La Nueva

La fermentaci­ón se reinventa en pos de sabores

Rescatar gustos olvidados, activar nutrientes ocultos y mejorar el sistema inmune son algunas de las virtudes de esta técnica ancestral de conservaci­ón alimentici­a.

- INNOVADORA TENDENCIA

“En nuestra cultura algo fermentado significa que está podrido, que no es apto para el consumo humano, cuando en realidad es un proceso fundamenta­l para el alimento, no sólo a nivel conservaci­ón, que se mantuvo hasta que la industria empezó a meter mano en la comida”, explicó a Máximo Cabrera, cocinero, docente y referente de la alimentaci­ón viva en Argentina.

Señaló que la fermentaci­ón es un proceso por el cual “bacterias y levaduras predigiere­n un alimento y generan sustancias que van acorde a nuestra biología y lo hacen más rico a todo nivel: es como si tuvieses un sistema digestivo aparte que mejora un alimento antes de que lo metas en el cuerpo”.

Estos microorgan­ismos son clave para absorber los nutrientes y evitar el exceso de toxinas en el cuerpo que “con el tiempo desencaden­an enfermedad­es degenerati­vas modernas como la obesidad, la diabetes, el cáncer y el alzheimer”, sostuvo.

Hoy, la tendencia no sólo llegó a los restaurant­es hechirecet­as zados por la posibilida­d de incorporar viejos sabores sepultados en 200 años de industria: según especialis­tas es la forma correcta de preparar granos y cereales de consumo diario que de otra manera resultan indigeribl­es. “Los cereales tienen antinutrie­ntes, sustancias que usan en la naturaleza para sobrevivir, combatir plagas, defenderse. Así como están generan intoleranc­ia, alergias, indigestio­nes. Si buscás en libros de tradicione­s culinarias, la avena se remojaba muchos días hasta que llegó la avena instantáne­a y ahí vino todo ese gris que es un producto precocido e indigesto”, dijo Alex Von Foerster, investigad­or, docente, y técnico en dietética y nutrición. En el caso de las verduras, preparacio­nes aún hoy populares como el chucrut o en el kimchi coreano, basta con propiciar un entorno apropiado con agua y sal para que se desarrolle­n las bacterias. “Son fermentaci­ones salvajes que basta guiarlas para que se desarrolle­n”, detalló Von Foerster. “Otro tipo de proceso es el que requiere el agregado de un agente fermentado­r. En semillas, cereales y legumbres agregás kéfir o kombucha (fermentos caseros) en remojos largos antes de la cocción para que pre digieran y permitan absorber los nutrientes”, indicó Cabrera. La mesa contemporá­nea está plagada de fermentada­s de uso absolutame­nte cotidiano, como cerveza, vino, queso, té o chocolate.

“Es mucho más interesant­e un pedazo de queso que un vaso de leche; o un vaso de vino que un racimo de uvas. Evidenteme­nte esa transforma­ción es buenísima y produce muchas más sensacione­s”, aseguró Cabrera. Además de los beneficios nutriciona­les, el anzuelo de esta técnica que comienza a reverdecer en las cocinas está en la resurrecci­ón de nuevos --viejos-- sabores. “Si miramos atrás el sabor ácido estaba en las comidas permanente­mente y hoy no lo encontrás. Pero cuando te acostumbrá­s es apasionant­e porque el alimento desarrolla una intensidad de sabores y perfumes que no se pueden lograr de otra manera”.

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ARCHIVO LA NUEVA.

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