Ciberespacio, el nuevo y ancho campo de batalla
La cibernética es la ciencia que estudia los mecanismos de comunicación y de regulación automática de los seres vivos y los aplica a sistemas electrónicos e instrumentos que se parecen a ellos. Allí, en ese nuevo y ancho espacio, se libra la más moderna y compleja batalla por el predominio geopolítico y por la seguridad de las personas.
En el ciberespacio se deslindan dos planos: el criminal –la seguridad- y el geopolítico -el poder-.
Cada vez son más los crímenes cibernéticos. La ilegalidad va a la vanguardia de la prevención y de la seguridad. Hasta ahora, las fuerzas de la ley apenas si pueden dar tardías respuestas a los retos criminales. Un ejemplo lo brinda Sebastián Campanario en La Nación del 26 de julio pasado: la modalidad más desafiante que se viene en materia de asesinatos es hackeando el marcapasos de la víctima o el sistema de calefacción o de gas de una casa ‘inteligente’. Como se observa ya no es la mera intervención ilícita en la cuenta bancaria de una persona a través del sistema electrónico. La acechanza es inmensamente más tenebrosa e intimidante.
El narcotráfico tiene su cuello de botella en el último tramo de su recorrida, aunque a la luz de las fronteras perforadas de nues- tro país, esa postrera parte no ofrece mayores dificultades. La cibernética le está proporcionando una herramienta inopinada, los drones. Nada más peligroso e impune que un vehículo no tripulado portando la droga o entregándola a domicilio. Peor si llegamos a vehículos sin conductor, lo cual no está lejos de que acaezca.
Las redes delictivas tienen crecientemente como auxiliar tecnológico a la cibernéti- ca. La prevención es posible, pero requiere igual sofisticación y preparación que las que poseen los criminales. Y, sobre todo, tomar conciencia de la envergadura del desafío que nos plantea este nuevo mundo del ciberespacio.
Como señala Carlos Manzoni, también en el mencionado matutino, la extorsión a, por caso, una alta ejecutiva compelida a depositar 50 mil euros para evitar que se viralice su incursión en un sitio de citas sexuales o, menos sorprendente, introducir un virus en el sistema informático de la empresa competidora, son sólo dos ejemplos del ciberdelito. La lucha contra el crimen seguirá y será cada vez más tormentosa. En el mundo se producen 300 mil ataques cibernéticos por día. Hay, pues, que aprontarse porque el delito tiene el brazo larguísimo y no se anda con chiquitas.
El cibercrimen mueve más dinero que el narcotráfico. Tal la dimensión del problema que se afronta.
Desde el plano geopolítico mundial la cuestión es harto difícil. Si bien siguen existiendo desembarcos de tropas a la añeja usanza – casos Irak o Afganistán-, la pugna se libra especialmente en el ciberespacio. Recurrentemente nos anoticiamos de que el Pentágono, por caso, fue hackeado, así como se conoce que el organismo atómico de Irán sufrió un formidable ataque cibernéti- co que retrasó y complicó su programa, siendo, quizás, uno de los motivos que impelió a Teherán a celebrar el acuerdo con las cinco grandes potencias. Ni hablar de cómo salieron a la luz las más confidenciales y comprometedoras actividades del Departamento de Estado de los EE.UU. a través del hackeo de su sistema de comunicación electrónica. Fue el resonante Wikileaks que conmovió al planeta, incluyendo el asombroso espionaje de las conversaciones de los mismísimos jefes de Estado amigos,
Wikileaks publicó más de 1 millón de mensajes de correo electrónico del proveedor de software malicioso de vigilancia italiano de Hacking Team, que primero fue objeto de escrutinio internacional después de la publicación de WikiLeaks. Estos correos electrónicos internos muestran el funcionamiento de la industria clandestina de la vigilancia mundial.
Por supuesto que algunas veces el escrutinio cibernético posibilita descubrir execrables crímenes como los 217 abusos sexuales – sólo en 2009 – cometidos por los Cascos Azules en de la ONU en el Congo.
En este contexto es en el que se inscribe la gravedad de la autorización que dio el Congreso Nacional para la instalación de la base china en Neuquén, a la que se une el radiotelescopio que se construye en El Leoncito, San Juan, también con financiación china. China destinará esa base – como el radiotelescopio – para explorar el espacio lejano, pero obviamente podrá controlar las comunicaciones, interferirlas, hackearlas, espiarlas. Todo esto forma parte de su plan estratégico “Escudo Dorado”, una ‘gran muralla’ moderna en el espacio.
En el ciberespacio se da una de las más magnas batallas por el poder. Los criminales ya lo saben y por eso están utilizando los instrumentos que brinda la cibernética. Los militares también y por ello tienen cada vez más relevantes dependencias para afrontar la ciberguerra.
La geopolítica, pues, está como antaño, plena y actuante en un mundo que se mueve con renovada dinámica.
La Argentina debe estar atenta, presta y partícipe porque tiene mucho que custodiar y muchísimo para ganar en materia de defensa y de poderío, siempre pensando en el bienestar de su pueblo. El ciberespacio también es cosa nuestra. Allí debemos ser protagonistas.
“Las redes delictivas tienen crecientemente como auxiliar tecnológico a la cibernética. La prevención es posible, pero requiere igual sofisticación y preparación que las que poseen los criminales”.
Alberto Asseff Parlasur.
es diputado nacional y del