La Nueva Domingo

Marcelo Salloum, el bahiense que plantó bandera en la base del Everest

Una notable aventura de resistenci­a física y mental. Pero también una experienci­a espiritual única en pleno Himalaya y con el escenario de una comunidad sorprenden­te.

- Walter Gullaci wdgullaci@yahoo.com.ar

“Uno tiene que adaptarse a muchas situacione­s que, de pronto, pueden parecer chocantes para alguien que ha nacido en una cultura occidental”.

“Las cremacione­s son ceremonias que tienen un costo importante, por lo que son rituales que sólo puede llevarlo a cabo gente de cierto poder adquisitiv­o”, dijo.

Aesta altura...

De una vida, a los 60 años.

De tamaña escenograf­ía en pleno Himalaya, a 5.400 metros sobre el nivel del mar. En el mismísimo campamento base del Monte Everest.

Y de otros desafíos que sólo él atesora en su mente inquieta.

Dicen, quienes lo conocen de pibe, de adolescent­e, que por entonces Marcelo Salloum ya asomaba para salir de cualquier molde. Y fue así, nomás. El tipo no para de sorprender.

“El mensaje es que todo es posible. Apenas hay que intentarlo”, sostiene este villamitre­nse, quien se desempeña hace más de 30 años en refinerías y petroquími­cas como inspector de plantas.

Su nuevo desafío tenía que ver con superar varios tramos de altitud, hasta llegar al campamento base del Everest, a unos 5.400 metros de altura, lo que le demandó un enorme esfuerzo físico y mental. Pero además un período de trabajo de seis meses de entrenamie­nto para arribar a una adecuada aclimataci­ón para emprender semejante aventura.

Claro que más allá de una travesía sumamente adversa, antes y después surgiría la oportunida­d de conocer una cultura muy diferente a la nuestra.

-¿Eso también te movilizaba?

-Claramente, porque la cultura de Nepal, que tiene epicentro en Katmandú, nada tiene que ver con nosotros. El confort no existe. Uno tiene que adaptarse a muchas situacione­s que, de pronto, pueden parecer chocantes para alguien que ha nacido, se ha educado y desarrolla­do en una cultura occidental.

-¿Por ejemplo las cremacione­s de sus muertos en un río?

-Sí, en el río Bagmati. Una experienci­a muy fuerte. Por la leña que deben utilizar y los permisos que hay que gestionar en lo que sería el municipio del lugar, son ceremonias de un costo importante, por lo que son rituales que pueden llevarlo a cabo sólo gente de cierto poder adquisitiv­o. De buen pasar. Una ceremonia ciertament­e chocante. Pude ver el momento en el que se saca al difunto del cajón, se le ofrenda comida, flores, y luego se lo acondicion­a y prende fuego en la pira. Para ellos la encarnadur­a es algo que retiene el espíritu y por lo tanto hay quemar al muerto. También es cierto que de pronto para esta gente resulte chocante lo que para nosotros es tradición, que es sepultar a nuestros muertos luego de un día de velarlo.

-Vi fotos tuyas donde apareces con el llamado “tercer ojo”.

-Es una creencia tanto del budismo como del hinduismo, donde se supone que quienes ostentan el tercer ojo tienen una apertura de conciencia muchísimo mayor que la de los seres comunes. Allí te ofrecían pintarte de rojo el tercer ojo, que desde el punto de vista occidental está asociada por su ubicación a la glándula pineal, cuyas funciones aún no han sido del todo exploradas.

-El entorno social de Nepal sugiere un sinfín de necesidade­s. ¿Es tan así?

-Es de los países más pobres de Asia. Mediante mucha lectura que realicé antes del viaje, suponía que me iba a encontrar con una escenograf­ía muy dura, con gente tirada en la calle y un nivel de pobreza extrema. Debo decir que no me encontré con imágenes tan duras. Se trata de gente se un nivel de estoicismo muy grande y de permanecer generalmen­te alegres, con una sonrisa y una aceptación del destino que se relaciona con sus creencias, con el budismo. Con muy poco son felices. Se ubican en las antípodas de nuestra cultura consumista. Una paz interna, un concepto de vida opuesto al nuestro. Y eso te pega.

“En la medida que te alejas de Katmandú y te insertas en las zonas más rurales, la base del Everest se encuentra a unos 90, 100 kilómetros hacia el noreste, aquella impresión es aún mucho mayor. Gente que vive con un desapego total a las cosas materiales, no tienen luz ni agua”.

-Me hablás de toda esa distancia que recorriste y se supone que hubo una

gran preparació­n previa para poder llevarla a cabo.

-Siempre fui de cuidarme mucho. De hecho, practico natación, hago mucha bicicleta, algo de montaña. Pero sí, realicé una preparació­n específica. ¡Soy un sexagenari­o! (risas). Uno tiene que estar preparado física y psíquicame­nte, además de conciente de que iba a estar en un lugar donde la montaña, y más a esas alturas, te va a estar queriendo echar. Es como que le estás pidiendo permiso a cada paso. Si no estás realmente preparado es probable que la montaña te eche y no cumplas tu objetivo.

-Ya metiéndono­s en el itinerario de esta gran aventura... ¿cómo fue?

-Desde Bahía a Katmandú tuve 24 horas de avión, luego tomamos otro vuelo al primer pueblo bien de montaña, Lukla, que está más o menos a 2.600 metros de altitud, y a partir de allí había que llegar a los 5.400 de la base del Everest. Ese desnivel hay que superarlo a través de uno 55, 60 kilómetros. Al cuarto o quinto día ya superamos los 4.000 metros. Y a partir de allí te empezás a topar con todos los males que provoca la altitud. Por más bien preparado que estés, con un buen fondo cardio, si tu organismo no se adapta a la falta de oxígeno podés llegar a pasarla muy mal. Con dolores de cabeza muy fuertes, que por fortuna yo los padecí un solo día. El ascenso fue una aventura de resistenci­a y adaptación. Es como una barrera que muchos no pudieron atravesar. Una chica, por ejemplo, tuvo que volver a Katmandú por un problema pulmonar.

La travesía, guiada por expertos nepaleses, llevó a Marcelo a incursiona­r por terrenos escarpados y aldeas remotas.

“Hasta los 6.000 metros de altura se puede sobrevivir. De hecho hay poblacione­s estables, a 5.500, 5.800, donde habitan los sherpas, una etnia nepalí. Son generacion­es anatómica y fisiológic­amente muy adaptadas al lugar. Para nosotros, que aparecemos un poco como espías durante una semana, diez días, es tremendo. Con nevadas y temperatur­as que andan por los 15 grados bajo cero, por lo que había que volver cuanto antes al refugio”.

Bajar desde tamañas alturas también invitó a asumir peligros que acechaban. Como por ejemplo una tremenda tormenta de nieve que lo mantuvo en vilo unas cuantas horas.

Había que bajar desde esa especie del techo del mundo...

-Y acá estamos, Marcelo, de vuelta a casa. ¿Qué proyectos se vienen de aquí en más?

-Están en mi mente, pero no quiero quemarlos. Tienen que ver con lo físico, pero también me surgen otros que pasan más por seguir creciendo como ser humano. Aprender otras cuestiones. Desafiarme en lo intelectua­l, inclusive. Uno deja de crecer cuando muere.

-Y si algo hacía falta para cerrar esta hermosa aventura en el Himalaya fue plantar la bandera argentina allí con tus propias manos.

-Sí, es cierto. Llevé una bandera. Y quedó ahí...

Los puntos suspensivo­s los puso Marcelo.

Tienen que ver con la emoción que lo embargó en el mismo momento en que recordó aquel instante mágico. Sublime.

Con sólo él y ese paño celeste y blanco como testigos inmutables.

En el techo del Mundo.

“Hasta los 6.000 metros de altura se puede sobrevivir. De hecho hay poblacione­s estables, a 5.500, 5.800”, aseguró Marcelo.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ARCHIVO LA NUEVA. ??
ARCHIVO LA NUEVA.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina