La Nueva Domingo

Una recorrida por la Casona de los Luro, un patrimonio de Villarino

Ubicado a unos pocos kilómetros de Hilario Ascasubi, en el campo piloto de Corfo Río Colorado, era usada por la familia como residencia de fin de semana y vacaciones. Muchos de sus materiales fueron traídos desde Europa.

- Hernán Guercio hguercio@lanueva.com.ar

Fue el símbolo de una época de vacas gordas, de tertulias y fiestas interminab­les con apellidos de muchísimo peso a nivel zonal y nacional. Grandes ventanales, galerías, tres niveles de construcci­ón, aberturas, pisos, arañas y maderas traídos desde Europa, criados disponible­s a toda hora y miles de historias entre las conocidas y las que nunca llegarán a contarse.

La Casona de los Luro fue construida a principios del siglo pasado, allá por el 1912, cuando la familia Luro era dueña de gran parte de lo que hoy es Villarino, en un área que iba desde la traza de la ruta 3 hasta el mar, y del río Colorado hasta Cabeza de Buey. En medio de toda esa zona se encontraba (se encuentra) la estancia San Adolfo, a unos 1.000 metros de la ruta, frente hacia donde hoy está Hilario Ascasubi.

El edificio, de estilo colonial-neoclásico, fue terminado en 1924. Los trabajos habían sido conducidos y supervisad­os por un arquitecto italiano de apellido Buzzi, quien también construyó otras casas de la familia que se levantaron por aquellos tiempos. La edificació­n contaba (cuenta) con 850 metros cuadrados de superficie, 26 habitacion­es entre planta baja y primer piso, un sótano de unos 60 metros cuadrados con dos troneras para ingresar mercadería, y el frente de la vivienda de cara al norte. Las alas este y oeste fueron coronadas por la figura de un ramo de cardos grabados en el revoque; por esta razón, el lugar también es denominado como haras Los Cardos. En el centro de la construcci­ón, en la planta baja, estaba el gran salón, con un inmenso fogón con detalles de mármol y la única escalera hacia el primer piso que, incluso hoy en día se encuentra en excelente estado.

Nunca fue una vivienda estable para la familia; era más bien una casa de campo, de vacaciones o de fin de semana. Contaba con su propia escuela, un galpón con vivienda y una suerte de bodega donde se almacenaba el vino que se hacía con las vides que había en la estancia. Las tierras se fueron repartiend­o entre los 14 hijos de Pedro Luro, y San Adolfo le correspond­ió a Carlos, el último en nacer. El funcionami­ento de los campos tenía estrecha relación: El Chara, por ejemplo, tenía un muelle que hoy todavía se mantiene en pie, unos kilómetros al norte de La Chiquita, por donde entraba y salía mercancía; también había un tren de trocha angosta para el transporte de materiales desde y hacia La Planchada, y en El Consumo se producían los vegetales y frutas para el resto de los establecim­ientos. Además de vides, San Adolfo tenía carnicería y panadería, y los habitantes de Hilario Ascasubi compraban el pan en ella. Incluso, hay una foto que muestra al primer auto que hubo en Villarino fuera del casco de la estancia, cuando la galería norte aún no estaba cerrada.

Pero la bonanza no fue eterna. El Banco de la Provincia de Buenos Aires se quedó con la estancia a principios de los 40, y en 1951 el gobierno de Juan Domingo Perón se lo cedió al ministerio de Asuntos Agrarios. No hay registros oficiales, pero la versión más difundida y aceptada asegura que Carlos Luro perdió todas sus tierras en un casino en Montecarlo y debió entregarla­s para pagar la deuda. La casona dejó de pertenecer a los Luro, aunque mucha de la gente que trabajaba en ella se quedó viviendo en el lugar.

Con el correr de los años, el edificio pasó a ser utilizado por Corfo, la UNS, el ministerio de Asuntos Agrarios y la delegación de la recienteme­nte formada Aldea San Adolfo. En la década del '70 también funcionó la Escuela Mono-Técnica, en la que se enseñaban conocimien­tos sobre mecánica y tareas rurales y, a mediados de los '80, quedaría en manos de Corfo.

“Desde esa época está a la buena de Dios —cuenta a La Nueva.

la docente Noelia Sensini, de Hilario Ascasubi, administra­dora del grupo de Facebook Amigos de la Casona de San Adolfo—. Las oficinas de Corfo se hicieron en la parte de atrás y la casona quedó sin uso y desde entonces se viene utilizando como depósito”.

El distrito de Villarino protegió, en su momento, la fachada del edificio al declararlo patrimonio histórico, pero nunca se habló de su interior. Con el correr de los años fueron desapareci­endo muebles, pedazos de pisos, se guardaron herramient­as, bolsas de cereal o fertilizan­tes, y el lugar se fue poblando de ratas, lechuzas y demás.

Solo permanecen —casi— inmaculado­s la escalera y el hogar del salón. De lo que una vez fue un símbolo de riqueza hoy quedan ventanas con vidrios rotos, viejas puertas que apenas abren, pisos inundados por excremento de palomas y persianas que, a duras penas, soportan el viento. La bodega, que otrora almacenara el vino de los Luro, fue demolida hace unas semanas.

Ahí es donde aparece Amigos de la Casona, un grupo que se formó como una suerte de museo virtual hace unos años, que hoy cuenta con casi un millar de miembros y pide que el edificio tenga un mejor uso: que se convierta en museo, centro cultural, hotel rural, instituto de formación o sede de una entidad oficial. Lo importante es no permitir que se siga perdiendo un lugar fundamenta­l de la historia de Villarino.

Según arquitecto­s e ingenieros que la han visitado re-

Carlos Luro perdió la estancia, dicen, en un casino en Montecarlo. Las tierras pasaron al Estado y el casco se dividió entre la UNS, Corfo y el ministerio de Asuntos Agrarios.

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 ?? FOTOS: RODRIGO GARCÍA - LA NUEVA. ?? Una vista del sector este de la casa de los Luro, con la base de un mástil que ya no está en el lugar.
FOTOS: RODRIGO GARCÍA - LA NUEVA. Una vista del sector este de la casa de los Luro, con la base de un mástil que ya no está en el lugar.
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El balcón sur, con ramas que caen de árboles centenario­s.
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El salón principal, con la escalera que va a la planta alta.
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La escalera, imponente, hecha en su totalidad de madera.

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