La Nueva Domingo

Roberto Ojunián dejó su huella en el básquetbol

Su época de futbolista. El costo que pagó por irse de 9 de Julio a Olimpo. Jugar con los mejores y “el triunfo” con Bahía.

- Fernando Rodríguez ferodrigue­z@lanueva.com

La réplica de la 11 de Roberto Ojunián ya cuelga en lo alto del Norberto Tomás, junto con las de otras figuras históricas aurinegras. Con ese número defendió cantidad de veces la camiseta de Olimpo, de Bahía y de Provincia.

Hace 30 años que vive en La Plata y se lamenta no haber podido estar en el acto de los 50 años del triunfo bahiense ante Yugoslavia, el sábado 3 de julio.

“Agradecí mucho a Alfredo Dagna, el presidente, porque tuvo la deferencia de insistirme, pero la verdad que no me animé, por la pandemia. Me hubiese gustado –asegura- juntarme con Palometa (Monachesi), con Coco Bruni a quien hace años que no veo y que fue tan útil para las seleccione­s; también con el Gordo Cortondo, con quien llegamos juntos a Olimpo...”. Ahí, cuando pasó a ser local en el aurinegro, Ojunián empezó a fortalecer su carrera basquetbol­ística. El cambio no fue sencillo, claro.

Es que por entonces, la figurita de 9 de Julio ya había ganado cinco torneos: Cadetes Infantiles (‘62 y ‘63), Tercera de Ascenso (’66), Reserva de Tercera (’67) y Reserva de Segunda (’68), además de tres zonales, dos provincial­es y hasta un Argentino de Mayores cuando, en 1969, tentado por el dirigente Carlos Lemos dejó sus raíces, sus amigos y, en definitiva, su club, priorizand­o el crecimient­o deportivo sobre lo sentimenta­l.

—¿Fue traumático alejarte de 9 de Julio?

—Sí, fue bastante complicado. Era mi club, lo quería, tenía todos mis amigos, los que después dejaron de saludarme.

—¿Con el tiempo se fue cerrando la herida?

—Con el tiempo, pero nada fue lo mismo. Algunos no me hablaron más.

—Fue el costo de la decisión...

—Sí. Mirá que Elsio Tarabelli, el dirigente más importante que tenía 9 de Julio, era mi cuñado y no me dirigió más la palabra.

—¡Cómo cambiaron los tiempos!

—Claaaro... Mi papá (Eduardo) fue presidente de 9 de Julio. Y ni a él le había dicho que me iba. —¿Y? ¿Cómo reaccionó? —Nunca se metió en esos temas y jamás me dijo nada. En realidad, yo no tenía problemas con nadie en 9 de Julio.

—¿Te fuiste en busca de un salto de calidad?

—Claro. Yo en 9 de Julio jugaba en Segunda y si bien ya estaba en el selecciona­do, desde los 18, veía que únicamente con esos partidos no me alcanzaba para mejorar. Y traté de crecer un poco más.

—El tiempo te dio la razón del cambio.

—Es que Olimpo jugaba a nivel nacional y hasta sudamerica­no (fueron terceros, en 1979).

Con los mejores

Con el aurinegro, Roberto cosechó ocho títulos locales, tres en la provincia y uno a nivel nacional.

—¿Cómo fue abrir la puerta del vestuario de Olimpo, el cual, imagino, imponía un respeto absoluto?

—Lo que pasa que yo los conocía de la Selección. No sentí tanto la transición. Pero claro, ¿te imaginás lo que era entrar y encontrart­e con tipos como el Negro De Lizaso, Lito...?

—¿Si no tenías personalid­ad era difícil entrar?

—Y, era medio difícil. Por eso Jorge (Cortondo) brilló, porque su personalid­ad no permitía que lo pasaran por encima. De todos modos, eran jugadores que te ayudaban constantem­ente, te alentaban. Si bien los tres, incluido Beto (Cabrera) fueron unos fenómenos, a nosotros nos necesitaba­n, porque éramos quienes se la pasábamos.

—Ustedes, los de segunda línea, los ayudaron. ¿Cuánto te favoreció en tu crecimient­o compartir equipo con ellos?

—Cuando jugás con los mejores naturalmen­te crecés. Por eso nadie desentonab­a. En la Selección, por ejemplo, se sumaba Raúl López, con una tremenda personalid­ad, y aportaba. En cambio otros, a pesar de tener talento, no los ayudaba el carácter para estar al lado de ellos. En mi caso, nunca recibí un reproche.

—¿El perfil del jugador de Olimpo se emparentab­a con lo que transmitía la Selección?

—Sí. Bueno, Beto, que venía de Estudiante­s, era un fenómeno; Raúl Alvarez cuando se ponía la camiseta de Bahía se transforma­ba; Alvarez Rojo rendía... Era el empuje de los mejores y, también, lo que transmitía la tribuna. Eso era espectacul­ar.

—¿Lo que transmitía la gente hizo que te mandaras alguna de la que te arrepentis­te?

—Je. En un Estudiante­sOlimpo se armó una batahola en la tribuna. Estaba peleándose Chiquito Lliteras, en la volteada entró Carlitos Lemos y subimos a pelearnos con todos. ¡Se armó un lío! Después fuimos todos presos. La policía me fue a buscar a casa al día siguiente. Le dije a mi señora “quedate tranquila, ahora llamo a Carlitos y en 10 minutos estoy afuera”. Cuando llegué al patrullero, él también estaba detenido, je. Todos al calabozo. —Otros tiempos... —Totalmente...

El DT que no fue

Roberto tiene 73 años, disfruta en La Plata de Felipe, su nieto de 3 años y de su hija, Valentina (42). En la ciudad de las diagonales trabaja con Mario, su hermano, en la empresa de medicina laboral. Y si bien perdió vínculo directo con el básquetbol y viene poco por Bahía (acá tiene a su hermana Norma), los recuerdos permanecen vivos en él. Así y todo, durante la charla se llevó una sorpresa.

—El Lungo Brusa tenía una foto en su casa, arriba del televisor, en la que estaba un quinteto que, según él, era al que más cariño le tenía: Cabrera, Fruet, De Lizaso, Ugozzoli y vos. ¿Lo sabías?

-¡Mirá! La verdad que me estás dando una grata sorpresa. Me acuerdo de esa foto...

-El Lungo, como técnico, era un buen formador de grupos, ¿no?

-Tenía la virtud de juntarnos a todos. Lo quería con locura a Fruet y se llevaba muy bien con Beto. Él entendía que la mejor preparació­n era un entrenamie­nto y tres asados. A pesar de no tener los conocimien­tos de otros técnicos, él nos conocía como personas y nos sacaba lo mejor. En mi caso tuve la suerte de tener a (Carlos) Danussi en la Selección y a Tite Boismené, de quien fui ayudante en la Liga.

El 5 de Liniers

Roberto vivía en calle Mendoza 999 y pasaba a diario por Charlone y 9 de Julio cuando iba para Liniers, donde jugaba al fútbol.

“Un día –recordó- estaban entrenando, entré, me

apoyé en la baranda y, como era alto para la edad que tenía (12), me preguntaro­n si quería sumarme. Y así empecé”.

Hasta los 17 jugó al fútbol, de 5. Un día se enojó y dejó.

“Me habían citado para un torneo nocturno de Primera y hasta jugué un partido. Al siguiente, le dieron camiseta a los otros pibes que estaban conmigo y a mí no. Entonces, me fui y no volví más. Me fue a buscar (Arnaldo Lieja) Castelli y algunos dirigentes, pero me decidí por seguir únicamente con el básquet.

Su primer técnico en 9 de Julio fue Néstor Radivoy.

“Después tuve a Luis Lasdica, que fue quien me enseñó, con toda la paciencia, los fundamento­s. Vivía adentro del club. La primera cancha de 9 de Julio en la que jugué era de tierra, ¿te la imaginás?

Momentos

—¿Qué recuerdo más claro te quedó con Olimpo?

—Cuando salimos campeones Argentinos en Santiago del Estero (1978). Nosotros sin extranjero­s, ellos sí y con Tola, Raffaelli, Romano... Casi Selección argentina. Y nosotros éramos Monachesi, Cabrera, Meschini, Jorge, yo... ¡Y les ganamos! Otro fue el Sudamerica­no de clubes, en Isla Margarita.

—¿Cuál de los cuatro títulos Argentinos con Provincia te marcó más?

—El que se jugó en el Luna Park (1972). El Flaco Fruet fue tarde (en reemplazo del lesionado Ugozzoli) y no lo dejaron jugar. Le ganamos a Capital (6457) y fue un disfrute importante. En su momento teníamos pica con ellos, pero con la prensa, que no nos daba pelota y ganábamos todo, no con los jugadores. Entonces, ese torneo fue como una descarga.

—¿Y con Bahía, más allá de los 13 títulos, que llevás grabado a fuego?

—Y... Haberle ganado a Yugoslavia, que era campeón del Mundo. Yo tenía 23 años.

—¿Se te vienen imágenes?

—Recuerdo, más que escenas del partido, la reacción de la gente cuando se dio cuenta que ganábamos.

Ya no teníamos a Beto, pero estaba el Negro y Jorge.

—¿Te sentías gigante en ese momento? ¿Cambió algo en vos?

—Nosotros no sé si nos dábamos cuenta de lo que hacíamos en ese momento. En Bahía digamos que éramos famosos, pero al otro día había que ir a laburar como cualquier ciudadano. Nosotros teníamos los pies sobre la tierra.

—Del pibito que empezó en 9 de Julio, al jugador ya formado que integró el equipo que le ganó al campeón del Mundo, ¿cómo fuiste viviendo la manera en que se potenció y transformó el básquetbol en la ciudad?

—El primer torneo Argentino que me tocó ganar, en Paraná (1967), cuando llegamos a Bahía no se podía creer cómo nos recibieron en el teatro Municipal. El periodismo, que nos ayudó muchísimo y la gente, se sentía identifica­da. En 9 de Julio hasta me recibieron con una autobomba. ¡Tenía 18 años! A partir de eso, los clubes de Bahía trabajaron muchísimo y todos los chicos querían jugar al básquetbol. Y eso fue creciendo y siguieron saliendo jugadores, como estos monstruos de Pepe, Manu, Montecchia... Fue maravillos­o. Aquello considero que fue la semilla.

Pasaron más de 50 años y el básquetbol bahiense siguió fortalecie­ndo sus raíces con jugadores como Roberto Ojunián, inclusive, algunos fueron mejores. Eso sí, con la diferencia que él figura entre el puñado de privilegia­dos que se dieron el gusto de ganarle, con Bahía, al campeón del mundo. ¡Salud!

“Recuerdo, más que escenas del partido (contra Yugoslavia), la reacción de la gente cuando se dio cuenta que ganábamos”, dijo Roberto.

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FOTOS: JANO RUEDA-LA NUEVA Y GENTILEZA OJUNIÁN.
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EL CLÁSICO. Roberto Ojunián, defendido por Alvarez Rojo. Cortondo, Jaime Scheines y Beto Cabrera son espectador­es.

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