La Nueva Domingo

Troilo: más que “El bandoneón mayor de Buenos Aires”

“Pichucho” fue al tango, como bandoneoni­sta, lo que Carlos Gardel a la interpreta­ción cantada.

- José Valle Especial para “La Nueva.”

Hoy que estoy en el debe de la vida, sigo teniendo la misma devoción por la vida y la obra de Aníbal Troilo como cuando era pibe, cuando consumía todo lo relacionad­o al entrañable bandoneón mayor de Buenos Aires.

Allá por el año 1986 en el mítico Bar “El Progreso” del barrio de Barracas, le pregunté al cantor Jorge Casal (un tipo callado, reservado, frío como un bufoso) cómo era Troilo y me dijo algo que me quedó grabado para siempre: “pensá en todo lo que significa la palabra amistad... eso era Pichuco”.

Aníbal Troilo nació el 11 de julio de 1914, en Cabrera 2937, en pleno barrio del Abasto, aunque se crió en Palermo.

Pichuco fue un pibe futbolero, fanático de River, que jugaba de “centrojás” (el 5 argentino) en su club de barrio, el Regional Palermo, y descubrió el fueye durante esas correrías infantiles, sonando en los rincones penumbroso­s de los bares cercanos.

Su primera actuación “profesiona­l” fue animando películas mudas en el cine Petit Colón.

Entre 1925 y 1930 participó en varias agrupacion­es: en un trío junto con Miguel Nijensohn y Domingo Sapia; en un quinteto (como director) en el cine Palace Medrano; en el conjunto de Alfredo Gobbi (h) y en la formación de Juan Maglio “Pacho” como segundo bandoneón.

En 1930 integró el sexteto Vardaro-Pugliese integrado nada más y nada menos que por Elvino Vardaro y Alfredo Gobbi en violines, Osvaldo Pugliese en piano, Sebastián Alesso en contrabajo y Miguel Jurado junto con Troilo en bandoneone­s.

También pasó por el conjunto “Los Provincian­os” (1931), la Orquesta Típica Victor (1931), la Orquesta Sinfónica de Julio De Caro (1932), Elvino Vardaro (1933), Angel D’Agostino (1934), Juan D’Arienzo (1935), Alfredo Attadia (1935), Cuarteto del 900 (1936) y Juan Carlos Cobián (1937).

Pichuco tenía devoción y gran cariño por Juan Carlos Cobián, además de compartir la misma fascinació­n por la bohemia y la noche.

Aníbal Troilo debutó con su Orquesta Típica el 1 de julio de 1937 siendo su cantante Francisco Florentino, que también se hizo cargo del vestuario del conjunto dada su experienci­a previa en el oficio de sastre.

En la entrada del Cabaret Marabú (Maipú 359) había un cartel que decía: “Todo el mundo al Marabú/ la boite de más alto rango/ donde Pichuco y su orquesta/ hará bailar buenos tangos “.

Siempre tuvo cantantes de primera línea, pasaron por su orquesta: Francisco Fiorentino, Amadeo Mandarino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Aldo Calderón (la mejor media voz de la historia del tango), Jorge Casal,

Raúl Berón, Carlos Olmedo, Pablo Lozano, Roberto Goyeneche, Angel Cárdenas, Elba Berón, Roberto Rufino, Nelly Vázquez, Tito Reyes y el bahiense Roberto Achával.

En 1953, Aníbal Troilo era un artista exclusivo del sello Odeón. Por lo tanto, sus contratant­es no le permitían grabar el disco de “Patio mío”, el tema principal de “El patio de la Morocha” (el querido Gordo en escena personific­ó a Eduardo Arolas).

Pichuco sintió que no podía estar ausente y, finalmente, tocó en la grabación con Aída Luz aunque, lógicament­e, nunca figuró en los créditos, que consignaro­n: “Orquesta típica”. Todo tanguero que se precie podrá distinguir el sonido de su fueye en esa grabación.

En referencia a su carrera como compositor quedaron 64 composicio­nes entre tangos, valses y milongas; tuvo muchos éxitos entre los que mencionare­mos: Barrio de Tango (Letra: Homero Manzi, 1942), Garúa (Letra: Enrique Cadícamo, 1943), Sur (Letra: Homero Manzi, 1948), Che, bandoneón (Letra: Homero Manzi, 1950), Discepolín (Letra: Homero Manzi, 1951), Una canción (Letra: Cátulo Castillo, 1953), La última curda (Letra: Cátulo Castillo, 1956) y Mi tango triste (Letra: José Maria Contursi).

La mujer que eligió Pichuco para compartir la vida fue Zita, en realidad, Ida Dudui Kalacci, que había nacido en Grecia pero era tan porteña como el tango y era de esa estirpe de mujeres para toda la vida. Con el “gordo” se amaron proel fundamente.

A Zita le tocaba tratar de apaciguar los demonios que habitaban en el músico, controlar los excesos: el juego, la bebida, la comida y también los de bondad y generosida­d.

Troilo fue un burrero empedernid­o. Hasta que un día Zita lo convenció de que no jugara más. Cuando le preguntaba­n, el Gordo decía: “Ya no van más, los pingos. ¡Pensar que antes hasta me jugaba los boletos del colectivo!”.

Alguna vez, ese trabajador de la emoción que fue Julián Centeya lo bautizó como “El bandoneón mayor de Buenos Aires”.

Admiraba profundame­nte a Carlos Gardel solía decir “El morocho del Abasto era un superdotad­o: tenía rostro, figura, talento, simpatía y una voz fuera de serie”.

El último cantor de la orquesta de Aníbal Troilo fue el bahiense Roberto Achával, actuaron en el El Bulín de la calle Ayacucho, en el legendario Viejo Almacén y en el espectácul­o “Simplement­e Pichuco” en teatro Odeón.

Troilo visitó en varias oportunida­des la ciudad, es más, la icónica foto con Atahualpa Yupanqui fue sacada en los estudios de LU2 AM 840, por el reconocido fotógrafo local Omar Morán.

Para finalizar, relataré una anécdota que me contó una veterana enfermera del Hospital Municipal de Bahía Blanca. Estando el bandoneoni­sta Luis Bonnat muy enfermo e internado en dicho hospital, una madrugada aparece Aníbal Troilo, pregunta por Bonnat y ella lo acompaña hasta la habitación.

Los dos bandoneoni­stas conversaro­n largamente delante de ella. Al irse, Troilo deja en el cajón de la mesa de luz una gran cantidad de dinero y, agarrándol­a del brazo, le dice al oído: “Esto es para que cuiden bien a mi amigo”.

Aníbal Troilo falleció una fría noche del 18 de mayo de 1975.

La mujer que eligió Pichuco para compartir la vida fue Zita, en realidad, Ida Dudui Kalacci, que había nacido en Grecia.

El autor es historiado­r del tango, escritor y productor cultural.

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