Un fantasma para cada uno
En castellano, la palabra fantasma se usa para indicar la aparición en forma real de algo imaginado o de un ser inmaterial (por ejemplo, aunque no siempre, un difunto). Jacques Lacan también usa el término para referirse a la fantasía. Según el psicoanálisis, vivimos buscando un goce faltante. Hay un fantasma al que es necesario vencer para alcanzarlo y que se caracteriza por transformar en imposible lo anhelado. Este delirio, nacido del inconsciente, se corporiza en diferentes individuos o circunstancias. Es cuando sospechamos que hay una prima enamorada de nuestro marido, una madre carnal que lo obliga a hacernos daño o un amigo que inf luye para que opte por un divorcio. También, de manera personal, hay dedos acusatorios de examores, de creencias, de antiguos adiestradores. Si no desterramos al fantasma, el acontecer diario es una tortura para quien experimenta su presencia, pero también para quien vive al lado del perseguido. Para l legar a la sati sfacción total, hay que matar a este espectro i nventado pero que sentimos empírico. El fantasma puede ser también la convicción de que no alcanzaremos el éxito, por ejemplo, debido a una maldición, una brujería, un hechizo o la envidia. Además, en este tiempo de experiencias superficiales, livianas y veloces, surgen interrogantes profundos apenas nos detenemos un instante a ref lexionar. Martin Heidegger ya lo había anunciado: “Cuando el tiempo solo sea rapidez, mientras lo temporal entendido como acontecer histórico haya desaparecido de todos los pueblos, entonces, justamente entonces, volverán a actuar en este aquelarre y como fantasmas estas preguntas: ¿ Para 8
qué? ¿ Hacia dónde? ¿ Y después qué?”. Acaso la paz sea aceptar la existencia como un f luir constante y hacernos responsables de nuestro destino sin buscar culpables que dejaron un sello indeleble en nuestra niñez o se f ijaron simplemente en nuestra psique como elementos genéticos. Aceptar esta verdad nuestra de cada día, esta circunstancia vital, y hacerse cargo del quebranto o de la dicha, del riesgo o del temor, es terminar con el delirio, la fábula, el camelo. Desterrar a ese aparecido que también se corporiza en antiguas pasiones o deseos. El poeta y dramaturgo Federico García Lorca afirmó: “Es mucho mejor sufrir por una mujer viva y hacer el ridículo por ella que tener un fantasma sentado año tras
año en el corazón”. Hay que elegir la autenticidad, entender que la g randeza reside en aceptar la propia pequeñez y comprender, de una vez por todas, que el otro es nuestra completud, que sin él no somos nadie. Animarse a exhibirse por dentro sin resquemores: las consecuencias son más placenteras que las que genera la hipocresía. Y, entonces, toda elección será más fácil. Se dice que a los hombres de mentira les quedan grandes las mujeres de verdad. Hay que sostener la mirada del fantasma hasta hacerlo caer y evitar el fanatismo de creerlo imprescindible, de no poder ahuyentarlo, de llevarlo con uno como precedente del infierno. Elegir el amor para mejorar cada día y hacerlo como lo propone esa poetisa de la que poco se sabe pero a la que mucho se disfruta, Irela Perea, que pide con ternura al ser que la cautiva: “Guárdame, en tus manos, guárdame. Levántame del mundo. Recuérdame desde lo más profundo de tus entrañas. Respira hondo y tómame. Déjame bañarme en ti, inúndame de palabras. Sácame de esta realidad. Llévame a lugares imposibles. Ámame hasta que me duela. Sálvame, te lo ruego, sálvame. Y entonces, yo te salvaré a ti”.
“Hay un fantasma al que es necesario vencer para alcanzarlo, y que se caracteriza por transformar en imposible lo anhelado. Este delirio se corporiza en diferentes individuos o circunstancias