La Nueva Domingo

Herman Banegas, el basquetbol­ista que también es guardiacár­cel

- Fernando Rodríguez ferodrigue­z@lanueva.com

abriel Colamarino necesitaba un jugador cerca del cesto y su amigo José Luis Pisani le recomendó uno que tenía en Ciudad de Bragado.

Así, terminada la Liga B, Herman Banegas armó el bolso y se vino a Bahía, convirtién­dose en refuerzo de Argentino para el torneo local. En principio eran unos meses. Ya pasaron 14 años.

Estuvo en diferentes equipos, se fue temporaria­mente

Gde la ciudad, tuvo cuatro hijas y sigue acá, consolidad­o como uno de los internos dominantes del torneo local y, desde hace cinco años, paralelame­nte, afianzado en una actividad que jamás hubiera imaginado: guardiacár­cel de la Unidad Penal Nº4 de Villa Floresta. “Es un trabajo”, dice, al tiempo que asume con naturalida­d eso de estar apostado “arriba del muro”.

Entre las potentes luces que iluminan las oscuras y –a veces- “largas” noches, la sombra del Flaco de 2m03 se agiganta en las alturas de la cárcel, como cuando lucha un rebote o vuelca una pelota en una cancha de básquetbol.

El suboficial que va y viene, mirando atento, sabiendo que es el último obstáculo que separa al preso de la calle –con la responsabi­lidad que implica-, es el mismo que trabajó como repositor, cortando el pasto o acompañand­o a su papá en el reparto de mercadería de almacén por los pueblos en la zona de Bragado.

“Nunca me imaginé trabajar en una cárcel, pero es un laburo. Mi vieja no quería saber nada, porque la verdad, no sabíamos cómo era”, reconoce.

“Además yo no había tirado más que con una honda o un aire comprimido a un pajarito. Pero bueno, ahora –asume-, manejo una escopeta y una pistola 9 milímetros”.

La realidad es que Banegas presentó los papeles para poder ingresar a la Unidad, buscando un trabajo que le diera una estabilida­d laboral.

“Mi pensamient­o –aclaraes que es más peligroso andar en la calle que estar en la cárcel”.

—¿Cómo es eso?

—Es que ahí, si bien están todos juntos, es más propenso que se ataquen entre ellos que al personal. En cambio, en la calle, vas caminando y por robarte un par de zapatillas capaz que te pegan un tiro en la cabeza. ¿Me entendés?

—¿Cómo es convivir con los internos?

—Con cada uno es diferente; vas aprendiend­o cómo tratarlos.

—¿Tenés vínculo directo con ellos?

—Actualment­e no. Solamente con los de buena conducta, que trabajan fuera del muro (sic). En su momento, cuando estuve como electricis­ta de la Unidad, entraba a todos los pabellones, desde el más tranquilo al más peligroso. —¿Y?

—Mi política cuando estuve encargado de pabellón, ni bien entré, era que si querían respeto, primero me respetaran a mí. Y no soy quién para juzgar a nadie, ellos ya están cumpliendo su condena.

—¿Te beneficia tu físico o ahí adentro el tamaño no cuenta?

—Es relativo, porque así como pueden tenerte miedo, también pueden desafiarte por el tamaño. Me pasó; me han invitado a pelar varias veces. —¿Cómo?

—Me decían: “Me zarpa tu altura”.

—¿Aprendiste a controlart­e y tener la cabeza fría?

—Sí, obvio. Se aprende. Tampoco es cuestión de andar peleándote, porque no estás en la calle. Para reducir a un interno hay que hacer los movimiento­s indispensa­bles, porque si lesionás a uno, por el motivo que sea, te pueden llegar a denunciar y hasta hacerte un sumario y así complicar tu carrera.

—¿Alguna vez la pasaste mal o tuviste miedo?

—Situacione­s varias, miedo no.

—¿Y algún hecho por el cual te arrepentis­te del trabajo elegido?

—No. Sí, por ejemplo, tuve levantado de las piernas a un interno que se había ahorcado... A otro que tenía un fierro en la mano lo encaré con un escudo... Uno me insultó, abrí un pabellón donde había 60 personas y le dije que no tenía huevos para repetirme lo que había dicho.

—Ufff... ¿Qué te había dicho?

—La c... de tu madre. Se me trabó la cabeza, fui y abrí la puerta. No lo tendría que haber hecho. Reconozco que estuve mal, porque si se hubieran revelado nos tomaban a los cuatro o cinco que estábamos ahí. Pero en el momento no lo pensé.

—¿El motín puede ser lo más peligroso?

—Hasta ahora no viví ninguno y espero que no suceda. Es el punto extremo al que podemos llegar.

—¿Es un trabajo en el que nunca podés relajarte?

—No tenés que perder la atención. En los pabellones hay una persona para ver 50 o 100 internos, en cambio ellos tienen 24 horas para estar mirando a uno.

—¿Qué relación se logra con los internos?

—El trato puede ser el mismo con todos, depende de lo que te permita cada uno. Llevarse bien con personal de servicio está mal visto. Pero la relación que se genera entre preso y personal no tiene que pasar ese límite. Me ha tocado de estar con algún pibe que conocía de la calle y estaba preso. También hay ex pre

“No había tirado más que con una honda o un aire comprimido a un pajarito; ahora manejo una escopeta y una pistola 9 milímetros”, dijo Banegas.

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JANO RUEDA-LA NUEVA.

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