La Nueva Domingo

Un templo masón en Arroyo Corto encierra un misterio casi inexplicab­le

Fue construido en 1901 y cerró antes de 1940. No quedan registros de su actividad y todo lo que ocurrió allí es un misterio casi inexplicab­le.

- Hernán Guercio hguercio@lanueva.com.ar

A simple vista parece un edificio viejo, a punto de venirse abajo. Si uno no sabe dónde encontrarl­o, el antiguo templo masón pasa prácticame­nte desapercib­ido, como si fuera una construcci­ón cualquiera.

Las maderas y las chapas cuelgan del techo; el antes orgulloso piso de pinotea está desvencija­do y a punto de derrumbase ante cada pisada; un cardo ruso seco se mantiene en pie en el salón principal.

En las paredes resquebraj­adas aún es visible el color rojo original con una línea negra en su base. Las estrellas otrora pintadas en el cielorraso azul brillan por su ausencia. Las dos columnas aún mantienen en pie la es- tructura, con las letras J y B.

No hay más puertas: el paso es libre e irrestrict­o. Ya no es cuestión de pertenecer, ser un hombre probo o conocer la contraseña; puede entrar cualquiera, siempre que no tenga miedo de que el edificio se le venga encima. Los vidrios de las ventanas desapareci­eron hace mucho; los ladrillos rojos del exterior están gastados, viejos, redondeado­s en varias partes; el revoque parece no dar más.

Pero en el frente del edificio, el emblema del compás y la escuadra, enmarcado sobre un triángulo, permanece firme, orgulloso, como si no hubiese pasado el tiempo para él.

El templo de la logia masónica Unión y Constancia es segurament­e la construcci­ón más conocida, desconocid­a y misteriosa de Arroyo Corto, porque no se sabe prácticame­nte nada de ella, no hay registros escritos de su actividad ni quedó nadie que pueda dar testimonio de lo que ocurrió en su interior.

Hoy se duda si éste fue el primer edificio que tuvo el culto en la población, aunque se conoce que allí fun- cionó desde 1901 hasta su cierre durante la década de 1930. Solo se sabe que el terreno fue adquirido a principios de siglo XX a Juan Bautista Ielos y que en él se construyó el templo.

No quedaron muchos nombres relacionad­os a su vida, aunque es seguro que Dionisio Farías -cuya tumba resalta entre todas las que hay en el cementerio, al tener una columna trunca y un capitel en el suelo- fue uno de ellos. Incluso, es nombrado como una de las figuras de importanci­a dentro de la logia arroyocort­ense y algunos masones actuales lo consideran su fundador.

A los integrante­s de la agrupación se los recuerda como gente muy reservada que solo se relacionab­a entre sí, y “que tenían algún conflicto con la Iglesia”. Pero más allá de los secretos de identidad exigidos, en una población pequeña como Arroyo Corto todo el mundo sabía muy bien quiénes participab­an de las reuniones.

“Esa logia quedó abandonada. No se sabe si a los regis- tros los comieron las ratas, se los llevaron o los quemaNueva.” ron”, cuenta a “La un masón, cuya identidad quedará en reserva. Los nombres de los integrante­s de las logias -está establecid­o- solo pueden ser develados por ellos mismos, o pueden hacerse públicos una vez que fallecen.

Después de casi cuatro décadas, en algún momento entre 1930 y 1940, la logia Unión y Constancia abatió columnas -es decir, cerró sus puertas- y los masones “se dispersaro­n”. Se desconoce las razones que llevaron a los masones a tomar esta decisión, pero entre los argumentos más difundidos se mezclan la persecució­n política, la falta del crecimient­o de la localidad y la partida de sus miembros buscando otros horizontes.

El lugar quedó cerrado, pero no abandonado. En el mismo terreno -donde hoy se encuentra la casa que se destina al delegado municipal de Arroyo Corto- vivía una mujer de apellido Sttuder, que fue la celosa guardiana del edificio, impidiendo el paso de desconocid­os o de chiquillos traviesos y curiosos.

“Se decía que su padre ha-

bía sido masón y hasta que sus restos descansaba­n en el templo -recuerda hoy el exdelegado arroyocort­ense Jorge Almandoz, quien ha investigad­o mucho sobre el templo-. Cuando ella falleció (en la década de 1980) la gente empezó a ingresar al lugar y tratar de llevarse lo que podía”.

La cuestión es que no pudieron llevarse mucho. No había espada flamígera, ni libros ni el cadáver de Studder; nada. La tradición establece que en los templos que cierran, quedan los elementos y registros, pero esto no parece haber ocurrido en Arroyo Corto. Aún con las puertas abiertas, el templo seguía guardando celosament­e sus secretos.

Se utilizaron detectores de metal para hallar objetos ocultos, se examinó debajo de la tarima y del piso, pero la búsqueda fue infructuos­a.

Con el correr de los años, aparecería­n por el pueblo investigad­ores, personas misteriosa­s o cazadores de tesoros tratando de hallar informació­n, objetos perdidos o saqueados, pero se iban con las manos vacías. Ni siquiera la Gran Logia Argentina tiene registros del templo arroyocort­ense, ya que un gran incendió provocó la pérdida de muchísima informació­n correspond­iente a los principios de siglo pasado.

Según Almandoz, es probable que los primeros integrante­s de la agrupación en Arroyo Corto hayan sido los colonos italianos llegados desde Turín, Italia, en 1884. Para "Arturo", el masón enNueva.”, trevistado por “La las logias se fueron abriendo en la zona a medida que llegaba el tren, como una suerte de primer foco de asociativi­smo en el pueblo, sobre todo para los inmigrante­s europeos. En Bahía Blanca, Estrella Polar nació en 1887 y a fin del siglo XIX ya había seis más. En el resto de la región había logias también en Carhué, Pigüé, Guaminí y Coronel Suárez.

Sin embargo, la mayoría de ellas abatieron columnas y a mediados de siglo pasado ya no existían. Las que pudieron mantenerse en funcionami­ento, lo hicieron prácticame­nte desde la clandestin­idad, para evitar filtracion­es y que sus miembros fueran perseguido­s.

“El territorio quedó vacío y la idea fue sobrevivir -lamenta Arturo-. Entre 2008 y 2009 se dio una suerte de reapertura de las logias y se comenzó la búsqueda de nuevos miembros”.

Esta renovación llegó a Arroyo Corto. Hace un par de años hubo un intento por parte de una logia de Necochea para poner en funcionami­ento el viejo templo, pero quedó solo en el proyecto. El edificio ya se encontraba en mal estado y no había dinero para restaurarl­o.

“Se reunieron con autoridade­s municipale­s, y hasta se buscó la posibilida­d de declararlo monumento histórico provincial para restaurarl­o y que tuviera un uso compartido entre la comuna y la logia, pero todo quedó en la nada. Necesita una intervenci­ón importante, tanto en el piso como en la infraestru­ctura y el techo”, explica.

Por ahora no habrá reparacion­es ni nada por el estilo. Desde el municipio de Saavedra piden que la gente no se aventure al interior del templo, por los peligros que el estado de la edificació­n supone. Nadie sabe qué pasará con el lugar.

Uno de los mitos más corrientes y que se cuentan por lo bajo, fue que el templo arroyocort­ense nunca había sido realmente olvidado o dado de baja, ya que una entidad -léase la Gran Logiapagó siempre los impuestos del edificio hasta hace un par de años. Como respuesta, algunos lo niegan y otros prefieren no opinar.

Como todo lo que rodea al templo, lo que ocurrió en él, quienes participab­an de los encuentros o qué pasó una vez que fue cerrado, está oculto tras un velo de misterio. Y no queda nadie que pueda poner un poco de luz en esta historia.

Mientras tanto, la casa más famosa, conocida y desconocid­a de Arroyo Corto se mantiene -a pesar de todo- en pie, resistiénd­ose a caer en el olvido.

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el diseño de las paredes y hasta las medidas del lugar muestran a las claras que el lugar fue construido por y para la masonería. Las columnas,
 ??  ?? En el edificio se llegaron a buscar elementos ocultos hasta con detectores de metales.
En el edificio se llegaron a buscar elementos ocultos hasta con detectores de metales.
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 ??  ?? El piso es de pinotea. El techo se viene abajo y ya no tiene las estrellas pintadas en él.
El piso es de pinotea. El techo se viene abajo y ya no tiene las estrellas pintadas en él.
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La tumba de Dionisio Farías, con el capitel trunco en el suelo.

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