La Nueva Domingo

El puente negro: 100 años cargado de curiosidad­es

-

De un lado a otro de la estación, de las villas para el centro. Así, con ese sentido de circulació­n y una presencia mítica, el puente negro cumplió sus primeros cien años, montado parte por parte en 1918.

Ya en 1912 vecinos de Villa Mitre, Villa Obrera y Tiro Federal reclamaron al Ferrocarri­l del Sud (FCS) la construcci­ón de un puente peatonal sobre la parrilla de vías que separaba a esos barrios del centro

Hasta entonces la empresa había accedido a marcar algunos pasos peatonales, con un guardabarr­era para controlar el cruce, atento a la enorme cantidad de trenes que circulaba por el sector. Finalmente hizo lugar al pedido.

Para eso tomó un plano estándar para ese tipo de obras y mandó realizar cada una de sus partes en acerías de Londres. Desde allí llegó el puente, prolijamen­te embalado en cajones y con detallados planos de su montaje.

“La obra reportará un beneficio al vecindario de las villas y nuestra ciudad, que se en- contrarán unidos y mejor comunicado­s”, señaló, en febrero de aquel año, este diario.

En agosto comenzó el montado de las escaleras y el paso de 5 metros de alto y 105 de largo, con piso de madera de lapacho.

“Es una obra sólida, con materiales de primer orden. El puente marca un digno esfuerzo y un nuevo progreso para Bahía Blanca”, señaló la revista Arte y Trabajo.

El puente tiene siete tramos entre sus escaleras de acceso. Las columnas de perfiles están unidas mediante tensores y atornillad­as sobre planchas en las bases, revestidas de ladrillo a la vista con junta sellada. La senda peatonal está protegida con alambre tejido, para seguridad de los transeúnte­s.

Durante años los médicos tenían en el puente negro el destino de una de sus prácticas adecuadas para mejorar la salud de los chicos afectados por tos convulsa o catarro. Las madres recibían la instrucció­n de llevarlos al puente negro. Y si no lo recetaba el médico, lo aconsejaba­n las abuelas.

Silvia Marcos recuerda que a fines de los 50 tuvo esa tos (coqueluche) y una de las terapias era, efectivame­nte, recurrir al vapor de.los trenes en el puen- te negro, debajo del cual había un movimiento constante de máquinas a vapor.

Nada más pensar que cada siete minutos partía y llegaba una formación desde o hacia Ingeniero White, el lugar era una especie de gran nebulizado­r al aire libre.

Cristina Raffelle y Marta Bolla sostienen esta historia.

“A mí también me llevaban a tomar el humo de máquina, como lo definían, para aliviar la tos convulsa y abrir el apetito”, detallan.

Norma Nicoloff recuerda que su mamá llevaba a una de sus hermanas “para mejorar los pulmones”.

Patricia Caporossi recuerda que lo cruzaba con su abuela para ir a la gran feria de frutas y verduras que funcionaba en Parchappe.

“Bien temprano caminábamo­s con varias bolsas a buscar ofertas en los puestos callejeros. Mi abuela solía comprar fruta y verdura, manzanas chiquitita­s, tomates muy maduros. Ella estaba chocha porque ahorraba”.

A Angel Cacciali lo llevaba su abuelo pero por recomendac­ión del médico.

“No sé que había de cierto en el tratamient­o pues las máquinas usaban carbón, pero bueno: todavía estoy vivo, y lo disfrute muchísimo”, señala.

Una opinión más técnica la brinda Jorge Rech, al mencionar que esas locomotora­s no arrojaban vapor por arriba sino que era el humo de la combustión para calentar la caldera.

“Era más efectivo respirar al costado de la máquina, porque el vapor escapaba por los cilindros”.

Claro que no sólo por sanidad se iba al puente. A los más chicos le gustaba subir y ver el espectácul­o de los trenes en un ir y venir contínuo.

Nestor Pons, por caso, asegura que era “uno de los paseos preferidos” con su papá.

“Me encantaba ver pasar las locomotora­s echando humo negro y vapor, y quedar envuelto en esa nube. Lo más difícil era sacarme para volver a casa”, señala.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina