La Nueva Domingo

La historia del sacerdote asesinado mientras daba una misa en la Catedral

El presbítero español Luis Pérez fue ultimado en plena celebració­n, un domingo de marzo de 1923. Sus restos están sepultados en el atrio del templo. El agresor fue un joven dinamarqué­s que atacó al religioso con un cuchillo.

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Las causas que sustentaro­n el trágico episodio “son en buena parte el producto de la época de intranquil­idad que vivimos, de desorienta­ción general, de olvido de los deberes primordial­es del hombre para consigo mismo y para con sus semejantes; en una palabra, de la profunda crisis de valores morales que amenaza debilitar la ya resentida estructura del edificio social”.

El comentario podría hacer referencia a cualquier trágico suceso cercano, pero lejos de ello está. Es que a pesar que el tiempo ha corrido mucho, la observació­n sobre su curso parece no permitir cambiar demasiado el enfoque analítico de la situación general.

El hecho puntual al que alude la referencia surgió por un episodio registrado en la mañana del domingo 4 de marzo de 1923 en la Iglesia Parroquial, a la que 12 años después, y hasta la actualidad, fue elevada al rango de Catedral Nuestra Señora de la Merced.

Ese día, pocos minutos después de las 7.30, un joven dinamarqué­s que había llegado a la ciudad tres días antes apuñaló al presbítero que estaba oficiando la misa, provocándo­le heridas letales

Poco después del ataque, el sacerdoteL­uisPérez(46años) falleció mientras era intervenid­o por el médico Aristóbulo Barrionuev­o, quien había sido convocado a la emergencia y trasladó al herido a su sanatorio.

El deceso se produjo veinte minutos después de ingresar al quirófano, donde le fue extraído el cuchillo con el que había sido agredido.

El asesino, Kristen TheodorKnu­dsen(26),fueretenid­o por Pascual Forte, una de las personas que había asistido a la misa, hasta que llegó al lugar el agente Ramón Gil Lozada, un efectivo de la comisaría de la sección Segunda, quien estaba apostado en una de las esquinas de Estomba y Sarmiento, y había advertido muestras de pánico en algunas personas.

Sorpresa

“En su momento, lo del pa- dre Pérez causó repercusió­n, pero después no tuvo mucha trascenden­cia; hasta el momento que lo exhumaron”, recuerda Miguel Quinteros, quien asegura que. “vengo a Catedral desde el '45 y, siendo monaguillo, me crié al lado de los sacristane­s que había acá”, y “fui sacristán, del '54 al '57. Estuve acá la tarde del 16 de junio de 1955 en la que fue incendiada”.

La exhumación de los res- tos del presbítero asesinado se realizó 42 años después de su muerte. Y la sorpresa fue mayúscula.

“Su nombre salió un aviso en La Nueva, en una crónica de sepulturas vencidas. Cuando la Curia se entera fue de inmediato y lo rescata con la idea de reducirlo, pero encuentran que el cadáver está intacto, momificado. Entonces deciden trasladarl­o a la Catedral y le dan sepultura acá, donde no hay otro párroco sepultado; él es el único”, dice Quinteros, aclarando que “está la cripta de los arzobispos, donde yacen los restos de los monseñores Leandro B. Astelarra, Germiniano Esorto, Rómulo García y Jorge Mayer”.

Quinteros explicó que el cuerpo “estuvo en nicho libre de humedad. Eso fue lo que dijeron en el cementerio y también desde la misma funeraria (empresa Bonacorsi, que por entonces funcionaba en la primera cuadra de calle Yrigoyen)”, por lo que se desistió de su reducción y, el 7 de marzo de 1965, fue otra vez sepultado, pero en el sector izquierdo del atrio de la Catedral.

“Lustraron bien el cajón, le sacaron la tapa de vidrio y le pusieron un velo morado en la cara para que no cause impresión. Y el obispo, monseñor Esorto, hizo una misa exequial”, detalló Quinteros.

Hallazgo

El hombre sabe que Pérez recibió “una puñalada sola” y que “al entrar el cuchillo hizo un desgarro en 7 en la casulla”, que era parte del ornamento que vestía en la ceremonia y fue hallada más de tres décadas después del crimen.

En la sacristía “estaban todos los juegos de ornamentos que se usaban antes, que no eran como los de ahora. Atrás de todos ellos había un paquete redondo. Los chicos (en referencia a los monaguillo­s) lo vieron y cuando lo sacamos vimos que era ropa ensangrent­ada y una casulla toda envuelta. Era como (la figura de) una guitarra, del corte español, cortita. Es decir que eso estuvo ahí desde que se lo sacaron hasta que lo descubrimo­s nosotros, y eso ha sido en el año '54 o '55”.

“Rodríguez, el párroco que había en ese tiempo, dijo 'esto está bien' y la mandó a zurcir; se usaba para todos los días, era un ornamento diario. Y lo usó mucho tiempo. Es que había tres o cuatro misas todos los días, con el antiguo rito, en latín”, recuerda Quinteros.

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Miguel Quinteros reveló algunos detalles posteriore­s al crimen y las circunstan­cias que rodearon al hecho.
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FOTOS: EMMANUEL BRIANE-LA NUEVA.
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