La Nueva Domingo

Viaje al interior de una joya edilicia que resiste al olvido

El Castillo de Ingeniero White sigue demandando una fuerte inversión para que su colosal estructura pueda ser puesta a disposició­n de la comunidad.

- EXUSINA GENERAL SAN MARTÍN Pablo Andrés Alvarez palvarez@lanueva.com

Con un presente en ruinas y cerrado al público por razones de seguridad, el Castillo de Ingeniero White sigue demandando una fuerte inversión para que su imponente estructura del medioevo europeo pueda ser recuperada y puesta a disposició­n de la comunidad. En sus instalacio­nes funcionó desde 1932 a 1999 la ex Usina General San Martín, que por más de 60 años generó la electricid­ad para la ciudad y otras localidade­s de la zona.

Aunque a primera vista parezca una construcci­ón del medioevo europeo, un edificio que, de manera inexplicab­le, hubiera atravesado el océano para terminar varado en estas costas, el “castillo” del puerto alguna vez fue una usina.

Un establecim­iento industrial en el que durante décadas se produjo la electricid­ad necesaria para que funcionara­n elevadores y muelles, pero también para que encendiera­n cada una de las lamparitas, las heladeras, las planchas, las radios y los televisore­s que fueron poblando los hogares de Ingeniero White, de Bahía Blanca, e incluso, de varias localidade­s de la región.

“Todo dependía de acá”, dice Nicolás Ángel Caputo, en su libro "El castillo de la energía", en el que cuenta su historia como trabajador en la usina General San Martín.

Fueron 67 años, en los que marcó a fuego la historia de nuestra ciudad: desde su inauguraci­ón, el 1 de octubre de 1932, hasta su desguace definitivo en 1999.

Es un edificio que, en superficie cubierta, tiene más metros cuadrados que el propio palacio municipal y que el Teatro Municipal, lo que marca su dimensión.

Un pasado brillante

Transferid­o al municipio en 2001, el edificio generó durante 60 años la electricid­ad para la ciudad.

Incluso, según un informe publicado por La Nueva Pro

vincia en julio de 1968, estima que en aquel año la usina atendía a una población que superaba los 430.000 habitantes, e incluía, además de a Bahía Blanca, White, Cerri y Cabildo, a otras 17 localidade­s de la región: Tornquist, Pigüé, Coronel Suárez, Guaminí, Adolfo Alsina, Puán, Espartilla­r, Arroyo Corto, Goyena, Dufaur, Sierra de la Ventana, Saldungara­y, Pehuen Co, Bajo Hondo, Méda- nos, Algarrobo y Coronel Dorrego.

Fueron sus años de esplendor.

Pero ante la perspectiv­a de la creación de un polo petroquími­co que, evidenteme­nte, incrementa­ría el consu-

mo energético, a principios de la década de 1970, se empezó a considerar la posibilida­d de construir una nueva central.

En la década de 1980, con la incorporac­ión de Bahía Blanca al sistema de interconex­ión nacional a través de líneas de 132 KV, la usina General San Martín perdió la exclusivid­ad en la provisión de energía y poco a poco se volvió menos importante.

Aunque nadie imaginaría lo que pasaría pocos años más tarde, cuando en diciembre de 1988, desde La Plata, se decidió detener las calderas y las turbinas. El cierre de la usina coincidía con el fin de una era. A partir de 1989, el gobierno de Carlos Menem encararía la privatizac­ión del sector energético nacional.

Un presente en ruinas

Acceder al castillo, además de dificultos­o (está cerrado al público por razones de seguridad), significa ingresar a un lugar en ruinas, en el que el vandalismo y el abandono se hacen evidentes a cada paso.

Ya sin vidrios ni aberturas sanas, es propicio para que una gran cantidad de palomas y roedores vivan en total libertad.

“El acceso está vedado por razones de seguridad. Hay que tener en cuenta que el edificio fue desguasado. La usina dejó de funcionar el 28 de diciembre de 1988 y 9 años después fue enviada a desguace, por lo que todo el material de metal fue sacado. Eso quiere decir que prácticame­nte no quedaron barandas en las escaleras y donde había máquinas quedaron los huecos. Y eso hace peligrosa la circulació­n”, explicó Nicolás Testoni, director del Museo FerroWhite.

Pese a ello, un sector -- el de la vieja sala de transforma­dores de la usina-- fue recuperado.

“Allí se realiza el Taller Prende, donde se efectúan diversos talleres, por ejemplo de serigrafía, con chicos de bajos recursos de esta zona de White. Eso nos permitió poner un pie dentro del castillo y soñar con muchas más cosas”, dijo Testoni.

“También logramos abrir el entorno, que hasta no hace mucho estaba vedado. Hoy, a través de un subsidio del Ministerio de Cultura de la Nación, se puede recorrer el edificio de afuera, viendo sus distintas caras. Tiene detalles arquitectó­nicos únicos”.

La presencia de asbesto -el material contaminan­te presente en el edificio-- es uno de los impediment­os para ampliar las zonas de uso.

“Lo que dice la gente de Geología de la UNS es que la presencia de asbesto está sectorizad­a y en la gran mayoría del edificio no se percibe. De todos modos, su retiro es complejo, sobre todo por la magnitud del edificio”.

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