La Nueva

Las penas del fútbol argentino

La cultura deportiva ha quedado en el olvido. Nadie ha logrado encontrar una respuesta a esta difícil problemáti­ca.

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lanueva.com/opinion @lanuevaweb SI BIEN es cierto que varios portales internacio­nales aseguran que el clásico entre Boca Juniors y River Plate es uno de los más trascenden­tes del mundo, habrá que analizar con seriedad cuántos lugares del planeta están tan interesado­s o conmovidos por la final que jugarán estos equipos por la final de la Copa Libertador­es.

CUALQUIER DESPABILAD­O televident­e de, digamos, Hungría, Atenas o Estocolmo, que vea algún partido de las ligas argentinas, segurament­e se sorprender­á de la escasa o nula cantidad de espectador­es que concurren a ver este deporte que, se sabe, es el más popular del país.

UN CLÁSICO como Newell’s-Rosario Central, disputado días atrás, se jugó a cancha vacía, vacía de cantos, de gritos, de festejos, de protestas. Solo indicacion­es sueltas, pedidos perdidos, silencios ajenos.

LA REALIDAD es que la Argentina no permite que las hinchadas visitantes asistan a los partidos. En otros casos no permite que tampoco lo hagan las locales. En otros se cierran las puertas a propios y ajenos. Eso es el espectácul­o del fútbol de cada semana.

LA RAZÓN de esta decisión, que lleva más de una década, es la violencia que se genera entre los aficionado­s de uno y otro equipo. Los enfrentami­entos entre las denominada­s “barras bravas”, a piedra y cuchillo, a tiros y palos. Con muertos, heridos, detenidos.

CON LA particular­idad de que, cuándo el público visitante dejó de asistir, se detectó que las guerras son entre los propios integrante­s de una misma hinchada, divididos por intereses, odios y espacios de poder.

EN ESTE contexto, una final entre Boca Juniors y River Plate impulsó al presidente de la Nación, Mauricio Macri, expresiden­te de Boca Juniors, a plantear la posibilida­d de que, por excepción, concurran las dos hinchadas, para así recuperar “el folklore, el color” de este juego.

LA SUGERENCIA, luego descartada por los clubes, suena a poco menos que locura. A riesgo innecesari­o, a politizar un partido donde un herido puede resultar fatal para el presidente.

LA CULTURA deportiva ha quedado en el olvido. El Estado, la AFA, nadie ha logrado encontrar una respuesta a la problemáti­ca. Nada parece indicar que aquellos cándidos cánticos de los 60 -“suben las papas suben los melones...”- volverán a reemplazar a los de los últimos años, con letras de muertes y balazos.

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