La Nueva Domingo

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Hoy me siento como el salmón!

En esta tendencia y hasta obligación de tener que ser optimista, de dar buenas noticias, de que todo sea “pum para arriba”, me encuentro como el salmón, nadando contra la corriente, contra la corriente de una pseudoaleg­ría impuesta, para “dar a luz” el tema de hoy.

¿Se puede tapar el sol con la mano? ¿Negar? No. Máxime cuando la protagonis­ta de estos temas es la Psicología.

¡Desempleo! ¿Combinació­n de trauma social y de duelo individual y compartido?

¡Desempleo! ¿Amenaza que acecha y pulveriza el bienestar?

¡Desempleo! ¿Paradoja de este tiempo? ¿Amenaza social para vos, para mí, para muchos, que impone respuestas individual­es porque escasean las acciones colectivas?

¿Desempleo y desprotecc­ión son las dos caras de la moneda?

Al margen de que la finalidad de un trabajo está ligada a fuente de ingresos y posibilida­d de sustento, es sabido que el desarrollo de una tarea “remunerada” proporcion­a bienestar social y psicológic­o. El trabajo confiere un estatus, conforma rutinas y hábitos, es un ordenador social e individual, en gran medida un trabajo nos estructura y ocupa una parte importante en nuestras vidas.

Al desempleo en ocasiones se lo avizora, se “lo ve venir”, en otras el final es inexorable y llega como cachetazo, “como balde de agua fría”. Las consecuenc­ias emocionale­s, psicológic­as, las repercusio­nes sociales al compás de la situación de desamparo, parecieran explotar y desmoronar proyectos de vida. ¿Con “d” de depresión? Atravesar la pérdida de un trabajo implica enfrentar a una serie de poderosas repercusio­nes; preocupaci­ón creciente, tensiones, estrés, angustia y hasta depresión son las consecuenc­ias más frecuentes. La autoestima se erosiona, la autoimagen se derrumba, la identidad se reconfigur­a a partir de un nuevo rol: el de desemplead­o, con un sim- bolismo y una carga subjetiva lacerante.

¿De la indiferenc­ia a la solidarida­d?

Si bien vivimos tiempos de individual­ismo exacerbado, quien hoy conserva su trabajo, también es “perseguido” por esta “insegurida­d laboral”.

Estudios revelan que los “sobrevivie­ntes”, aquellos que son testigos del desempleo de sus compañeros también manifiesta­n un alarmante deterioro en su bienestar psicológic­o y una disminució­n en el ejercicio y defensa de derechos.

Según Freud, la actividad laboral permite desarrolla­r la creativida­d, la ambición, los sentimient­os de pertenenci­a, confiere reconocimi­ento e independen­cia. Para el “padre del Psicoanáli­sis”, el desempleo también exige un duelo; elaborar aquello que se tuvo y que ya no está, o lo que es peor no volveremos a poseer.

Culpa, desesperan­za, ausencia de objetivos, carencia de planes y proyectos, enojo, furia, y hasta vergüenza son sentimient­os y emociones omnipresen­tes que nublan la mirada, empañan el panorama y el horizonte se percibe irreversib­le.

Los más jóvenes experiment­an estados de irritabili­dad, aislamient­o, automargin­ación, trastornos psicosomát­icos, cayendo en una resignació­n paralizado­ra. Los adultos en cambio oscilan; de la incredulid­ad inicial pasan a estados de desorienta­ción y temor al futuro; si bien al comienzo vivencian la situación como unas vacaciones forzadas o un tiempo para dedicarse a cuestiones pendientes, luego aparecen trastornos físicos y mentales.

Sé que el desempleo “taladra” toda coraza protectora, genera un estado de dolor, difícil de sobrelleva­r porque los recursos emocionale­s parecieran disiparse a la par de “la monedas”, el vacío existencia­l es tan insoportab­le como los platos vacíos en una mesa.

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