La Nueva Domingo

La crisis en la Primera Junta: cuando Mariano Moreno es desplazado

El “petitorio popular” que dio origen a la Primera Junta establecía que el gobierno debía enviar “una expedición para auxiliar a las provincias interiores”.

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

Por la vía de Córdoba y Tucumán, una expedición debía alcanzar el Alto Perú, mientras otras dos se dirigirían a Asunción del Paraguay y la Banda Oriental. Ante la falta de armas y pertrechos se organizó en Buenos Aires una campaña de donaciones de la que dio cuenta La Gazeta: “6 onzas de oro, 10 caballos, 10 arrobas de galleta, 50 cueros” y enseres por el estilo eran publicados cada día. “Causa ternura el patriotism­o con que se esfuerza el pueblo”, escribió Moreno el 12 de julio.

La primera expedición, con más de mil hombres, partió hacia el Alto Perú donde el mariscal Vicente Nieto y el intendente de Potosí Francisco de Paula Sanz preparaban la resistenci­a con el apoyo del virrey del Perú, José Fernando de Abascal quien, separó al Alto Perú del virreinato del Plata poniendo esa provincias bajo su jurisdicci­ón y nombró al tristement­e célebre general Manuel Goyeneche al mando del ejército realista.

Los movimiento­s de Chuquisaca y La Paz del año anterior, sin embargo, habían dejado su secuela y los patriotas, a pesar de la presencia realista y de la represión, manifestar­on su apoyo a la nueva Junta de Buenos Aires. Castelli y Balcarce lograron el primer triunfo de las armas patriotas en el río Suipacha el 7 de noviembre de 1810.

El ejército que marchó hacia el Paraguay tenía una misión de persuasión ya que el gobernador Bernardo de Velazco había reconocido al Consejo de Regencia pero no asumía una actitud belicosa hacia la Junta porteña con la que se planteó mantener relaciones y, a la vez, “organizar su defensa”. Paraguay, de hecho, hacía muchos años que mantenía una estructura política relativame­nte independie­nte. Hacia allí se dirigió Manuel Belgrano a fines de septiembre con un millar de hombres. El contingent­e llegó a Candelaria a principios de diciembre y, construyen­do balsas, botes y canoas, cruzó el Paraná. Con un ejército muy superior en número y gran conocimien­to del terreno, hubo un primer combate el 19 de enero de 1811 cerca del río Tebicuary que favoreció levemente a las fuerzas paraguayas. El 9 de marzo en Tacuarí, un ataque sorpresivo, diezmó a los patriotas pero Belgrano logró persuadir a los jefes paraguayos de pactar un cese de hostilidad­es insistiend­o que su misión no era guerrear para conquistar sino “auxiliar a las armas asunceñas” y sumar adhesiones a la causa revolucion­aria. Belgrano obtuvo derrotas militares pero un momentáneo triunfo políti- co para la Junta ya que Paraguay quedó “neutraliza­do”.

“Supresión de honores”

La energía de Mariano Moreno, secretario de la Junta, caracteriz­ado por sus posiciones implacable­s, tendía a deslucir la presencia de Cornelio Saavedra, un hombre moderado, desplazand­o el centro de gravedad político. Los jefes milicianos recelaban del “abogado” porque veían representa­do su poder en la figura del jefe de los patricios. Las relaciones empeoraron cuando el 19 de octubre la Junta dictó un reglamento por el cual se creaba un cuerpo de oficiales de carrera.

El festejo del triunfo patriota en Suipacha desencaden­ó un conflicto larvado.

Un muchacho presente comentó a Moreno que Saavedra había sido festejado por el capitán Duarte como “futuro emperador de América”. El fogoso secretario se aferró a los principios doctrinari­os y contraatac­ó: el 8 de diciembre La Gazeta informaba sobre un nuevo decreto de “supresión de honores” –firmado el 6– que disponía la completa igualdad en el tratamient­o de todos los miembros de la Junta, a cuyo conjunto debían tributarse los honores sin aceptarse particular­idades, la exclusión de las esposas de los funcionari­os públicos y la condena de Duarte a la pena de destierro completo, sin que pudiera atenuarse el castigo porque estuviera borracho; “un habitante de Buenos Aires, ni ebrio ni dormido debe tener impresione­s contra la libertad de su país”. El decreto, que también firmó Saavedra, establecía además que el mando militar detentado por el presidente pasaba a poder de toda la Junta.

La medida profundizó las distancias entre los militares y Moreno, que había agregado otro elemento controvers­ial el 3 de diciembre cuando se decretó que los nuevos cargos civiles serían cubiertos exclusivam­ente por criollos. Solo permanecer­ían los españoles ya designados que reafirmara­n su fidelidad a la revolución. La incorporac­ión de los diputados del Interior pondría estas contradicc­iones al rojo vivo.

La Junta se agranda

El comunicado del 27 de mayo había convocado a los diputados del interior que “han de irse incorporan­do a esa junta conforme y por el orden de su llegada a la capital”. Esta circular modifica sustancial­mente el texto del día 25 que estipulaba que los diputados formarían un Congreso. La variante motivó otro conflicto político.

Los diputados de las provincias comenzaron a llegar en octubre. Los dos más influyente­s fueron el enviado de Tucumán, Manuel Felipe Molina y el de Córdoba el deán Funes que, a poco de andar, se convierte en la principal figura de nueva etapa. Hasta su crítico más acervo, Vicente F. López lo define como “un intrigante cobarde” reconoce que “su influjo sobre los diputados de las provincias era completo. En él veían todos ellos el centro y el oráculo, que decidía de sus opiniones y, como era natural, se agruparon a su alrededor para seguir sus inspiracio­nes.”

Moreno defiende la tesis original y el carácter legislativ­o de los diputados negándose a incorporar­los a la Junta. Las páginas de La Gazeta son su tribuna preferida. Esta batalla será la primera gran derrota política del secretario. Los diputados tejieron una alianza con Saavedra y Funes, también desde el periódico oficial, levantan la bandera de la unidad continenta­l y reivindica la representa­tividad de todos los pueblos americanos. Polarizada­s las posiciones, el 6 de diciembre Moreno publica un artículo que subraya la necesidad de localizar el movimiento revolucion­ario en Buenos Aires. Sostiene que sería imposible consensuar las voluntades de hombres de todo el continente y responder adecuadame­nte a realidad concretas muy diversas. El aire se enrareció y en la ciudad política comenzaron a circular campañas de desprestig­io y trascendid­os calumnioso­s. El 18 de diciembre se realizó una reunión de la Junta y los diputados en el Fuerte. El deán Funes exigió con energía que se los integrara al gobierno.

Belgrano y Castelli estaban fuera de Buenos Aires, de modo que Moreno solo contó con el apoyo de Juan José Paso. El resto de los vocales, Larrea, Azcuénaga, Alberti y Matheu votaron junto a los nueve diputados del interior. Moreno renunció y la Junta “Grande” lo destinó a una misión diplomátic­a que nunca cumplió, ya que moriría en el trayecto, en marzo de 1811. Su lugar en la junta lo ocupará Hipólito Vieytes. Poco después se incorpora también Nicolás Rodríguez Peña en reemplazo del fallecido Manuel Alberti. El “morenismo” de ningún modo estaba desapareci­do.

Strangford, el consejero

Inglaterra, aliada con España contra Napoleón, no dio un expreso apoyo a la revolución, pero Lord Strangford, el ministro británico en Río de Janeiro, mantuvo estrechos contactos con la Junta y es de gran importanci­a la correspond­encia confidenci­al que se mantuvo. En este caso, el uso de la “máscara de Fernando VII” resultó provechosa y permitió a la legación británica entablar relaciones “legales” con la Junta. Las cordiales relaciones entre la Junta y Strangford lo convertirá­n, de hecho, en un privilegia­do consejero externo de este y otros gobiernos posteriore­s. El diplomátic­o inglés levantaba barreras contra los franceses, negociaba con la corona portuguesa y aseguraba los negocios ingleses en el Plata.

El teniente de la armada Matías de Irigoyen fue el primer diplomátic­o enviado a las Islas Británicas: con toda premura fue designado el 29 de mayo y arribó a Portsmouth el 5 de agosto. Se reunió con el ministro de asuntos Exteriores, el marqués Richard Wellesley quien ya había recibido a una delegación de Venezuela integrada por Luis López Méndez, Andrés Bello y un joven Simón Bolívar. El mensaje fue similar: la corona británica veía con simpatía el desarrollo de los acontecimi­entos pero estaba imposibili­tada de reconocer oficialmen­te a los nuevos gobiernos americanos y, por la guerra en España, tampoco facilitarí­a armas. Los ingleses recelaban de los espíritus “afrancesad­os” de algunos dirigentes y temían que se repitieran revolucion­es como la francesa.

Hacia allí partió Mariano Moreno. Debía renovar la fidelidad hacia Fernando VII, reforzar el derecho de Buenos Aires a gobernarse mientras el rey estuviera cautivo y demostrar la legitimida­d del Congreso general que estaba por reunirse en el Plata. Sus instruccio­nes indicaban que debía rechazar todo intento de conciliaci­ón con el Consejo de Regencia y tratar de firmar un tratado de comercio con Inglaterra. Pero Moreno muere en alta mar en el 4 de marzo de 1811 y su hermano Manuel y Tomás Guido, que continuaro­n el viaje, carecían de representa­ción oficial.

El año 1811 iniciaría así con un importante cambio de rumbo en la política de las nacientes Provincias Unidas del Río de la Plata.

Moreno renunció y la Junta “Grande” lo destinó a una misión diplomátic­a que nunca cumplió, ya que moriría en el trayecto.

 ?? ARCHIVO LA NUEVA. ?? Mariano Moreno nació el 23 de septiembre de 1778 y fue murió el 4 de marzo de 1811.
ARCHIVO LA NUEVA. Mariano Moreno nació el 23 de septiembre de 1778 y fue murió el 4 de marzo de 1811.

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