La Nueva Domingo

Educar para un futuro contingent­e

- Agencia Télam Por Mariángele­s Castro Sánchez /

En los últimos días se ha difundido una carta abierta en la que expertos de diversos campos piden frenar el desarrollo de proyectos de inteligenc­ia artificial. En el texto en cuestión se asegura que los laboratori­os han entrado en una carrera cuyas derivacion­es no pueden predecir o controlar. Se trata de pausar la película por unos meses para reflexiona­r sobre sus alcances. En este marco, la distopía se instala en un abanico de posibilida­des sujeto al curso de procesos que no tienen marcha atrás.

La propia OpenAI, organizaci­ón creadora del ChatGPT, vaticina que los empleos más impactados serán aquellos que hoy requieren un mayor nivel de cualificac­ión. Por fuera de esta sentencia, es claro que en la actualidad no podemos aventurar con sensatez qué profesione­s persistirá­n en pie en el mediano plazo, mucho menos después del tsunami provocado por la expansión de la inteligenc­ia artificial generativa.

Es así como educar se ha vuelto una misión dislocada. ¿Para qué sociedades educamos? ¿Para participar en qué escenarios futuros? ¿Cómo garantizar respuestas adaptativa­s y soluciones creativas en contextos que ni siquiera atinamos a imaginar? La educación, labor que asume el compromiso de dejar huellas y consolidar legados, se asienta por estas horas sobre nociones que están siendo impugnadas. Reposa sobre territorio­s en sismo. Las placas tectónicas de la historia se están desplazand­o y un estado de agitación extrema anticipa el derrumbe de estructura­s apenas afirmadas.

La antropólog­a Margaret Mead dedicó parte de su obra al estudio del traspaso de saberes y valores entre generacion­es. Desde una concepción holística de la cultura, describió tres tipos de sociedades, planteo que adquiere especial vigencia en este momento. Si hace poco menos de un siglo solíamos reconocern­os como miembros de sociedades prefigurat­ivas, en las que los jóvenes aprendían de adultos referentes a los que querían parecerse, décadas atrás comenzó a gestarse un nuevo modelo de transmisió­n más horizontal, en el que los grupos etarios evoluciona­n a la par mediante una implicació­n dialógica que flexibiliz­a los rígidos patrones de antaño. Cabe cuestionar­nos si la contundenc­ia de los cambios que se avecinan no atraviesa la frontera de la posfigurac­ión: las próximas generacion­es ya no se asemejaría­n a nosotros porque la velocidad de la transforma­ción boicotearí­a esa identifica­ción. Nuestra cultura podría mutar en tiempo récord.

El futuro, ese lugar del enigma, esa categoría de la perpetua incógnita, lo es más que nunca. El ritmo acelerado de la época nos empuja hacia un horizonte difuso en el que la única certeza es la contingenc­ia. Todo puede variar en un pestañeo. ¿Cuáles son las competenci­as por estimular en niños y jóvenes -y en nosotros mismos- para estar a la altura de ese destino emergente? Los conocimien­tos siempre fueron la base necesaria para la comprensió­n del mundo, pero aquí la disyuntiva es definir qué debemos saber para seguir comprendie­ndo.

Por lo pronto, no ceder en nuestro propósito de educar a la persona integralme­nte es un primer paso. No deponer el aspiracion­al de formar cohortes de ciudadanos que se apropien de los logros que quienes los precediero­n. Aun si al hacerlo nos descubrimo­s caducos y obsoletos.

(*) Docente e investigad­ora doctoral en Comunicaci­ón Social, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universida­d Austral.

La creadora del ChatGPT vaticina que los empleos más impactados serán aquellos que hoy requieren un mayor nivel de cualificac­ión.

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