Más de tres décadas de sorpresas, debates y sueños
Ubicado en Guillermo Torres y Cárrega, el Museo del Puerto es uno de los lugares más bonitos de la localidad.
Luego de más de 10 años de trabajo en la institución, desde los primeros días de este año Lucía Bianco está a cargo de la coordinación del hermoso Museo del Puerto, ubicado en Guillermo Torres y Cárrega.
Eso incluye, entre otras cosas, una dinámica de trabajo conjunto con el equipo que hace el museo día a día. También supone la articulación con instituciones e integrantes de la comunidad, quienes no solo participan de las actividades, sino que en algunos casos colaboran sosteniéndolas desde hace años, como es el ejemplo de la Asociación Amigas del Museo.
—El museo cumplió 32 años. ¿Qué significado le das?
—Nos hablan de la continuidad de una institución municipal nacida en 1987, en épocas de recuperación democrática, que desde un inicio tuvo características particulares. Como el hecho entonces no habitual de generar contenidos, archivos, actividades y nuevas preguntas a partir de prácticas comunitarias. Es decir, que la escucha atenta al territorio inmediato en el que el museo está emplazado no sea sólo retórica, sino que se dé con la presencia concreta de estibadores, reposteras, pescadores, músicos, adolescentes de distintos barrios, chicas y chicos de escuelas...
—¿Cuál es la intención fundamental de un museo y de este museo en particular?
—Tal vez a diferencia de cierta concepción tradicional de “museo”, la intención de este en particular tiene que ver con sostener siempre activada la pregunta de ¿qué es un museo?, en lugar de enunciarse a partir de la afirmación de cierta verdad o narrativa conclusiva de la historia.
“Por eso las voces de su Archivo Oral son cientos, a veces con variaciones distintas de un recuerdo, con derivas, disensos. Y tal vez por eso una de sus salas está viva, sí, es un patio con macetas donde crecen lazos de amor.
“Es que la escucha cariñosa a lo que está vivo, haciendo historia, supone también algo de invento: no solo es oportuno escuchar, sino también devolverle a la comunidad parte de lo que su imaginación activó al acercarse al museo. Proponerle instancias en las que pueda repensarse, reinventarse… incluso usar su tiempo para debatir, sorprenderse, soñar”.
—“La cocina” se realiza todos los domingos desde hace mucho tiempo, ¿de qué se trata?
—El ciclo de La Cocina pone en el centro el hacer de cocineras, reposteras, amas de casa y grupos inmigrantes que preparan una mesa cada semana. Tiene que ver con un concepto central del museo: sin comida no hay historia. Por eso el ciclo que llena las mesas de la Sala Cocina va de la mano de un trabajo minucioso y no tan visible con los archivos. La recopilación de recetas, herramientas de cocina, fotos de comidas portuarias, realización de entrevistas a las mismas cocineras que prepararon la mesa, etcétera.
Otras actividades
Como en una cocina se trasmiten muchos saberes de modo no formal, el museo intenta generar instancias en que saberes no siempre visibilizados de trasmitan en su dimensión múltiple.
Un ejemplo son los “Encuentros de Bordado Miniatura”, que convocan a intercambiar técnicas de bordado entre distintas generaciones de vecinas y construir juntas un mapa de White hecho con puntadas e hilos.
O la “Diplomatura en barriletes”, que durante las vacaciones de invierno convocó a chicos y chicas, para aprender la técnica de hacer barriletes junto a un grupo de “especialistas” que recordaban esta hechura de su infancia.
—Lucía, se viene el Festival de Poesía Latinoamericana, ¿en qué consisten las actividades que vinculan al museo con el Festival? —Hace tres años el museo
Múltiples experiencias se comparten con los hacedores de la historia de White. Es un lugar realmente mágico.
lleva adelante los “Encuentros de escritura macarrónica” proponiendo ejercicios a vecinas y vecinos, en los que el tema central es, justamente, la comida. Un tema que permite abordar su propia historia de vida, de trabajo, de familia, pero también la historia colectiva. El festival es la oportunidad de compartir esa producción con escritores de toda América latina, que también son invitados a leer textos sobre comidas, al mismo tiempo que locales y visitantes comparten una comida real. Es una jornada particular, pero a la vez parte de la dinámica propia del puerto: se escuchan distintas entonaciones, modos de expresarse y experiencias en torno a una mesa de Ingeniero White.