Ella lo merece y vos también
¡Ausente sin aviso! Mis queridos lectores, en esta especie de contrato que tenemos entre ustedes y yo mediado por la Psicología, por conocimientos y también por los aspectos subjetivos que nos atraviesan a ustedes y a mí, siempre les anticipé la ausencia de los “Tema Vitales”, generalmente las vacaciones fueron el motivo que generaba una pausa en esta columna.
El domingo pasado fue un ausente sin aviso, la columna 835 no se publicó.
Por primera vez en 7 años mis letras quedaron mudas, y el teclado de mi computadora parecía inerte. Mi editor Gustavo, en un gesto de humanidad, lo entendió y acompañó.
La Psicología parecía no poder dar respuesta, y la fe que profeso por momentos resultaba esquiva, no pude escribir; el tema estaba pero la desolación me atravesaba y el consuelo parecía jugar a las escondidas. Desde que empecé a escribir
Nueva.” en “La lo hice por placer y por la pasión de que la Psicología y la Psicopedagogía estuvieran presentes en un ámbito de difusión y no solo en la academia; y nunca me desesperó saber cuántas personas leen esta columna.
Sí desde el primer momento tuve en claro quién era mi más fiel, incondicional y ferviente lectora y admiradora; pues hasta el último momento compró el “diario en papel” y atesoró la hoja de mi columna.
Ella merece este espacio y vos también merecés saber los motivos.
Siempre, y a modo de humorada decía que ella había sido testigo de todos los campeonatos mundiales de fútbol, de la guerra y ahora de la pandemia. Fue esposa y la vida la “cacheteó” quedando viuda a los 27 años, con lo que implicaba criar hijos y trabajar cuando los derechos de la mujer eran una utopía; luego llegar a la vejez es una bendición, pero también te enfrenta a la desgarradora experiencia de enterrar a tus propios hijos, sin palabras...
Y yo que recito las etapas del duelo de memoria hoy siento cuán valiente hay que ser para poder transitarlo. Si bien hay finales inexorables eso no
No hay preparación suficiente para despedir a quien amamos, siempre hay conmoción.
convierte a la muerte en un trámite, máxime cuando una pandemia impide acariciar, abrazar y hasta despedir.
Ausente sin aviso porque superado el impacto inicial, el dolor y la angustia me corroen; y se atraviesa una especie de túnel habitado por recuerdos y vivencias y de a poco se arriba a una meseta también dolorosa que en un tiempo más abrirá paso a la posibilidad de reconstruir un proyecto y un destino, sabiendo que algo se perdió pero también algo se ganó.
Ella, mi abuela, fue el amor más incondicional que conocí, jamás dudé en retribuirle tanto que me dio compartiendo mi vida con ella; pues estoy convencida de que ningún viejo merece quedar librado a la muerte física y simbólica, por eso fue una decisión de vida ocuparme de ella y de “garantizarle una risa” al día hasta el final.
No hay preparación suficiente para despedir a quien amamos, siempre hay conmoción, pero también existe la posibilidad de recordar cada momento y atesorarlo, de juntar las partes rotas, recomponerse, sonreír, mirar al cielo y seguir adelante.
Mi amada Abuela Esther merecía este espacio y vos mi querido lector merecías saber el motivo de mi ausencia.