Narcos
En los últimos tiempos, la ciudad ha visto una imagen de sí misma brutalmente diferente a la que estaba acostumbrada. Una seguidilla de hechos atroces nos dejaron pasmados, en el centro de la escena nacional. ¿Qué pasó? ¿Es el nuevo rostro de Bahía Blanca que llegó para quedarse?
No hay que ir muy profundo en el análisis para comprender que todos estos hechos, como otros de inseguridad, tienen un denominador común. La droga mató a Bruna, la droga potenció el cuchillo del asesino que terminó con la vida de Agustina, la droga habrá ayudado a convertir a los Benítez en monstruos, la droga aglutina bandas de lobos con pinta de corderos que se mezclan entre nuestros chicos, la droga se mete en despachos impensados, la droga le cambia la cara a Bahía Blanca.
De nuevo. ¿Este rostro atroz que mostró Bahía en los últimos tiempos llegó para quedarse? La respuesta es clara. Dependerá de la convicción que los poderes de la ciudad le pongan al combate contra el narco. Basta mirar la triste experiencia en otras ciudades del país y de otros países para entender que se trata de una batalla donde la derrota opera como un evento de extinción de todo aquello que la mayoría de nosotros valoramos de una sociedad.
Bahía Blanca libra una guerra que, da la sensación, todavía tiene chances de ganar si se lo propone como causa común. Un objetivo estratégico sin espacio para los grises, porque es por allí, por las grietas que dejan los tibios, los temerosos o los aviesos de cualquiera de los ámbitos públicos y privados, por donde se filtran los sicarios para asesinar nuestro estilo de vida.
Por fortuna, es posible detectar en la ciudad acciones desde lo judicial, desde lo político e incluso desde lo particular, -como las campañas de denuncias o las investigaciones impulsadas por periodistas-, colmadas de la valentía necesaria para poner a resguardo el futuro de nuestros hijos.