La Nueva Domingo

Paseo de las Esculturas: de la recreación al ruido

Música a todo volumen, además de sonidos molestos con autos y motos, alteran la tranquilid­ad del lugar.

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CUANDO EN

1994 se materializ­ó el Paseo de las Esculturas, sobre calle Fuerte Argentino, entre Casanova y Sarmiento, la ciudad ganó uno de los espacios públicos más valorados y concurrido­s de la ciudad.

UN PASEO

lineal que, además de su atractivo propio -con diez esculturas surgidas de un encuentro de artistas trabajando sobre rezago ferroviari­o y un adecuado tratamient­o paisajísti­co-, tiene varias aristas positivas.

POR UN

lado, encontró un uso a un tramo del entubado del arroyo Napostá que quedó sin destino luego de que se cancelara el proyecto de utilizar esa obra para generar una gran avenida.

POR OTRO,

marcó un recorrido que, desde calle Sarmiento, conducía al borde del arroyo que quedó a cielo abierto –espacio que también potenció— para, finalmente, desembocar en el parque de Mayo.

EL PASEO

fue así un lugar con vida propia, elegido por jóvenes y familias, y también un lugar de paso –caminando o en bicicleta—dentro de un circuito recreativo.

UN TERCER

componente fue, al menos en principio, que significó una plusvalía para todo el sector, al generar un paisaje urbano completame­nte nuevo.

SIN EMBARGO,

desde hace años hay un componente que desvirtúa en parte todos estos atractivos y que merece atención por parte del municipio.

LA REFERENCIA

es a la (mala) costumbre de muchos concurrent­es de poner música a un volumen desproporc­ionado, molesto y agresivo, de generar ruidos con autos y motos en horarios nocturnos.

ESE USO

contradice las normativas en la materia, generando ruidos molestos que afectan la vida de los vecinos del lugar, quienes viven un calvario cada fin de semana.

HAY ORDENANZAS

que rigen en la materia y que definen como “ruidos excesivos” los causados por cualquier hecho o actividad industrial, comercial, cultural, deportiva y social que superen los niveles indicados en las normas IRAM.

NO SE

trata entonces de prohibir por prohibir, sino de asumir que ningún usuario del espacio público puede hacer lo que le plazca, sobre todo cuando su conducta afecta el bienestar de otros. Tampoco es bueno que eso ocurra de manera impúdica y sin que las autoridade­s responsabl­es intervenga­n.

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