Hace hoy 24 años, un chico debutaba en la Liga Nacional
El 29 de septiembre de 1995, Andino de La Rioja perdió ante Peñarol, en Mar del Plata. El menor de los hermanos, quienes ya jugaban en la elite, mostró rápidamente su personalidad. El tiempo demostró que era el mejor de todos.
En su primera temporada de Liga Nacional, Emanuel fue distinguido con el premio revelación: promedió 5,2 puntos y 1,5 rebotes, en 26 partidos.
“Dale Sepo, entrá”.
Polideportivo de Mar del Plata, 29 de septiembre de 1995, un día como hoy. Transcurría el segundo cuarto de Peñarol-Andino de La Rioja, por la primera fecha de la Liga Nacional y “Huevo” Sánchez, el DT visitante, estaba desencajado con su equipo, por lo que recurrió a lo profundo de la banca.
Eso motivó el debut del más chico de los hermanos Ginóbili. No era Sepo como lo llamó Huevo.
El flaquito, de 18 años y 1m92 que no era más que un juvenil con sueños de Liga, tenía mucho guardado. La primera pelota que agarró la tiró de tres puntos. ¡Y la metió!
Emanuel o Manu, el hermano de Sepo y Leandro, el primero jugando en Quilmes esa misma temporada y el otro, en Deportivo Roca.
Ambos, curiosamente también habían debutado en la Liga frente a Peñarol, con la camiseta de Quilmes, el 22 de septiembre de 1991.
Durante la transición al básquetbol profesional, el nivel de Manu había ido creciendo en el ámbito local, aunque lejos de imaginar que poco después podía saltar y convertirse en protagonista en la máxima categoría de nuestro país.
Lo cierto es que ganó el premio a la revelación en su primera temporada, promediando 5,2 puntos y 1,5 rebotes, en 26 partidos.
Y él fue, ni más ni menos, que uno de los tantos hijos de la Liga, la competencia que, con sus altibajos, modificaciones, aciertos y errores, continúa siendo el trampolín de los mejores jugadores nacionales.
Esa competencia que logró imponer León Najnudel, con mucho esfuerzo, respaldado por un grupo de dirigentes y contados periodistas que avalaban lo que, con los años, transformó al básquetbol argentino.
Claro, puntualmente en Bahía afectó directamente a la fuerte actividad local, que concentraba a los mejores jugadores de la ciudad y captaba a varios de los destacados de otras ciudades.
No obstante, este sistema federal en el que pocos creían que podría prosperar permitió unir los diferentes puntos del país y enfrentar, de esta manera, a sus mejores equipos, regando de buen básquetbol la Argentina, de Norte a Sur y de Este a Oeste.
En consecuencia, fue la manera de poder ver en acción con mayor frecuencia a los jugadores más destacados que estaban esparcidos por el país y sólo se reunían únicamente para los torneos Provinciales o los Argentinos.
A esta altura no cabe ninguna duda -por si alguien la tenía-, que implementar esta competencia favoreció al crecimiento del básquetbol nacional.
Con los años, comenzaron a surgir desde los diferentes rincones los jugadores “desconocidos”. La propia competencia potenció individual y colectivamente a todos, acortó distancias entre los polos más fuertes -un caso fue Bahía- con el resto y multiplicó las posibilidades de desarrollo.
La exigencia y oposición, definitivamente incrementó el nivel, por lo que algunos más jóvenes se animaron a emigrar y abrieron el camino.
El salto a Europa se acortó. Llegaron jugadores más preparados e impusieron presencia. Así el mercado nacional se volvió cada vez más apetecible y, considerando que económicamente siempre estuvimos en desventaja, la migración de jugadores se fue multiplicando.
Ese efecto boomerang no hizo más que engrandecer al básquetbol argentino, y aquellos jugadores que a nivel de cabotaje habían encontrado su techo dieron el salto de calidad.
Y, si bien mantener esta puerta abierta agiliza la partida de varios de los que exceden el nivel doméstico, al mismo tiempo les permite seguir creciendo, tutearse con los mejores jugadores del ámbito FIBa para, después, darle prestigio a la Selección cuando se calzan la celeste y blanca.
Los resultados están a la vista...