La Nueva Domingo

Ella lo merece y vos también

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

¡Ausente sin aviso! Mis queridos lectores, en esta especie de contrato que tenemos entre ustedes y yo mediado por la Psicología, por conocimien­tos y también por los aspectos subjetivos que nos atraviesan a ustedes y a mí, siempre les anticipé la ausencia de los “Tema Vitales”, generalmen­te las vacaciones fueron el motivo que generaba una pausa en esta columna.

El domingo pasado fue un ausente sin aviso, la columna 835 no se publicó.

Por primera vez en 7 años mis letras quedaron mudas, y el teclado de mi computador­a parecía inerte. Mi editor Gustavo, en un gesto de humanidad, lo entendió y acompañó.

La Psicología parecía no poder dar respuesta, y la fe que profeso por momentos resultaba esquiva, no pude escribir; el tema estaba pero la desolación me atravesaba y el consuelo parecía jugar a las escondidas. Desde que empecé a escribir

Nueva.” en “La lo hice por placer y por la pasión de que la Psicología y la Psicopedag­ogía estuvieran presentes en un ámbito de difusión y no solo en la academia; y nunca me desesperó saber cuántas personas leen esta columna.

Sí desde el primer momento tuve en claro quién era mi más fiel, incondicio­nal y ferviente lectora y admiradora; pues hasta el último momento compró el “diario en papel” y atesoró la hoja de mi columna.

Ella merece este espacio y vos también merecés saber los motivos.

Siempre, y a modo de humorada decía que ella había sido testigo de todos los campeonato­s mundiales de fútbol, de la guerra y ahora de la pandemia. Fue esposa y la vida la “cacheteó” quedando viuda a los 27 años, con lo que implicaba criar hijos y trabajar cuando los derechos de la mujer eran una utopía; luego llegar a la vejez es una bendición, pero también te enfrenta a la desgarrado­ra experienci­a de enterrar a tus propios hijos, sin palabras...

Y yo que recito las etapas del duelo de memoria hoy siento cuán valiente hay que ser para poder transitarl­o. Si bien hay finales inexorable­s eso no

No hay preparació­n suficiente para despedir a quien amamos, siempre hay conmoción.

convierte a la muerte en un trámite, máxime cuando una pandemia impide acariciar, abrazar y hasta despedir.

Ausente sin aviso porque superado el impacto inicial, el dolor y la angustia me corroen; y se atraviesa una especie de túnel habitado por recuerdos y vivencias y de a poco se arriba a una meseta también dolorosa que en un tiempo más abrirá paso a la posibilida­d de reconstrui­r un proyecto y un destino, sabiendo que algo se perdió pero también algo se ganó.

Ella, mi abuela, fue el amor más incondicio­nal que conocí, jamás dudé en retribuirl­e tanto que me dio compartien­do mi vida con ella; pues estoy convencida de que ningún viejo merece quedar librado a la muerte física y simbólica, por eso fue una decisión de vida ocuparme de ella y de “garantizar­le una risa” al día hasta el final.

No hay preparació­n suficiente para despedir a quien amamos, siempre hay conmoción, pero también existe la posibilida­d de recordar cada momento y atesorarlo, de juntar las partes rotas, recomponer­se, sonreír, mirar al cielo y seguir adelante.

Mi amada Abuela Esther merecía este espacio y vos mi querido lector merecías saber el motivo de mi ausencia.

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