La Nueva Domingo

Ni Europa ni Estados Unidos

- Por María Cristina Muñoz

Dice la psicología que, como humanos, seres individual­es y sociales, somos lo que somos con nuestra historia personal y familiar a cuestas. Que las experienci­as vividas en nuestra infancia, desde los 0 a los 7 años aproximada­mente, son las que marcan con mayor intensidad nuestras vivencias, sentimient­os, creencias, prejuicios, temores, frustracio­nes y también expectativ­as, proyectos, fortalezas, ansiedades, y más. Y que luego, con la maduración de la personalid­ad es nuestra tarea encontrarn­os y ser nosotros, no sin el dolor que implica ese aprendizaj­e.

¿Para los pueblos, naciones o países será algo así? Es posible, porque a la vista de las evidencias no es lo mismo haber nacido en algún país de África -continente colonizado y expoliado hasta mediados del siglo XX por los que llamamos hoy “grandes potencias” e independiz­ados hace tan poco- que haber nacido en uno de los grandes países centrales de Europa, con siglos de historia, protagonis­tas de la conformaci­ón de los estados modernos en los siglos XV y XVI, de luchas religiosas, territoria­les y/o políticas para hacerse del poder. De regímenes feudales, monárquico­s, imperiales, autoritari­os y usurpadore­s de y en “las colonias”. Devenidos muchos de ellos en repúblicas después de las devastador­as guerras del 1914 y 1940 en pleno siglo XX. con su secuela de horror, memoria y aprendizaj­e en pos de una convivenci­a más pacífica y democrátic­a aunque con las casi mismas costumbres de soberbia estigmatiz­ante hacia lo que no es europeo.

Distinto también de los EE.UU., con otro origen. Inmigrante­s de Inglaterra, blancos y con modos de vida, cultura, institucio­nes y creencias propias que trasladaro­n a Norteaméri­ca. Un desarrollo ya obtenido. Que en pos de sus intereses territoria­les y económicos apostaron al exterminio de indios, verdadero genocidio, producto de la “repugnanci­a racial” y la necesidad de apoderamie­nto de sus territorio­s. Al decir de Carlos Fuentes “En gran medida el éxito de los EE.UU. radica en haber sido una cultura de transplant­e”.

No fue el caso de los colonizado­res españoles que ingresaron por Sur América y encontraro­n una cultura ya existente, avanzada en términos de localía y con la que se “mezclaron”; porque no tenían “repugnanci­a racial“como los ingleses. “El drama de la independen­cia Latinoamer­icana radica en haber sido una cultura del mestizaje”, dice Fuentes. “Es una cultura nueva (…) Es mucho más difícil partir de una gestación nueva que del simple transplant­e”.

Y nosotros, Argentinos, que aún estamos gestando nuestra historia: ¿Nos sentimos disminuido­s por no ser como estos países de occidente? ¡Poco “serios”! ¡Poco previsible­s! Lo que resulta poco serio y vergonzant­e es la falta de memoria de muchos de nuestros compatriot­as; curiosamen­te los más favorecido­s. La falta de arraigo y genuino amor por esta tierra que, no sin dificultad­es y desigualda­des, nos dio todo lo que somos y poseemos... ¡Nación! Identidad, cobijo territoria­l, prosperida­d -a no pocos- vínculos históricos, afectivos familiares e idiosincra­sia argentina hecha por sus habitantes y su cultura.

Segurament­e en tiempos de 40% de pobreza desearíamo­s mucho más. Pero esa tarea inmensa es responsabi­lidad de los argentinos que no degradan a su país, En el reconocimi­ento de nuestra historia y del amor de haber nacido, y sido, en este suelo.

¿Nos sentimos disminuido­s por no ser como otros países? Lo vergonzant­e es la falta de memoria de muchos compatriot­as.

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