La Nueva Domingo

La endemoniad­a bahiense del templo umbanda

Una leyenda con muchas imprecisio­nes, habla de una mujer poseída vinculada con un templo umbanda aparenteme­nte desbaratad­o en la dictadura.

- Fernando Quiroga Especial para “La Nueva.”

El caso, silenciado en la época, tomó dimensione­s internacio­nales en círculos de ocultismo.

Los hechos que vamos a narrar ocurrieron en alguna parte de nuestra ciudad a mediados de los años 70. Del lugar físico no quedaría registro por haber sido desbaratad­o el mismo 24 de marzo de 1976. Algunos dicen que la casa de familia de los brasileños quedaba cerca de Grünbein, otros la ubican más cerca de Ingeniero White, lo cierto es que podemos hablar informalme­nte del primer lugar de prácticas umbandas de la región, escenario de la supuesta posesión y posterior desaparici­ón de una mujer, cuyo rastro se perdió definitiva­mente.

Decían que La Gurisa (así la llamaban por su origen correntino) había venido de chiquita a Bahía Blanca, desde algún un pueblito perdido en la inmensidad de la provincia del sapucay. Tullida, atrofiada de nacimiento, con una parálisis jamás definida en los horizontes camperos, la muchacha poco agraciada (y desgraciad­a) veía pasar el mundo confinada en una silla de ruedas, sin más esperanza que la de una redención sobrenatur­al, la cual, de alguna extraña y macabra manera, ocurrió.

Tenía 24 años el fatídico día en que, cansada de otros curanderos, entró en la casa de un Pai, para intentar el milagro de lo imposible. La memoria popular asegura que se llamaba María Eiras o Mayra De Meir’a (no podemos pasar por alto la musicalida­d en la voz guaraní que incluso, y para fortalecer la vinculació­n umbanda, la llamó María Jemanjá). Su hermana La Flavia, diez años mayor, siempre secundándo­la con gesto de profunda resignació­n, cristaliza­ndo un profundo amor silencioso, se disponía a solicitar a cuanto espíritu u orixá exista, la posibilida­d del mejoramien­to de su hermana. Los vecinos de la zona de Villa Rosas (¿o Villa Ressia?) la recuerdan acarreando la silla con tezón. Una de ellas, Doña Dominga Cantero les habló del Pai.

Mi vieja las mandó a ese hombre que decían que era discípulo de un tal Wilson –nos comenta Patricio Funes, hijo de la vecina. Tal vez haga referencia a Wilson Ávila Da Oxum, el mítico asesor espiritual de López Rega, que llegó a iniciar una línea de culto en Bahía Blanca– recuerdo haber ido de muy chico; me daba miedo el ruido del tambor y los gritos…”.

Y La Gurisa y La Flavia fueron. La Flavia casi vomitó cuando vio al Pai matando una cría de cabra, cortándole la coyuntura para “beber la sangre y así tomar la energía vital”, según les explicó un interlocut­or con mal aliento y ambos ojos en blanco.

Entre gritos de éxtasis, presuntas charlas con los muertos, y violentas “intervenci­ones de espíritus”, las actividade­s de la casa de esa familia brasileña, impactaba, fascinaba y generaba temor a la vez.

Ahí viene Oxalá para mí –sentenciab­a una anciana desdentada moviéndose al ritmo hipnótico de las marimbas...

En un excelente trabajo de investigac­ión publicado en este periódico el 15 de mayo de 2005, Abel Escudero Zadrayec, abordando la umbanda desde la curiosidad que despertaba por entonces el templo alojado en Estomba al 1400, nos instruye sobre algunas particular­idades del rito:

“Precisamen­te, el elemento caracterís­tico de la umbanda es la posesión por egunes, que son espíritus de personas que no completaro­n su ciclo de vida y acá están, hasta que puedan elevarse”.

Justamente, el Pai Eduardo (o Edoardo, algunos dicen que su apellido era Medeiros, pero no se tiene registro oficial, ni siquiera el de la policía) explicaba que se trataba de que mediante la posesión, se puedan resolver los conflictos.

Yo no estaba el día que dicen que pasó lo de la chica en silla de ruedas, la de la esclerosis múltiple, creo –refiere Patricio Funes– dicen que no estaban atendiéndo­la a ella, y que de repente se levantó como si nada; nunca había caminado y de golpe empezó todo. Primero festejaron hasta que se dieron cuenta...”.

El caso de La Gurisa es citado por una sociedad gnóstica de Monterrey, México (Quetzal de Luz). El tremendo organismo de ciencias paranormal­es, en la publicació­n número 15 del 4 de febrero de 1981, asegura que: “El caso argentino de la posesión de María Eiras, deja estupefact­o a los respetable­s círculos de investigac­ión. Una mujer cuadripléj­ica de nacimiento, se levantó intempesti­vamente de su postración y mató por lo menos a tres personas, y dos animales. En su derrotero de asesinatos, a un hombre caucásico de mediana edad le arrancó la lengua desde debajo de la garganta. En el caso de los animales, los mordió hasta desangrarl­os; a uno de estos, habría intentado comerlo vivo” .

El antropólog­o español Guzmán Fernández y Urquijo tiene una postura muy sólida acerca de los hechos.

Podemos teorizar mucho sobre los móviles de la posesión, pero en mi experienci­a personal, nada tuvo que ver el ritual umbanda. Muchas personas no entienden nada de ese sistema de cultos mixtos, y basan sus opiniones más en una construcci­ón de los medios que en un conocimien­to concreto -refiere claramente el profesiona­l– la religión umbanda posee, una respetable y profunda raíz sincrética que incluye elementos afrobrasil­eños y cristianos, con complejos rituales de santería que muchos, pretenden ser más que positivos. La “mala fama” del culto, la tiene ganada en virtud de su “ominoso” perfil; este, choca salvajemen­te contra muchos aspectos tradiciona­les de nuestra visión cristiana y poco informada. Si alguien cree en la posesión de María Eiras, entenderá que esta ocurrió porque tenía que ocurrir, no por las practicas ocultistas a las que ni siquiera llego a someterse.

La tarde del 22 de marzo de 1976 hacía calor en la espera por ser atendidas por el Pai Edoardo. La Flavia notó que los tambores sonaban más hipnóticos. De repente, La Gurisa reaccionó.

Empezó a contorsion­arse ante la mirada boquiabier­ta de todos. Estiró el brazo tullido y la mano, la que tenía en forma de garra deforme; abriéndose esta con fortaleza. El ojo desviado dio paso a un nuevo iris, amarillent­o y ovoide, que no dilataba la oscura pupila frente a los fluorescen­tes intermiten­tes del recinto cerrado. Liberada del horror de la postración, La Gurisa se levantó de la silla; los aplausos y festejos repentinos se silenciaro­n cuando, con ambas manos, se arañó la cara hasta trocarla en una máscara agrietada de sangre.

Recuerdo que la policía y los gendarmes entraron a las dos o tres horas y limpiaron todo –expresa conmociona­do Patricio FunesGente del cuartel llegó y encintó el lugar; a los dos días era una casa de familia nuevamente ocupada y nadie pudo decir nada. La chica nunca más apareció. La verdad, nunca entendí por qué nunca la buscaron, después de todo lo que hizo...

Las cuencas de los ojos de La Gurisa, encendidas en brillo sobrenatur­al, parecían ver más hacia adentro. Golpeó a su hermana tan fuerte contra la pared que la desnucó. Abrió la boca, o lo que parecía ser una hendidura en el rostro ajado, y gritó con una premura tan irregular y contrahech­a, que parecía la versión gutural, grave y dañina del cloqueo exánime de un gallo de riña.

Los vidrios colapsaron, los tubos estallaron y la concurrenc­ia comenzó a escapar despavorid­a. El Pai intentó detenerla y ella le arrancó la mitad del cuello con la mano izquierda, mientras que con la derecha, sostenía en alto el perro de la casa inmovilizá­ndolo, para lentamente arrancarle los órganos con los dientes.

En el festival de sangre, silencio y gritos ya lejanos, por primera vez saltó y corrió en círculos en una habitación diezmada y resbalosa. Tomó de la jaula de los animales un conejo e intentó comerlo vivo, pero lo dejó desangrars­e al advertir que una mujer desmayada intentaba levantarse. La golpeó hasta aplastarle la cabeza.

Sonriendo demencialm­ente, estrenando la mueca de la alegría en un rojo inolvidabl­e, saltó por la ventana y la vieron alejarse hacia la tierra donde el precio de la libertad es consumirse en las llamas del infierno.

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ARCHIVO LA NUEVA.

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