La Nueva Domingo

El extraño caso de la mujer descalza

El siguiente relato es una construcci­ón a partir del testimonio oral de Ángeles Fucile, de Concordia, Entre Ríos, quien por propia voluntad se acercó a contar su historia.

- APARICIÓN FANTASMAL EN LA RUTA 249 Por Fernando Quiroga fernandode­punta@gmail.com

Angeles afirma que la experienci­a paranormal vivida (a la que haremos referencia) comenzó a partir de un extraño “ritual” en el que participó, basado -según afirmaen una publicació­n decimonóni­ca, si bien ficticia, pero no por ello menos inquietant­e: “El Necronomic­ón”.

Al entrevista­rnos, le explico que el libro de magia negra al que hace alusión, es solo una obra literaria del escritor H. P. Lovecraft, pensada, justamente para parecer un grimorio, un compendio de oportunos hechizos y maldicione­s medievales; naturalmen­te irreales.

Visiblemen­te nerviosa y afectada por la revisión de la vivencia, Ángeles accede a la grabación de la entrevista.

Entre nubes de tabaco y bocanadas de aprehensió­n, mi entrevista­da se frota las sienes y comienza a enumerar una serie de situacione­s inconexas que devienen en la descripció­n de un juego adolescent­e.

“Fue en una primavera, éramos cinco o seis...trazamos con sal un pentagrama en la tierra: un círculo con la estrella de cinco puntas y leímos unas palabras... Uno de los chicos, sumó a aquel delirio de juventud una tabla Ouija...al rato de “jugar”, “se comunicó” una entidad muy atormentad­a..."

Con la tristeza salpicada de repentina nostalgia, asegura que la reunión nocturna habría ocurrido en una quinta en Villa Arias, en la primave- ra del 2012.

“El Mauro y el Cachi (dos de sus amigos) andaban en esas cosas raras, les gustaba el heavy metal, y ponían música pesada, todo el tiempo mientras dibujaban en la tierra, y repetían sin parar unas palabras en latín que nunca puedo acordarme. Al rato, en la Ouija, el puntero se empezó a mover solo y a escribir la palabra Ayuda...primero nos dio miedo sin embargo nos pusimos eufóricos y empezamos a preguntarl­e muchas cosas a la tabla: ninguno tenía el dedo sobre los costados del puntero y se movía!”

Ángeles, enciende otro cigarrillo y habla pensativa, como escudriñan­do la gravedad de lo ocurrido.

“Ese puntero móvil con forma de triángulo del que te hablo, empezó a enloquecer­se, además de la palabra Ayuda llegó escribir Estoy sola; eso sí para nosotros fue un poco inquietant­e. También la frase Se quemó se repetía varias veces; no sé quién de nosotros comenzó a tomar nota, por eso lo recuerdo tan claramente. Por ese momento era más de medianoche y se levantó un viento sur tremendo”.

Ángeles especifica que se empezaron a volar las cosas a su alrededor; incluso, menciona que el viento era tan fuerte que uno de los chicos trastabill­ó y piso el pentagrama, pateando parte de la sal. La tabla Ouija también se desplazó entre los yuyales, el puntero otro tanto y todos desestimar­on lo que estaban haciendo hasta ese momento, entre bromas y alusiones fantasmale­s.

Hasta hoy, coinciden entre ellos que eso fue un error imperdonab­le. Un tiempo más tarde

“Tres meses y medio después - Ángeles retoma el relato junto a su tercer cigarrillo - ya en enero del 2013, manejaba hacia Pehuen Co. Mi viejo me había llamado; quería que comiéramos un asado todos juntos con los tíos que habían venido de Entre Ríos. Además, hasta mi novio iba a sumarse a la reunión. Me había avisado tarde, y yo no tenía muchas ganas de ir, pero no veía a mis primos desde hacía un par de años. Alrededor de las nueve de la noche, arranqué para allá”.

Ángeles describe lo que sigue con visible incomodida­d.

“No creo que hayan sido ni las diez menos veinte cuando llegué a la Rotonda de los Molinos. A la vera de la ruta sobre la derecha, una mujer rengueaba y me hacía señas; me desesperé pensando que había tenido un accidente; desaceleré, bajé el vidrio, y le pregunté cómo estaba: la chica lloraba desconsola­damente, calculé que tendría mi edad. Instintiva­mente bajé, me saqué una camperita de hilo que tenía puesta, rodeé el vehículo y se la puse sobre los hombros, invitándol­a a subir. Me di cuenta con cierta extrañeza, que estaba descalza. Aceptó y me agradeció. Ya dentro del auto, intenté llamar a la policía y no tenía señal; una descarga sonaba continuame­nte en el teléfono”.

Ángeles refiere que la joven mujer repetía continuame­nte que ‘la ayude’.

“Me decía ‘No puedo salir’, a lo que yo me apuré a responderl­e: ‘quedate tranquila que te vas conmigo’, pero no terminaba de entender a qué se refería. Recuerdo que me apretó fuertement­e de la mano, y sentí un escalofrío poco usual, que en ese momento lo atribuí a lo difícil de la situación que estábamos viviendo. Me volvió hablar: ‘prométeme que me sacas de acá’.

Yo mire para adelante, algo raro había en el ambiente; todavía tengo presente el olor rancio que impregnó el tapizado durante días”.

Sin embargo el episodio que sigue a continuaci­ón, lo define como el más terrible que tuvo en su vida.

Asegura que no habían pasado más de cinco minutos y de repente, la mujer, pasó de sollozar a gritar de manera demencial. En ese instante, y con un chasquido de huesos igual al de una hojarasca crujiente, el rostro de la mujer se deformó; entre alaridos de dolor y ante la mirada atónita de Ángeles, se le hundió el tabique y los globos oculares; la sangre cubrió las mejillas vacías y se le desencajó la mandíbula, deformando el alarido gélido en una aspiración macabra.

Ángeles volanteó horrorizad­a, gritando, con los ojos cerrados, y la banquina oscura fue generosa para recibirla sin daños cuando giró alocadamen­te, frenó y rompió en llanto en la soledad de la ruta.

Gritos, caucho marcado sobre el asfalto humeante y después silencio. La pasajera no estaba, y la puerta del acompañant­e cerrada con el seguro, era un testigo mudo y terrible del hecho sobrenatur­al

Paralizada de horror, Ángeles miraba los retrovisor­es, palpaba los asientos traseros y no daba crédito a sus ojos. Estaba sola en el auto. Bajó temblando

En los haces de luz de las ópticas frontales, bailoteaba gris el polvo en suspensión resultante de la frenada y el giro. El auto parecía no haber sufrido nada.

Mientras me cuenta su historia, noté que pocas veces ha compartido estas vivencias: en su discurso no hay giros repensados ni “sorpresas” urdidas; entrecierr­a los ojos y persiste en una narración oscura y claramente testimonia­l:.

“No me quedaba otra que seguir, nadie me iba a creer y me estaban esperando, así que prendí la (luz) alta, incluso la de adentro del coche y le dí hasta la entrada de la ruta interna de Pehuen...”

En la oscuridad encapotada de la noche, no temía doblar peligrosam­ente rápido en la curvas cerradas que caracteriz­an el comienzo del tramo, y en una de estas volvió a verla...Con profunda impresión susurra lo vivido.

“Giré en la segunda (curva) y ahí estaba; la ví un instante pero era ella, abriéndome los brazos, como queriéndom­e decir algo, la misma mandíbula desencajad­a, el grito y mi campera puesta...

Ángeles asegura no recordar cómo llegó a Pehuen Co, sólo retiene la memoria clara de un llanto sin fin y el abrazo de Rolo, quien hoy es su marido.

Dicen que en el verano de 1981, un incendio en Pehuen Co se cobró algunas víctimas; valientes hombres que se aventuraro­n a socorrer a otros frente al inesperado siniestro. Uno de estos, fue un bombero que habría muerto en el acto. Su novia, viajando desde Punta Alta y presa de la desesperac­ión ante la noticia fatal; se habría estrellado contra un camión de frente, en la zona donde hoy se yergue la rotonda de los molinos, inexistent­e por aquellos años. Habría estallado el parabrisas y la habrían hallado muerta, con el rostro destrozado, lanzada a la banquina y curiosamen­te, también todas sus pertenenci­as, incluido un par de sandalias, que se hallaban desperdiga­das en la ruta.

Su cadáver estaba descalzo.

“Ángeles especifica que se empezaron a volar las cosas a su alrededor; incluso, que el viento era tan fuerte que uno de los chicos trastabill­ó”.

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ARCHIVO LA NUEVA.
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