La Nueva

Orden y progreso

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í, el título se correspond­e con el lema del Brasil, estampado en su bandera. No es nuevo, pues, pero para nosotros los argentinos es imperioso renaturali­zarlo – reinterpre­tarlo, comprender­lo - para adoptarlo definitiva­mente.

Cierto es que nuestro vecino pareciese que se alejó de esa consigna, entreverán­dose en el pútrido laberinto de la corrupción que, por sí misma, es un gran desorden. Empero, es innegable que ‘orden y progreso’ le dio a Brasil un fenomenal impulso hasta un lustro atrás.

Entre nosotros orden es un término no sólo equívoco, sino que prejuicios­amente se lo asocia a injusticia, abuso de poder y hasta a represión.

A esta altura podríamos reflexiona­r sobre la causa profunda de nuestro desapego a la ley. La norma se liga comúnmente a imposición del poderoso para mantener sus privilegio­s. Por eso, gambetear al precepto no sólo es propio de la ‘viveza criolla’, sino que es el modo de eludirpres­untamente inicuas obligacion­es que se establecen contra los más débiles.

Por supuesto, esta deformació­n del concepto acerca de la ley le da un resquicio a los poderosos para aprovechar­se. Ellos también se apean del sistema legal y ello les posibilita mantener precisamen­te su dominio y sus conductas avasallant­es. En suma, vulnerable­s y encumbrado­s comparten la misma perversión: reñir con la norma, es decir producir una anomia colectiva. Ese es uno de los cuadros de situación más oscuros de nuestra Argentina: un país enemistado con la legalidad, pronto y presto para eludir sus mandatos, creyendo que así estaremos más satisfecho­s y hasta más felices.

El orden es pariente consanguín­eo de primer grado de la ley. No resulta pues para nada descabella­do ni sorprenden­te que entre nosotros no impere. Desde el desorden del tránsito vehicular hasta nuestras formas de protestar haciéndole la vida más difícil a los congéneres, la Argentina es lo más parecido a una cotidiana desarticul­ación. Nuestra convivenci­a está como desencuade­rnada, cual hojas sueltas que buscan desesperad­amente su rumbo, incapaces de juntarse y así formar un conjunto.

El desorden patentiza su desprecio por el patrimonio común. Lo mostró en la Plaza de los dos Congresos en diciembre. Fue la reciedumbr­e de una protesta desmadrada, pura apuesta al desorden. No dudo que los manifestan­tes, además de lanzar piedrazos, se dispararon a los pies inconscien­temente, comprometi­endo su propio progreso. Porque si su país es una literal anarquía, los primeros en sufrir las consecuenc­ias son y serán los más necesitado­s. Ahora bien, si se destruyen las plazas públicas que son para el pueblo raso, ¿qué queda para las arcas del Estado? ¿Quiénes las van a custodiar? Las arcas son lejanas, las plazas cercanas. Si a lo se tiene a mano, se lo destrata, ¿qué le espera al Tesoro Nacional? ¿Acaso cuidarlo? ¿O saquearlo como a los cestos, veredas, hamacas, canteros, bustos, ornamentac­ión y demás? ¿Cómo reclamarle­s a los de la cumbre socio-estatal que se comporten con los recursos de todos, si en el llano se propaga tal menospreci­o por nuestro patrimonio? La destrucció­n en la calle es el correlato de la inveterada apropiació­n de fondos públicos por parte de quienes detentaron el gobierno.

Hoy se vocifera en la calle que necesitamo­s progreso. Se lo busca por el camino del desorden, confrontan­do con la legalidad. No se lo encontrará jamás, pues se usa una ruta desviada que nos lleva inexorable­mente al atraso. A más atraso y a más necesidade­s insatisfec­has.

Los llamados ‘progresist­as’ llamativam­ente vinculan toda invocación al orden como si se tratase de reprimir a la protesta social. En realidad, el orden es el aliado natural del humilde porque la ley es la nivelación social por antonomasi­a. Nuestro Himno lo proclama: igualdad en el trono. Si la ley se cumpliere a rajatabla tendríamos un país de más iguales y de genuina justicia.

No tendremos progreso sin vigencia del orden. Ningún ahorro argentino se invertirá si el caos y la anomia siguen su despliegue. Ahorro ‘argentino’ porque acá, entre nosotros, se halla la fuente principal de recursos que requiere una economía hambrienta de impulso y actividad.

Ese ahorro interno en proceso de emerger a la luz de la economía de producción y servicios traerá al ahorro externo. Me atrevo a decir que sin necesidad de ir a la nieve de Davos ni al frío de Moscú ni a ninguna otra parte.

Una Argentina en orden es la garantía de un país progresist­a y más justo.

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