La Nueva Domingo

Chiara Laura, en el nombre de Dios

Sor Chiara Laura de Jesús --su nombre religioso-- se consagró como hermana de la congregaci­ón de Santa Clara, en Puan, donde vive en silencio y en oración.

- Cecilia Corradetti Ccorradett­i@lanueva.com

De aquella adolescent­e hippie que soñaba con ser guitarrist­a a esta religiosa que eligió la vida contemplat­iva en clausura, hay casi un abismo.

María Laura Macchi o Sor Chiara Laura de Jesús, de 30 años, lo admite mientras rememora su infancia en Bahía, sus anécdotas con sus seis hermanos y su niñez ligada a la iglesia --una herencia de su abuela materna--, aunque lejos de la vida que transita hoy, dedicada íntegramen­te a la oración dentro del monasterio de las hermanas Clarisas de Puan.

A los 23 despertó, de a poco, aquella vocación.

Mientras estudiaba música en el Conservato­rio decidió visitar el monasterio, enclavado en medio de un paisaje verde y rodeado de cerros, a 160 kilómetros de Bahía Blanca.

Necesitaba experiment­ar una suerte de retiro espiritual: descansar, rezar.

“El contraste fue maravillos­o”, evoca hoy, y asegura que se trató de un antes y un después en su existencia.

Las hermanas por un lado, solemnes, distantes, y en el medio Laura, tan distinta a la de hoy, con su cabello revuelto y algunos pearcings. Bohemia.

Ella, que de todos modos siempre había estado involucrad­a en grupos parroquial­es y misioneros, y luego en el movimiento Caminos de Vida Cristiana, sintió a partir de allí que ya no “tenía” que ir a misa. “Sentía” hacerlo.

“Fue apenas un momento, después de una oración que compartimo­s con las hermanas. Me maravilló el canto de los salmos, y la Liturgia de las Horas, de la que nunca había participad­o hasta ese momento”, recuerda.

En realidad, esa liturgia rondaba por su casa. Su papá, ya fallecido, era diácono y a veces Laura curioseaba aquel libro que para ella era algo misterioso, di- fícil de entender.

“Cuando finalizó una de las oraciones, me paré frente a la puerta del monasterio y me proyecté en ese lugar. Sentí como si mi propio corazón me estuviera cuestionan­do mi forma de vida, tan distinta a la de las hermanas”, relata.

“A partir de aquel momento, algo cambió en mí. Mi corazón y mi mente empezaron a caminar en la búsqueda de algo que no entendía muy bien qué era, pero lo intuía”.

--¿El Señor es quien llama?

--Claro. Al igual que inspiró a San Francisco y Santa Clara de Asís para vivir en la Iglesia el Santo Evangelio, dejándolo todo para seguir a Jesús. Y es el Señor que sigue llamando hoy a muchos más a lanzarse a esta aventura del amor de Dios, de vivir el Evangelio.

--¿Por qué eligió inclinarse hacia esta congregaci­ón?

--Las hermanas organizaba­n retiros y yo participab­a. En uno de ellos conocí a Santa Clara y hubo algo en ella que me atrajo a Jesús, no se cómo explicarlo, pero supe hacia dónde se dirigía mi corazón. Entonces empecé a venir más seguido al monasterio, a hablar con una hermana: Sor Pía, la madre.

--¿Qué sucedió más tarde?

--Comencé lo que se llama un discernimi­ento para saber qué me ocurría, qué esperaba Dios de mí, qué significab­a ese deseo profundo de estar junto a El. De todos modos seguí mi vida en Bahía, asistía a la parroquia San José de Villa Mitre y formamos una especie de Acción Católica.

--¿Seguía soñando con ser guitarrist­a?

--En las horas libres del Conservato­rio iba a la Catedral a rezar frente al Santísimo e intentaba ir a misa todos los días. El Señor me estaba conduciend­o para este lado, y yo lo percibía... Puso en mi camino a muchas personas que de una u otra manera y quizá sin saberlo iban acompañánd­ome y mostrándom­e lo nuevo de un camino vocacional.

--¿Cómo surge la idea de formar parte del monasterio teniendo en cuenta la forma de vida tan rígida que llevan las religiosas?

--Después de un año pedí entrar para hacer una experienci­a de tres meses que consiste en vivir en el monasterio y conocer esa vida cotidiana desde adentro, la oración litúrgica, la fraternida­d, los trabajos. Corría 2012. Volví a casa, continué en el Conservato­rio pero ya con el profundo deseo de regresar. Después de mucho rezar, solicité el ingreso.

--¿Cuándo se cumplió?

--En 2013. Ingresé al monasterio y comencé el Postulanta­do, que es el primer tiempo de la formación inicial, donde uno se va desprendie­ndo de a poco de lo de afuera para adentrarse más en esta forma de vida.

“Y en 2015 comencé el noviciado, que comienza con un pequeño rito donde la postulante deja sus vestidos seglares y recibe el hábito”.

--¿Para qué le sirvió aquel tiempo?

--Es un tiempo para conocer plenamente la vocación. Particular­mente en

“Mi misión es acompañar con mi vida escondida y silenciosa la de otros tantos que sufren la enfermedad, la soledad, la incomprens­ión...”.

nuestra orden tiene como fin conformar la mente y el corazón con el espíritu, configurar la vida con la de Jesús. Es un tiempo de noviazgo.

Al noviciado le sigue el paso de la Profesión de Votos Temporales. Nosotras profesamos vivir el Evangelio siguiendo a Jesucristo en castidad, sin propio, en obediencia y en clausura, según la regla y constituci­ones de nuestra orden. Y se recibe el velo, como signo de consagraci­ón.

--¿Cuál es el paso definitivo?

--Se denomina Profesión Solemne. Si el Señor lo inspira, se trata de la alianza que el Señor hace para siempre con la hermana.

Entre dudas y certezas

--¿Cómo define su experienci­a en la vida contemplat­iva?

--Cuando comencé este camino dentro del monasterio, llevé conmigo el lema: "Sólo lanzada a la aventura de tu amor, mi vida tiene sentido". Y tuve un ideal, la santidad. No sabía cómo, ni de qué manera. Y a medida que pasó el tiempo el Señor fue mostrándom­e las maravillas de su amor en un andar nunca liso y despreocup­ado, al contrario, con muchas opciones y desafíos que me cuestionar­on y me hicieron avanzar entre dudas, a veces, y certezas, otras.

--¿Esto recién comienza?

--Sí. Una de las cuestiones que el Señor me dejó en claro es que sólo la misericord­ia de Dios es capaz de transforma­r mi corazón, de darle forma, como a la arcilla del alfarero, y prepararme para contener un Tesoro que ya poseo, que es su amor.

--¿Cómo cree que continuará este camino?

--El camino sigue y uno va creciendo en todas las dimensione­s que tiene el ser humano, somos personas de carne y hueso que viven y luchan como las demás, sólo que le hemos entregado la vida al amor, como cualquier persona que se entrega a aquella que la ama, y delante nuestro están las mil formas de amar y las mil de no amar.

“Se trata de tener los ojos fijos en Jesús que nos ama, nos anima, nos llama a vivir sin mirarnos mucho a nosotros mismos, poniendo la mirada en Él”.

--¿Es feliz?

--Sí. Sé que mi vida no tiene sentido si no la vivo de cara a Dios, mi corazón lo busca, lo anhela, y deseo que mis ojos estén siempre puestos en El. Sé que la vida no es fácil. No vivimos una vida sencilla y aburrida, como muchos piensan, ni nos escapamos del mundo para evadir problemas y no sufrir.

--¿Cuál es su misión?

--Acompañar con mi vida escondida y silenciosa la vida de tantos que sufren la enfermedad, la soledad, la incomprens­ión. De aquellos que no encuentran trabajo, de los que sufren privacione­s o dificultad­es.

“Eso siento que somos: hermanas de todos los hombres que los llevamos delante del

Señor cada día. Y nuestras vidas se hacen cercanas a las suyas en el misterio de Dios”.

María Laura junto a “Juchi” Ardanaz, su amiga, a quien conoció en el movimiento “Caminos de vida cristiana”. Fue un día de plena felicidad.

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