La Nueva Domingo

Bruno Pezzella, con la sangre del campeón

Cerca de recibirse de arquitecto, con un negocio gastronómi­co en marcha y una hija de dos años, Bruno Pezzella dio vuelta de página a una vida de 15 años dedicada al fútbol profesiona­l.

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“Siento que viví dos vidas, completame­nte distintas. Una como futbolista profesiona­l, otra a partir del retiro, con nuevos desafíos y consolidan­do mi familia”.

Quien resume de esta manera sus 34 años de edad es Bruno Pezzella, que luego de recorrer parte del mundo practicand­o el deporte que lo apasiona, regresó a su ciudad natal para, con la misma pasión y entrega con la que jugaba, desarrolla­r proyectos personales postergado­s pero nunca olvidados.

Bruno empezó jugando en Kilómetro 5, el club de su barrio, pasó luego por Juventud Unida de Algarrobo, Olimpo y Bella Vista, donde, con 17 años, debutó en primera. Esos cambios de camisetas serían una constante en su vida, excediendo la geografía bahiense.

“Mi primera posibilida­d fuera de Bahía fue en Aldosivi de Mar del Plata, cuyas inferiores participab­an en los torneos de la AFA. Había terminado el secundario y aposté a esa chance. Surgió luego una oferta para ir a Chile, donde llegué a jugar algunos amistosos pero por un tema de cupos de extranjero­s no se concretó. Luego pasé por Santamarin­a de Tandil, perdimos contra Patronato la final por el ascenso, y por Deportivo Roca, que disputaba el Federal A”.

El gran momento de su carrera fue en 2011, cuando, estando en Central Español de Montevideo, lo contrató Belgrano de Córdoba, recién ascendido a primera división luego de condenar al descenso a River Plate, donde fue dirigido por Ricardo Zielinsky.

“Recuerdo mi debut. Fue contra Sacachispa­s, por la Copa Argentina. Entonces no se televisaba­n esos partidos así que yo estaba con la cabeza en saber si mi familia iba a poder seguir las alternativ­as del encuentro. Estaba entrando en calor y lo único que pensaba era eso. Era el sueño de toda mi vida, por el que tanto había luchado. Fue sin dudas uno de los momentos más lindos de mi carrera. Llegué a jugar en la Bombonera, en el Nuevo Gasómetro y de local en el Mario Alberto Kempes”.

Siamo dentro

Luego de esa experienci­a su carrera tomó un nuevo rumbo, convocado por el Akragas de Agrigento, en Sicilia, Italia.

“Otra experienci­a increíble, una ciudad hermosísim­a, un club muy profesiona­l, con el cual enfrenté a equipos grandes como el Catania y al Lecce”.

Su sueldo era suficiente para vivir y ya estaba en compañía de su mujer, lo cual le permitía disfrutar más aún de esa experienci­a.

“Estaba en mi mejor estado, físico y mental. Tuve un gran año, al punto que llegué a ser el capitán y referente del equipo”.

Sin embargo, el final de esta etapa fue abrupto e inesperado. El Akragas cambió de dueño mientras Bruno estaba de vacaciones en Bahía Blanca y el club decidió no participar del torneo de ese año.

Con el libro de pases cerrado, encontró lugar en el Messina, que había descendido a la D, castigado por sus deudas.

“Era el club más grande de Sicilia, que armó un equipo para ascender. Perdimos la final pero nos quedaba el repechaje. En ese ínterin una vez más me toca vivir la misma experienci­a: se desintegró la sociedad que gerenciaba el club. Ahí dije basta. Era el momento de regresar a Bahía Blanca”.

Habían pasado ya 15 años de su vida dedicados a ese deporte.

La nueva vida

Los jugadores de fútbol se jubilan jóvenes en su profesión. Pero Bruno regresó sin ningún complejo. Siempre tuvo en claro que más allá de disfrutar de vivir enlugares como Napoli o Messina, él iba a volver. Italia era una etapa cerrada y su cabeza estaba puesta en empezar una nueva vida. Como si tuviera 18 años. Le quedó sin embargo para jugar en Sansinena y luego sí, el punto final.

“Tenía 30 años y estaba listo para empezar la universida­d. Hasta entonces el fútbol había sido mi prioridad, pero siempre tuve en claro que quería estudiar. Me anoté en la UNS y empecé arquitectu­ra. Ahí cambió el rumbo de mi vida”.

Mientras daba sus primeros pasos académicos, su mujer, Madeleine Marie Laura, bahiense y cheff de profesión, preparaba tortas y las vendía a través de las redes. Fue un éxito y Bruno pronto se convirtió en su ayudante pastelero.

“Un día tomamos la decisión de poner un food truck. Yo todavía jugaba en Sansinena pero ya no tenía una motivación. Era tiempo de estudiar y de trabajar. Fue entonces que abrimos la pastelería & cafete- ría Madeline”.

Ni tiempo para el duelo, ni espacio para la nostalgia.

“No puedo creer que hasta hace poco tenía una vida tan distinta, viviendo para el fútbol, y ahora estoy cerca de terminar una carrera, trabajando en un estudio de arquitectu­ra y siendo parte de un emprendimi­ento gastronómi­co. Siento claramente que he vivido dos vidas”.

La elección de arquitectu­ra es parte de una vocación temprana --de chico hacía perspectiv­as y dibujaba edificios— pero lo confirmó al visitar Roma.

“Caminar por el foro romano fue algo impactante. Ahí confirmé que quería estudiar arquitectu­ra, sentí que quería entender eso que estaba viendo”.

Tomar los libros no le costó en absoluto.

“Encontré además un grupo de compañeros y amigos que me ayudan y apoyan. Con mis trabajos se hace difícil manejar los tiempos, ir a clases, preparar las entregas. Le debo mucho a ellos porque me ayudan a seguir el ritmo y no atrasarme”.

Lo mismo le pasa con el negocio, donde su mujer cubre la mayor cantidad de horas en el local mientras él cursa sus últimas materias.

Pero todavía faltaba un último ingredient­e: la llegada de Amalfi, su primera hija, cuyo nombre evoca la costa amafiltana, donde pasó con su mujer muchas horas de felicidad.

“Nuestra hija hizo realidad el sueño de consolidar­nos como familia. Creo que eso es lo que más me cuesta hoy, no verla durante todo el día. Su llegada me ayudó a ver las cosas de otra manera".

Besando la copa

No fue una decisión fácil viajar a Qatar en familia para ver el mundial, pero el deseo de acompañar a su hermano Germán, integrante de la selección, fue definitori­o.

“Lo acompañé siempre, en sus buenos momentos y en los malos. Verlo jugar un mundial, estar en la tribuna cuando debutó fue algo maravillos­o. Ahí entendí que todo lo que hicimos había valido la pena”.

Más allá de disfrutar de cada partido, como familiar que era de un jugador, Bruno, Madelaine y Amalfi podían estar un día a la semana en la concentrac­ión, en lo que Bruno define como “una muy buena decisión del cuerpo técnico”.

“Eso fue maravillos­o. Estábamos ahí, con todo el plantel, compartíam­os el almuerzo, tomábamos mate. Los jugadores todos sencillos, humildes, atentos. Y en ese sentido el ejemplo lo daba Messi, líder como jugador y como persona, que en los momentos complicado­s demostró su temple. Gran parte de lo que se consiguió es por lo que él trasmitía. Que el mejor jugador del mundo sea el de más bajo perfil le baja línea a todos, marca un comportami­ento”.

“Caminar por el foro romano fue algo impactante. Ahí confirmé que quería estudiar arquitectu­ra. Y lo cumplí.”

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