Cristian, el ahijado de CFK que vive en la pobreza
Tiene 8 años y vive en Villa Miramar. Es el séptimo hijo varón de un matrimonio que hace changas, es uno de los 4,7 millones de niños argentinos que no cuenta con ingresos mínimos para vivir.
Fanático de Boca Juniors, solo sueña con botines nuevos, piensa en el “picadito” de fútbol con los pibes del barrio y en comer.
Como indica la tradición, Cristian Agustín, de ocho años, séptimo hijo varón de Sandra y Hernán Chamorro, tiene una madrina especial: la expresidenta y actual candidata a vice, Cristina Fernández de Kirchner.
Cristian integra el 41,2% de los niños que viven bajo pobreza estructural en la Argentina.
Es decir, es uno de los 4,7 millones de chicos cuyos padres no tienen ingresos suficientes para vivir, están mal alimentados, duermen en casas sin agua potable o cloacas, tienen problemas para acceder a la educación y escaso nivel de atención sanitaria, situación que se agravó en los últimos años según el último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Pero Cristian poco entiende de estas cifras. Por ahora.
Y menos en 2011, cuando tenía un año y el gobierno nacional envió a Bahía Blanca un representante para participar de la ceremonia de bautismo.
Allí le entregaron a sus padres un cheque por 12 mil pesos y luego recibió –y aún lo hace-- una beca mensual de 4 mil para que pueda continuar sus estudios.
Fanático de Boca Juniors, solo sueña con botines nuevos, piensa en el “picadito” de fútbol con los pibes del barrio y en comer. Sí. Porque a Cristian, aunque la comida muchas veces en su hogar no alcanza, come “lo que venga”, confiesa su mamá.
Los Chamorro integran los 14,3 millones de pobres en la Argentina, es decir, casi el 34%: sus ingresos lo representan algunas changas de albañilería que puedan hacer ambos, más allá
Los Chamorro integran los 14,3 millones de pobres en la Argentina. Casi el 34%: sus ingresos lo representan algunas changas de albañilería.
Hasta ahora, apenas uno de sus chicos tiene claro su porvenir: aprenderá un oficio en la escuela San Roque.
de la beca que le corresponde al menor y del subsidio de 8 mil que percibe Sandra por ser madre de siete hijos.
“Mi marido me enseñó el oficio de albañil, aprendí y me gusta”, relata Sandra. Dice que si bien se trata de una tarea sacrificada, mucho más trabajo tiene puertas adentro: son nueve de familia y para sobrevivir hay que hacer malabares.
A los 16, quedó embarazada de su primer hijo, Julio, que hoy tiene casi 18.
De allí en más nació una seguidilla de varones: Emanuel, de 16; Sebastián, 14; Lucas, 13; Braian, 10; José, 9 y por último Cristian, de sonrisa ancha y hermosos ojos negros.
Sandra y Hernán son conscientes de que el estudio es la base para que sus hijos prosperen, pero también reconocen que a veces, frente a las necesidades, “las cosas se van de las manos”.
Suelen faltar a la escuela, que está lejos, y eso los termina perjudicando. Cristian repitió el año pasado y aún hoy sigue flojo.
“Además, cuando llueve no van porque, al final, se enferman”, justifica el papá.
Hernán, que nació y creció en Villa Miramar, sostiene que el barrio y sus pobladores hoy están “mejor vistos”; que ya no se siente discriminado por vivir en un sector que supo ser peligroso y que la crisis golpea con fuerza más que nunca.
“¿Qué pienso del país? Que estamos mal, que no hay trabajo. A veces creo que el presidente terminará escapándose como De la Rúa lo hizo en el 2001, en helicóptero”, rememora.
Y asegura que con el gobierno anterior, al menos no había tanta desocupación y que por eso apostará a esa fórmula en las próximas elecciones del 27 de octubre.
“Ojo, esto no lo digo sólo porque hayamos recibido su ayuda”, aclara, mientras relata cómo transita el invierno su familia, la etapa más difícil, según dice, porque las frazadas no alcanzan; la garrafa tiene un valor ´prohibitivo´ y que para traer leña gratis del parque, no tiene vehículo.
Cuando empieza a anochecer y aumenta el consumo en el barrio, comienzan los apagones, cuenta, casi resignado, mientras Sandra dice que los fideos blancos representan las comidas obligadas.
Hernán advierte que no tiene toda la vida por delante y que el futuro está en manos de los jóvenes, pero reconoce que el contexto es difícil.
Hasta ahora, apenas uno de sus chicos tiene claro su porvenir: aprenderá un oficio en la escuela San Roque y para eso cursa el secundario con una modalidad adelantada.
“El resto va lento, ni siquiera es fácil que puedan ir a la escuela”, se resigna.
Así, señala, los noticieros sólo muestran una realidad adversa: “Protestas, ollas populares, reclamos y desempleo...”.
“¿Mi salario? No llego ni por asomo al mínimo que se establece para una familia tipo. Y además –remarcasomos nueve”.
En su casa de Laudelino Cruz al 2000, corazón de la villa, Cristian escucha atento, con los ojos clavados en su papá.
Por ahora, no entiende demasiado. Afortunadamente solo sueña con sus botines, con su pelota y con el picado en la cancha de la esquina.