Viaje al interior de una joya edilicia que resiste al olvido
El Castillo de Ingeniero White sigue demandando una fuerte inversión para que su colosal estructura pueda ser puesta a disposición de la comunidad.
Con un presente en ruinas y cerrado al público por razones de seguridad, el Castillo de Ingeniero White sigue demandando una fuerte inversión para que su imponente estructura del medioevo europeo pueda ser recuperada y puesta a disposición de la comunidad. En sus instalaciones funcionó desde 1932 a 1999 la ex Usina General San Martín, que por más de 60 años generó la electricidad para la ciudad y otras localidades de la zona.
Aunque a primera vista parezca una construcción del medioevo europeo, un edificio que, de manera inexplicable, hubiera atravesado el océano para terminar varado en estas costas, el “castillo” del puerto alguna vez fue una usina.
Un establecimiento industrial en el que durante décadas se produjo la electricidad necesaria para que funcionaran elevadores y muelles, pero también para que encendieran cada una de las lamparitas, las heladeras, las planchas, las radios y los televisores que fueron poblando los hogares de Ingeniero White, de Bahía Blanca, e incluso, de varias localidades de la región.
“Todo dependía de acá”, dice Nicolás Ángel Caputo, en su libro "El castillo de la energía", en el que cuenta su historia como trabajador en la usina General San Martín.
Fueron 67 años, en los que marcó a fuego la historia de nuestra ciudad: desde su inauguración, el 1 de octubre de 1932, hasta su desguace definitivo en 1999.
Es un edificio que, en superficie cubierta, tiene más metros cuadrados que el propio palacio municipal y que el Teatro Municipal, lo que marca su dimensión.
Un pasado brillante
Transferido al municipio en 2001, el edificio generó durante 60 años la electricidad para la ciudad.
Incluso, según un informe publicado por La Nueva Pro
vincia en julio de 1968, estima que en aquel año la usina atendía a una población que superaba los 430.000 habitantes, e incluía, además de a Bahía Blanca, White, Cerri y Cabildo, a otras 17 localidades de la región: Tornquist, Pigüé, Coronel Suárez, Guaminí, Adolfo Alsina, Puán, Espartillar, Arroyo Corto, Goyena, Dufaur, Sierra de la Ventana, Saldungaray, Pehuen Co, Bajo Hondo, Méda- nos, Algarrobo y Coronel Dorrego.
Fueron sus años de esplendor.
Pero ante la perspectiva de la creación de un polo petroquímico que, evidentemente, incrementaría el consu-
mo energético, a principios de la década de 1970, se empezó a considerar la posibilidad de construir una nueva central.
En la década de 1980, con la incorporación de Bahía Blanca al sistema de interconexión nacional a través de líneas de 132 KV, la usina General San Martín perdió la exclusividad en la provisión de energía y poco a poco se volvió menos importante.
Aunque nadie imaginaría lo que pasaría pocos años más tarde, cuando en diciembre de 1988, desde La Plata, se decidió detener las calderas y las turbinas. El cierre de la usina coincidía con el fin de una era. A partir de 1989, el gobierno de Carlos Menem encararía la privatización del sector energético nacional.
Un presente en ruinas
Acceder al castillo, además de dificultoso (está cerrado al público por razones de seguridad), significa ingresar a un lugar en ruinas, en el que el vandalismo y el abandono se hacen evidentes a cada paso.
Ya sin vidrios ni aberturas sanas, es propicio para que una gran cantidad de palomas y roedores vivan en total libertad.
“El acceso está vedado por razones de seguridad. Hay que tener en cuenta que el edificio fue desguasado. La usina dejó de funcionar el 28 de diciembre de 1988 y 9 años después fue enviada a desguace, por lo que todo el material de metal fue sacado. Eso quiere decir que prácticamente no quedaron barandas en las escaleras y donde había máquinas quedaron los huecos. Y eso hace peligrosa la circulación”, explicó Nicolás Testoni, director del Museo FerroWhite.
Pese a ello, un sector -- el de la vieja sala de transformadores de la usina-- fue recuperado.
“Allí se realiza el Taller Prende, donde se efectúan diversos talleres, por ejemplo de serigrafía, con chicos de bajos recursos de esta zona de White. Eso nos permitió poner un pie dentro del castillo y soñar con muchas más cosas”, dijo Testoni.
“También logramos abrir el entorno, que hasta no hace mucho estaba vedado. Hoy, a través de un subsidio del Ministerio de Cultura de la Nación, se puede recorrer el edificio de afuera, viendo sus distintas caras. Tiene detalles arquitectónicos únicos”.
La presencia de asbesto -el material contaminante presente en el edificio-- es uno de los impedimentos para ampliar las zonas de uso.
“Lo que dice la gente de Geología de la UNS es que la presencia de asbesto está sectorizada y en la gran mayoría del edificio no se percibe. De todos modos, su retiro es complejo, sobre todo por la magnitud del edificio”.