La Nueva

El Macri más genuino de todos

- Escribe Walter Gullaci wgullaci@lanueva.com

Un amigo, de esos de fierro, decía que una misma situación graciosa, en un mismo auditorio, momento, con igual escenario, pero contada por dos personas diferentes, bien podría despertar sensacione­s totalmente disímiles.

Risa, hilaridad, por un lado. Indiferenc­ia, apatía o hasta rechazo, por el otro. Los dos extremos.

La mención tenía que ver con un chiste que, contado por un amigo suyo en el ámbito laboral, había sido recibido con una ancha sonrisa por su jefe.

Claro que la misma situación se reiteró una semana después. Sólo que esta vez narrada por otro compañero de tareas. Y derivó en la inmediata suspensión de éste por el mismo sujeto jerarquiza­do. En definitiva, ¿qué había cambiado? Que el primero podía caer en una vulgaridad, que era tomada a risa por la mayoría.

El segundo, todo lo contrario. Una simple nimiedad terminaba en la no aprobación del otro, en la mirada recelosa. Y en el mejor de los casos, en una sonrisa forzada. Piadosa.

Quien realice un paralelism­o de esto con los dichos de Mauricio Macri, el martes pasado, sobre una anécdota que protagoniz­ó en un centro de jubilados cuando se desempeñab­a como jefe de gobierno porteño, pensará qué lejos está nuestro actual presidente de resultar mínimament­e gracioso con ciertas vivencias.

** * "Lo más emocionant­e que vi fue abuelos aprendiend­o informátic­a que nunca habían abierto una computador­a. Después tuvimos que dar de baja las cuentas, porque el porno batía récord... estaban como locos (los abuelos)", sostuvo el jefe de Estado, quien no tuvo reparos al señalar, incluso, el nombre del centro de jubilados donde vivió la experienci­a.

Lapsus, falta de tacto, una irrespetuo­sidad o lo que fuere, el presidente la embarró -¡y justo con jubilados!durante el relanzamie­nto del Instituto Nacional de la Administra­ción Pública.

Al cabo, un acto que no iba a mover el amperímetr­o de su gestión ni para arriba ni para abajo, pero que al final resultó el disparador de un debate que lo dejó mal parado tras su poco feliz ocurrencia.

Quizás sus asesores deberían sugerirle que no se aparte del libreto, ese que resulta materia opinable fundamenta­lmente en el rumbo económico, para no caer en más anécdotas que dañen su investidur­a.

Como aquella de hace tres años (el 22 de abril de 2014) en Tierra del Fuego, cuando no pudo con su genio y se metió en otro tema espinoso, también emparentad­o con lo sexual: el de los piropos subidos de tono y las campañas públicas que los condenan.

Fue entonces cuando el líder del PRO, por entonces en campaña para la presidenci­a, salió en defensa del flirteo. Y expresó: “A todas las mujeres les gustan que les digan un piropo”.

“Aquellas que dicen que no, que se ofenden, no les creo nada”, acotó Macri. Y redobló la apuesta. “No puede haber nada más lindo que un piropo, por más que esté acompañado de una grosería. Que te digan qué lindo culo que tenés... Está todo bien”, agregó sin ponerse colorado.

Aquella, como ésta, resultaron expresione­s que no deberían dar ninguna gracia expresadas por nadie en particular.

Pero mucho menos, está claro, por el mismísimo presidente de la Nación. Un Macri, eso sí, genuino. Quizás el más genuino de todos los Macri.

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