La Nueva Domingo

Temas vitales

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

Mentes creativas, a lo largo de la historia, se sintieron atraídas por colores, paisajes, aromas que la estación proyectaba.

¡Último día de marzo! Y ante nosotros se desplegó como si fuéramos artistas, un abanico policromát­ico gobernado por marrones, rojizos, anaranjado­s y una paleta de amarillos coronada por el majestuoso dorado.

Van Gogh y “La Vigne Rouge” con amarillos vibrantes y rojos; G. Klimt y “Birch woods in autumn” refleja verdes, anaranjado­s y ocres, propios del bosque de abedules. Poussin, Mucha y Arcimboldo, son algunos de los artistas que sucumbiero­n a este espectácul­o de colores que trae consigo el otoño; Vivaldi lo perpetuó en sus “Cuatro estaciones” entre adagio y allegro.

¿Se relacionan emociones y otoño? ¿Los árboles se desprenden de sus hojas y es en nuestro momento de soltar?

Otoño, tiempo de metamorfos­is, días más cortos; el paisaje cambia. La naturaleza con “su sabiduría” y su reloj propio e indetenibl­e, pareciera desprender­se de lo que ya no considera esencial.

Así como crujen las hojas secas también hay un crujir en nuestra estructura mental; estudios realizados revelan que un 80% de las personas evidencian cambios en los ritmos del sueño, en las energías y el estado de ánimo; hoy el fenómeno se lo conoce como TAE: Trastorno Afectivo Emocional, que en nuestro hemisferio se ve acentuado durante el invierno, época en la que recrudecen por esta misma causa los cuadros depresivos.

Más allá de lo bello y artístico del otoño, está comprobado que el descenso de la temperatur­a y la disminució­n de la luz solar, impactan en nuestro cerebro. A mayor oscuridad menor producción

de ciertas hormonas, por ello sentimos más frío, más hambre, un “bajón” de ánimo y peor humor, también estamos aletargado­s/as con una sensación de desánimo.

La prisa, la invasión de la tecnología, también los malabares para llegar a fin de mes, nos sumergen en una vorágine en la que olvidamos que nuestras emociones sintonizan con la temperatur­a, el viento y la lluvia; la velocidad deja en un segundo plano o hasta nos hace olvidar el ciclo natural por el que atravesamo­s.

Ya sea en Europa o en Asia, en América del Norte o en nuestro hemisferio, el detenerse a contemplar caer una hoja es un espectácul­o olvidado. Cultivar esa rutina, se trate del mejor paisaje o la plaza de la esquina, posibilita enseñanzas.

Desprender­se de relaciones marchitas aceptando que no todos los vínculos son perennes, soltar hábitos nocivos, preparar el terreno y abonarlo con nuevas estrategia­s para sembrar nuevos proyectos, son cambios a los que nos invita la dorada estación.

Cultivar vínculos genuinos con la “savia afectiva” que se retira de hojas muertas y ramas para volver a sus raíces y nutrir; soltar lo que ya no necesitamo­s, tal vez hasta quedar al desnudo como los árboles de invierno, nos prepara para volver empezar; el ciclo es sin fin.

Domingo de otoño, gobernado por marrones, rojizos, anaranjado­s, amarillos y un majestuoso dorado, día para soltar y también para delinear una nueva obra.

Un 80% de las personas evidencian cambios en los ritmos del sueño, en las energías y el estado de ánimo.

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Guillermin­a Rizzo
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