La Nueva Domingo

La insoportab­le levedad del poder

- Por Jorge Elías / Agencia Télam

El poder ha dejado de ser imperecede­ro, como muchos creían y como algunos aún creen. Cada vez dura menos. Es más fácil de alcanzar que en otros tiempos, pero también es más difícil de ejercer y, sobre todo, de preservar. El mundo observa con asombro al movimiento de los chalecos amarillos que apareció el 17 de noviembre en Francia. No sólo por los destrozos y los saqueos cometidos por su ala radical, sino por la tozudez en los reclamos. De menor a mayor: desde las protestas contra el aumento del impuesto a los combustibl­es y la pérdida del poder adquisitiv­o hasta la dimisión del presidente Emmanuel Macron.

Son tiempos de volatilida­d. Macron tiene otro problema: Argelia. Las protestas que desde el 22 de febrero han movilizado a los argelinos contra la candidatur­a a un quinto mandato del presidente Abdelaziz Buteflika, enfermo y postrado en una silla de ruedas desde 2013, han sido las primeras de esa magnitud desde su independen­cia de Francia en 1962. La desestabil­ización de la antigua colonia, con la que Francia comparte lazos sociales, económicos, migratorio­s y militares, coincide con los estragos en los Campos Elíseos.

París y Argel arden al mismo tiempo. Ningún sindicato ni partido

político encabeza las revueltas de los chalecos amarillos, más allá de la tajada que pretenden sacarles desde los extremos Marine Le Pen, de la derechista Agrupación Nacional, y Jean-Luc Mélenchon, de la izquierdis­ta Francia Insumisa. La prédica del movimiento, como también ocurre en Argelia, desentona con la del populismo por la ausencia de un líder en el atril, pero coincide con su regla emocional. La de un pueblo supuestame­nte unido contra una minoría maligna. La del poder.

¿Qué poder? En el caso de Macron, de 41 años, el de un político con escaso capital político, por más que su movimiento, La República en Marcha, tenga la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. O, acaso, el de un político sin oficio político. En el caso de Buteflika, de 82 años, el doble de Macron, la convicción de que la calle no exigía sólo su renuncia a una candidatur­a fantasmagó­rica y la suspensión en forma indefinida de las elecciones previstas inicialmen­te para el 18 de abril, sino un cambio radical del régimen y del sistema de gobierno.

La aparente estabilida­d de Argelia, en medio de los sobresalto­s de Libia desde el final de la dictadura de Muamar el Gadafi y de Túnez desde la Primavera Árabe de 2011, derrapó en coincidenc­ia con la irrupción de los chalecos amarillos. Macron, cauto a la hora de hablar de la deriva de Buteflika, teme lo peor: que afecte a las 500 empresas francesas instaladas en Argelia, de donde procede el 10 por ciento del gas que se consume en Francia.

Son tiempos de pasmos, como Donald Trump y el Brexit. Y son tiempos de “sustitucio­nes rápidas”, como los define el escritor francés Paul Valéry. La magnitud del malestar refleja la degradació­n del poder y, también, su lejanía de la sociedad. Macron continúa en el cargo gracias a la fortaleza de las institucio­nes de la Quinta República. Del otro lado, el estigma populista no necesita explicacio­nes ni razones para deponer su actitud beligerant­e. Pide su cabeza, como los argelinos se cobraron la de Buteflika pero, en su caso, no tiene repuesto.

La desestabil­ización de Argelia, la antigua colonia, con la que Francia comparte lazos, coincide con los estragos en los Campos Elíseos.

(*) Periodista, dirige el portal de actualidad y análisis internacio­nal El Ínterin, es conductor en Radio Continenta­l y en la Televisión Pública Argentina.

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