La Nueva

El primer paracaidis­ta

- Por Mario Minervino mminervino@lanueva.com

ace 93 años, en abril de 1924, el ingeniero alemán Otto Heinecke, inventor de un moderno paracaídas, realizó la primera exhibición en su tipo en la ciudad.

Utilizando el paracaídas de su invención -doblado y empaquetad­o para aviones, con apertura automática-, usado en la Primera Guerra Mundial, Heinecke llegó a Bahía Blanca en compañía de la senorita Elisa Schneider. Juntos llevaban practicado­s, en el marco de una gira mundial, más de 80 lanzamient­os.

La prueba generó “uno de los actos de mayor concurrenc­ia de todos cuantos de carácter deportivo han tenido lugar desde hace varios años”, según señaló este diario.

A la salida del sol de aquel domingo, una salva de 21 bombas en la plaza Rivadavia anunció el festival. Desde el meja.En diodía, partían los trenes completos desde la estación Pacífico -“hasta los estribos iban ocupados”-, con destino al hipódromo de Villa Bordeu.

Tras una inédita carrera previa de moto-sidecars, el público se preparó para la prueba central. Minutos después, un hidroavión despegó de Puerto Belgrano, transporta­ndo a la señorita Schneider. el terreno se habían quemado, como señal para el avión, montones de pa

El avión pasó sobre el hipódromo, a 800 metros de altura, y cuando los espectador­es suponían que se elevaría, notaron que del fuselaje salía una tela, “que se distendía como un pañuelo abierto por el viento”, de cuyos bordes pendía una persona.

“La sensación del público fue de azoramient­o -describió la crónica-, al ver arrojarse desde tanta altura a un ser humano”. Poco después se lanzó el ingeniero Heinecke, quien aportó un componente adicional, quemando algunos cohetes durante la caída.

Terminado el acto, una ovación acompañó el desfile de dos protagonis­tas. No mencionan las crónicas si la pareja Heinecke-Schneider contaba con el auspicio de cerveza alguna. No sería extraño.

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