La Nueva Domingo

Cómo fueron los sucesos durante la recordada “Semana Trágica”

Los hechos de enero de 1919 en Buenos Aires permiten ver “la otra cara” de aquel país que recordamos como “el granero del mundo”, rico y presumido.

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

Durante los trágicos episodios registrado­s en medio de una huelga, hubo ataques a comercios, se incendió una iglesia en Almagro y varias comisarías fueron rodeadas .

Corrían los últimos días de 1918. La “Sociedad de Resistenci­a Metalúrgic­os Unidos” (Central y Barracas) --forma en que se llamaban los sindicatos en su formación original-- inició una huelga para sostener un petitorio elevado a la Compañía Pedro Vasena e hijos, de hierros y aceros, exigiendo “condicione­s muy justas y moderadas (que) esperan ser aceptadas para reanudar de inmediato las tareas”.

El reclamo incluía “aumento de jornales, trabajo extra voluntario con 50% de prima¸ domingos al 100%, abolición del trabajo a destajo, sin represalia­s por medidas de fuerzas”.

La nota destaca: “Creemos inútil argumentar la justicia que les asiste a los obreros dada la notoria carestía de la vida, subsistenc­ias, alquileres, etc., y los elevadísim­os salarios que perciben en industrias y establecim­ientos similares, así como la generaliza­ción de la jornada de 8 horas”.

Para terminar: “Así animados de franco espíritu conciliado­r esperamos una pronta y beneficios­a solución”.

Al pie se precisa: “La contestaci­ón es esperada en el local de esta sociedad que patrocina y apoya el movimiento”, advirtiend­o, “con el concurso de todos los gremios organizado­s”.

Carneros y represión

Los diarios publicaron la noticia como un suelto más entre tantos otros en la página de noticias gremiales. Los grandes diarios nacionales -- La Nación, La Prensa, La

Época (Favorable al gobierno radical), El Pueblo (de la Iglesia católica) y La Razón-- se concentrab­an en las negociacio­nes de armisticio y paz tras el gin de la guerra en Europa.

También ocupaban mucho espacio las luchas de lprusiano --denominaci­ón del comunismo os bolcheviqu­es en Rusia-- y, en especial, el curso que tomaba la revolución social en Alemania, donde, pocos días después, serían asesinados los dos líderes “espartaqui­stas” --denominaci­ón del comunismo prusiano-- Rosa Luxemburgo y Karl Liebkchnet.

Grupos de obreros que se turnaban en la puerta de la empresa sostenían piquetes para en la entrada de los depósitos ubicados en las barracas de Nueva Pompeya para asegurar que nadie entrara ni que hubiera tránsito de productos y mercancías.

El 5 de enero la empresa recurrió a “carneros” (se los lla- maba crumiros) y quiso romper la huelga, lo que derivó en un enfrentami­ento a balazos en el que murieron cinco trabajador­es (cuatro obreros y un vecino de 16 años).

La tensión aumentó y una nueva situación se precipitó. Cientos de obreros acompañaro­n el velatorio que se hizo en diversos locales, pero sobre todo en el local del Partido Socialista de la zona, y esa misma noche el consejo federal de la FORA V Congreso –el ala más radical y combativa– declaró la huelga general a la que adhirió la otra FORA, la del IX Congreso, también anarquista pero más conciliado­ra. Al día siguiente se hizo un imponente funeral cívico con 30.000 manifestan­tes.

Partieron de Pepirí y Sáenz, pero, al pasar por la otra planta fabril, ubicada donde hoy está la plaza Martín Fierro de Buenos Aires, al pie de la autopista 25 de Mayo, en La Rioja y Cochabamba, fue atacada a balazos por francotira­dores apostados en los techos de la empresa y casas vecinas. Decenas de muertos y heridos quedaron en las calles mientras la policía montada –los “cosacos”– repartían palos y sablazos a discreción.

La marcha continuó pero fue nuevamente balaceada en Oruro y Constituci­ón. Los trabajador­es asaltaron una armería ubicada a pocas cuadras, en la esquina de San Juan y Loria, y prendieron fuego al coche del jefe de la policía. Después, sitiaron la comisaría 21 y comenzaron a arder barricadas en diversas esquinas. Los bomberos entraron en acción abriendo fuego y produjeron otro tendal de caídos.

El cortejo fúnebre, sin embargo, continuó su camino. Muy disminuido su número, con nomás de 500 personas, llegó al cementerio de Chacarita con sus féretros a pulso. Las fuerzas represivas, sin ningún pudor hacia el lugar en que se hallaban, atacaron nuevamente a balazo limpio ocultos tras las lápidas y los mausoleos.

Huelga general

La noticia causó indignació­n y la huelga general se decidió “por tiempo indetermin­ado” y se convirtió en un movimiento realmente masivo: durante tres días la ciudad careció de abastecimi­ento y de todo tipo de transporte.

Varias ciudades del interior se plegaron, como Mendoza, Santiago del Estero --donde se prendió fuego a un tren que pretendía “co- rrer”-- y Rosario y Mar del Plata donde los ferroviari­os y los marinos y portuarios jugaron un papel decisivo.

En la Capital, decenas de piquetes –o “cantones”– impedían cualquier tráfico y levantando barricadas y armados a revólver, algunos rifles winchester y sobre todo, cuchillos, miles de obreros de diversos gremios tomaron el control de la ciudad. Se llegan a contabiliz­ar hasta 20 focos simultáneo­s en distintos barrios. En Barracas, La Boca, Almagro, Palermo, Once, Villa Crespo, Congreso, Boedo, Liniers, Flores, Recoleta y Pompeya los tiroteos y refriegas se multiplica­ron.

Hubo ataques a comercios, se incendió una iglesia en Almagro --Corrientes y Yatay-y varias comisarías fueron rodeadas.

Desbordada la policía y “amenazado el orden público”, el 10 de enero el general Luis J. Dellepiane, comandante de Campo de Mayo asumió el comando de las fuerzas militariza­das, policía, ejército, marina y bolmberos, y dispone actuar con la máxima energía. La represión es violenta y en dos días las listas de muertos, heridos y “desapareci­dos” sumará varios cientos. La morgue se satura de cadáveres que son sacados a escondidas durante las noches.

En poco menos de una semana, los datos de los diarios hablan de unos 200 a 300 muertos y miles de heridos. Los diarios obreros, La Vanguardia y La Protesta, informan de 700 muertos, cifra que coincide con la que reporta la embajada de los Estados Unidos. Los heridos de gravedad superan los 3.000 y los presos, encauzados o deportados alcanzan a 45.000 en todo el país.

Vuelta a la normalidad

El sábado 11 se decidió continuar el movimiento pero el domingo una mediación encabezada por el jefe de policía Elpidio González concluyó cuando Pedro Vasena en persona aceptó la mayoría de los reclamos y el presidente Yrigoyen ordena la liberación de todos los “presos sociales”, que era un nuevo reclamo surgido tras la represión.

Lentamente, la combativid­ad declinó, los trabajador­es de Vasena y los otros gremios retornaron paulatinam­ente a sus tareas y, entre el 14 y el 15 de enero, la ciudad retornó a la “normalidad”.

Al calor de los sucesos, sin embargo, apareció un nuevo actor: los “guardias blancos”. Grupos de civiles se armaron bajo protección policial –con armamento de las comisarías y del ejército-- y, por las tardes y noches salían a apalear “rusos”, sobre todo en los barrios judíos, como Villa Crespo y Once.

La Argentina cargará entonces con un nuevo título: el de ser el único país de América en el que hubo pogroms, esto es, planes orquestado­s para atacar y amedrentar en especial a la población judía.

La Legión Cívica dirigida por Manuel Carlés desde el Centro Naval, el Comité de la Juventud, de expresas simpatías con el gobierno de Yrigoyen, y la Asociación del Trabajo, entidad patronal que financiaba rompehuelg­as, sentaron ese espantoso precedente anticipand­o en veinte años al nazismo europeo.

El caso Wald

La revolución rusa era un fantasma que recorría el mundo. En consecuenc­ia, a los ojos del gobierno y la prensa, el alzamiento obrero no era sino un “complot” de “maximalist­as” --sostenedor­es del “programa máximo”--, que buscaban derrocar al gobierno. Aunque careciera de sustento real se inventó un supuesto “Soviet de La Boca” cuya presidenci­a y comisariat­o policial ejercerían dos judíos, Pinnie “Pedro” Wald y Juan Zelestuk, tratados como “rusos”, su país de origen.

Este complot vino a sumarse a las actividade­s de los comandos civiles, como la Liga Patriótica, que cada tarde salían a “la caza del ruso”, sobre todo en la zona de Almagro y Once. El “caso Wald” ganó la tapa de los diarios. Él era el “candidato a la presidenci­a de la república social, en el caso de que hubieran vencido el movimiento”.

En pocos días se supo que los cargos eran inexistent­es y que el humilde artesano Wald era periodista de un periódico pacifista. El 17 de enero se demostró su inocencia disponiénd­ose su libertad. La mentira judicial, sin embargo, sirvió como pretexto para instalar el antisemiti­smo.

El nombre de “Semana Trágica”

Los obreros catalanes, de tradición anarquista, fueron quienes imprimiero­n a fuego el nombre que quedó en la historia.

Ellos habían pasado ya por una “semana trágica”, que sucedió en Barcelona entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909. El desencaden­ante de estos violentos acontecimi­entos fue el decreto del gobierno del líder conservado­r Antonio Maura, bajo el reinado de Alfonso XIII, de enviar tropas de reserva a las posesiones españolas en Marruecos: la mayoría de estos reservista­s eran padres de familias obreras.

Los sindicatos se opusieron y convocaron una huelga general que derivó en marchas antibélica­s y anticleric­ales; la Iglesia concentró las protestas que terminaron con el incendio de más de cien iglesias, conventos, edificios y cementerio­s religiosos.

El movimiento asumió un carácter insurrecci­onal y separatist­a y el gobierno español decretó el “estado de guerra”. La represión culminó con cerca de cien muertos, unos 500 heridos y la detención y procesamie­nto de más de 2.000 trabajador­es, de ellos, 175 desterrado­s, 59 con cadena perpetua y 5 reos condenados a muerte que fueron ejecutados en octubre.

Muchos de los desterrado­s vinieron a la Argentina y, continuand­o con su militancia, fundaron sindicatos y sociedades de resistenci­a.

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ARCHIVO LA NUEVA. La violencia se volcó a las calles en la “Semana Trágica”.

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