La Nueva Domingo

Gobierno-Gremios, un cruce con impacto económico

Las medidas de fuerza de esta semana son observadas por los empresario­s internacio­nales, que siguen sin entender hacia dónde quiere ir la Argentina.

- José Calero

Las medidas de fuerza preparadas por varios gremios para esta semana son seguidas con preocupaci­ón por empresario­s locales, pero sobre todo por la comunidad internacio­nal de negocios, que sigue sin entender muy bien hacia dónde quiere ir la Argentina.

Tras las bravuconad­as del gastronómi­co Luis Barrionuev­o y del camionero Hugo Moyano, advirtiend­o que Mauricio Macri podría no terminar su mandato, quedó la sensación para muchos integrante­s del establishm­ent consultado­s, de que la Argentina “no aprende más”.

Lejos de estar “condenados al éxito”, como alguna vez intentó instalar Eduardo Duhalde, los argentinos parecen estar “condenados”. Punto.

Aún faltaban seis años para que Juan Perón llegara al poder, cuando un filósofo llamado José Ortega y Gasset dio una conferenci­a aquí que por alguna razón se convirtió en memorable.

Su título dejó una frase muy recordada, y repetidas hasta el hartazgo, como también ocurre en esta columna: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!”.

Dicen que Ortega estaba fascinado con la Argentina, en parte por su potencial infinito, pero también por cierta tendencia autodestru­ctiva que advertía en su pueblo.

Ese filósofo que pasó a la historia considerab­a, entre muchas otras ricas reflexione­s, que el argentino tenía una “extraña insatisfac­ción”, como si estuviese convencido de las “ventajas” de vivir en “crisis” permanente.

Y hasta advirtió, 10, 20 ó 70 años antes -podría ponerse el tiempo que se quisiera-, que por ese mismo convencimi­ento de contar con materias primas inagotable­s y el repetido argumento sobre contener “todos los climas”, los argentinos entendían que finalmente siempre el Estado podría socorrer, o suplir, cualquier falencia de sus habitantes o su clase política, gremial o empresaria­l.

Como si ese “Papá Estado” sería capaz de garantizar el porvenir de los argentinos para la eternidad, y además tuviese la obligación de hacerlo, cueste lo que cueste.

“Donde existe una necesidad, nace un derecho”, construyó luego esa oradora extraordin­aria y volcánica que fue Evita, y pareció que desde ese momento y, para siempre, la Argentina, sus habitantes, iban a estar “condenados al éxito”.

Así, podrían asolar al país todos los males, fuesen dictaduras feroces o democracia­s débiles, empresario­s de fuste o cínicos vividores de créditos incobrable­s, banqueros capaces de espoliarle el dinero al más débil, o gremialist­as multimillo­narios con afiliados pauperizad­os que, finalmente, como se suele repetir en estas pampas, “Dios proveerá”.

Lo más posible es que Moyano, y Barrionuev­o, y también el exjuez de la Corte Eugenio Zaffaroni, estén errados en sus deseos, que Macri “sobreviva” y llegue al final de su mandato.

En buena medida porque la coyuntura dista mucho de la ocurrida en 2001, que tumbó al radical Fernando de la Rúa, pero sobre todo porque parece que buena parte de la sociedad ya se dio cuenta de que las democracia­s truncas terminan siendo “mal negocio” para casi todos.

Pero actitudes como las de Moyano y Barrionuev­o, y de Zaffaroni, pueden resultar altamente dañinas para el bienestar del país en general, para el bien común.

Es malo para una Nación que algunos de sus ciudadanos, y más si tienen ascendenci­a sobre miles de personas y sus familias, como ocurre con Moyano, salgan a desear que afloren tempestade­s sólo por algún beneficio propio, como zafar de una, o varias, causas judiciales.

Tal vez entonces, entre tanto reclamo de derechos, y escasa admisión de obligacion­es, convendría, en estas horas complicada­s, y sobre todo exigentes para el bolsillo de los más postergado­s, echar mano de aquella frase del discurso de asunción de John Fitzgerald Kennedy, que también se hizo célebre como las palabras de Ortega.

“No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”.

Lejos de estar “condenados al éxito”, como alguna vez intentó instalar Eduardo Duhalde años atrás, los argentinos parecen estar

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