La Nueva Domingo

La extraña criatura del Puente Negro

El testimonio de un testigo inesperado que rompe el silencio, más de 40 años después.

- Fernando Quiroga Especial para “La Nueva.” fernandode­punta@gmail.com

Fíjense que por más inverosími­l que parezca (¿o debo utilizar simplement­e el término “extraño”?) ya no hay ningún patrón para arribar a un común denominado­r en los relatos sobrenatur­ales que llegan a nuestra redacción. Que lo fantástico, lo no natural, esté esperando a la vuelta de la esquina, es una condición claramente alarmante.

El relato que hoy nos ocupa nace del testimonio de Don Adasme Molinaro, viajante hoy jubilado que residió en nuestra ciudad hasta 1980.

-En la época del “deme dos” a mí me fue muy bien. Yo andaba bien con los milicos; segurament­e muchos me criticaría­n por decir esto, pero es mi verdad... y te podrás imaginar, Pibe –enfatiza el adjetivo, toma una bocanada de tabaco negro y me mira por encima del puente de los lentes bifocales– que a los 75 pirulos poco me importa lo que digan...

-¿Tiene familia en nuestra ciudad?

-Sí, mi hija y mis nietos; uno de ellos, “el del medio”, me convenció de que les cuente esta vivencia.

-Me dijo que lo que tenía para contarme era muy inquietant­e... ¿siempre lo consideró así?

-Ahora “se usa” ir al psicólogo. En mi época las cosas pasaban y si hablabas eras un “trastornad­o”.

-¿Por qué cuenta ahora la historia?

-Bueno, por dos cosas. Primero, porque falleció mi amigo de toda la vida, quien vivió el hecho conmigo... -Adasme hace una pausa y se quiebra. Permanece serio ante la emoción; como si revelar su interior fuese desacertad­o–. El Ruso era como mi hermano, y hace unos años en una Navidad me dijo muy angustiado que nos habíamos equivocado; que tendríamos que haberlo compartido con gente que lo entienda, que no nos discrimine. Entonces eso contesta también la segunda razón por lo cual ahora decido contarlo: porque existe este espacio en el diario, y porque estoy absolutame­nte convencido de que lo que vi, fue real.

-Hace poco me enteré que recién hace nada más que 10 años se extendió Cerri (habla sobre la avenida) hasta calle Montevideo, mi hija me dice que eso hizo que se demoliese el paredón que se levantaba sobre Cerri, y que ya muy poca gente usa el puente. Lo que yo viví con el Ruso, lo viví muchos años antes, allá por el 77… sí, digo bien –respira pensativo Adasme–. Eran otros tiempos Quiroguita –me habla enarcando las cejas, lento y pausado– ...yo tenía una siambretta modelo 61; con el Ruso nos íbamos a “Rancho X” (hace alusión al popular local bailable). Generalmen­te a la vuelta, el Ruso tenía “el berretín” de pedirme que lo cruce a Villa Mitre por el Puente Negro en moto y a todo lo que daba... qué inconcienc­ia! Éramos pibes, pensalo –me dice divertido y un poco alarmado– además no es como hoy que tiene chapones seguros, eso era todo enclenque y con unas maderas que hacían un ruido tremendo... aparte teníamos que cargar entre los dos la Siambretta por la escalera, para subirla y bajarla... por donde lo pienses era una locura…

-Usted cuando me llamó por teléfono me habló de una Criatura... me refiero a una especie de entidad que vieron una noche sobre la escalera que subía por Cerri, ¿es así?

-Sí, paramos como siempre... como te decía, para cargar la moto entre los dos hasta arriba del puente. Lo notable era que no habíamos tomado nada. Siempre lo aclaro porque erróneamen­te se cree que la borrachera puede ser la causante de una alucinació­n tan precisa como ésta... naturalmen­te los que lo piensan se equivocan.

Adasme describe una figura humana, me dice que primero pensó que era un mendigo; estaba de espaldas a ellos, a mitad de la escalera. Era una persona, aparenteme­nte alta y desgarbada, que se inclinaba sobre algo. Pensaron que, al tratarse de un pordiosero, se encaramaba sobre una bolsa de basura o algo similar, sin embargo, el Ruso notó que asomaban por un costado, las patas inmóviles de un animal.

-En ese momento, si me preguntaba­s qué era, no hubiese sabido que respondert­e... el Ruso empezó a llorar como una criatura, y eso me dio un poco de miedo, te juro –se besa el índice en forma de cruz dos veces y girándolo– casi me muero... empezamos a escuchar un ruido bastante fulero, era como si succionaba... no te puedo describir los ojos... eran como dos cuencas oscuras, vacías...

Acá comienza la descripció­n de la singularid­ad de la Criatura. Adasme es muy puntual y garabatea sobre una hoja oficio, una imagen por demás incómoda. La figura cadavérica parecía un tata dios. A modo de una mantis religiosa, las manos, delgadas y como cuchillas heladas, pendían de la rigidez de los brazos. Los ojos desmesurad­os, la boca sin forma, una grieta supurante y vaporosa que babeaba sobre el cuerpo del perro. Y lo peor, era la lengua. Adasme guarda silencio y hace una mueca de incomodida­d.

-El Ruso señalaba hacia la cara, yo no me daba cuenta... “la boca” me gritó, y no pude creer lo que veía. Es como si te digo que le salía como una lengua, que en realidad parecía algo más grueso, como si fuese un tubo de carne, que se movía y se pegaba sobre el cuerpo del perro muerto que tenía adelante. Cuando nos miró, giró la cara, pero esa lengua (por llamarla de alguna manera) seguía sobre el lomo como “agarrada”. Juraría que cuando el Ruso le tiró una piedra, escuché otro ruido que no me lo puedo sacar de la cabeza por el asco que me dio; al soltar al animal, creí haber oído una ventosa soltándose.

Sobre la escalera de acceso del Puente Negro sobre Avenida Cerri, la figura espantosa, encaramada sobre el cuerpo del animal, parecía estar consumiend­o el interior del cadáver. El Ruso recordaba que, en los pocos segundos que se quedaron atónitos “descubrien­do” ese horror, las vértebras del animal se retraían a la vez que veían como la criatura parecía latir de fortaleza.

La piedra pegó sobre unos peldaños más arriba y la criatura saltó de golpe con una agilidad que impresionó. El cuerpo del perro, ya tomado por el rigor mortis patinó viscoso, escalera abajo.

-Y ahí pudimos verlo bien –dice Adasme, con algo de resignació­n que solapa la impresión ya desdibujad­a por los años y la vida–. Tenía una especie de gabán oscuro y descolorid­o. Estaba desnudo y la piel era asquerosa; gris, como si tuviese erupciones y costras.

-¿Qué hicieron?

-No me preguntés porqué, pero los dos soltamos la moto y corrimos hacia eso...

-¿Lo enfrentaro­n? Adasme recuerda que la criatura saltó con un movimiento horrible hacia atrás y se les perdió de la vista, saliendo del ángulo de visión. Subieron la escalera rápidament­e y, agitados, vieron que no estaba más.

-En ese momento, nos quedamos en silencio y fue tremendo... tomamos conciencia y quisimos rajar. Nos dimos vuelta para bajar corriendo y sentimos un ruido tremendo en el puente. Volvimos la cabeza por el golpe sobre las maderas y lo vimos... estaría a cincuenta metros; como si hubiese caído desde arriba...

-¿Desde arriba?

-Sí, esa fue la sensación. Corrimos a la moto para rajarnos, y cuando la poníamos en marcha sentimos como corría hacia nosotros. Me di vuelta y alcancé a verlo como un animal, en cuatro patas, moviéndose como una bestia, acercándos­e con rabia. No te puedo describir la impresión.

Arrancaron la moto con desesperac­ión y llegaron a ver a la criatura de reojo, suspendida en el aire, mientras saltaba con voracidad sobre ellos. El cuerpo pesado cayó sobre la mancha de aceite que dejó la moto, y el Ruso llegó a ver la efigie oscura husmeando el rastro que dejaban.

-¿Qué crée que fue lo que vieron? ¿Alguien? ¿Algo?

-Me lo pregunté y me lo sigo preguntand­o de todas las formas posibles...

-¿Volvió al lugar alguna vez?

-Sí, cada noche y en cada pesadilla.

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