptar la existencia como un f luir constante y hacernos responsabl­es de nuestro destino sin buscar culpables que dejaron un sello indeleble en nuestra niñez o se f ijaron simplement­e en nuestra psique como elementos genéticos. Aceptar esta verdad nuestra de cada día, esta circunstan­cia vital, y hacerse cargo del quebranto o de la dicha, del riesgo o del temor, es terminar con el delirio, la fábula, el camelo. Desterrar a ese aparecido que también se corporiza en antiguas pasiones o deseos. El poeta y dramaturgo Federico García Lorca afirmó: “Es mucho mejor sufrir por una mujer viva y hacer el ridículo por ella que tener un fantasma sentado año tras

año en el corazón”. Hay que elegir la autenticid­ad, entender que la g randeza reside en aceptar la propia pequeñez y comprender, de una vez por todas, que el otro es nuestra completud, que sin él no somos nadie. Animarse a exhibirse por dentro sin resquemore­s: las consecuenc­ias son más placentera­s que las que genera la hipocresía. Y, entonces, toda elección será más fácil. Se dice que a los hombres de mentira les quedan grandes las mujeres de verdad. Hay que sostener la mirada del fantasma hasta hacerlo caer y evitar el fanatismo de creerlo imprescind­ible, de no poder ahuyentarl­o, de llevarlo con uno como precedente del infierno. Elegir el amor para mejorar cada día y hacerlo como lo propone esa poetisa de la que poco se sabe pero a la que mucho se disfruta, Irela Perea, que pide con ternura al ser que la cautiva: “Guárdame, en tus manos, guárdame. Levántame del mundo. Recuérdame desde lo más profundo de tus entrañas. Respira hondo y tómame. Déjame bañarme en ti, inúndame de palabras. Sácame de esta realidad. Llévame a lugares imposibles. Ámame hasta que me duela. Sálvame, te lo ruego, sálvame. Y entonces, yo te salvaré a ti”.

“Hay un fantasma al que es necesario vencer para alcanzarlo, y que se caracteriz­a por transforma­r en imposible lo anhelado. Este delirio se corporiza en diferentes individuos o circunstan­cias

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