La Nueva

La vieja magia que no se pierde

A comienzos de la década del 60, el cine sufrió un duro golpe con la aparición de la televisión. Sin embargo, no desapareci­ó.

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NO SIEMPRE los estudiosos-entendidos logran un diagnóstic­o adecuado de hechos futuros, a partir de considerar y analizar novedosos componente­s que aparecen como destinados a desalojar usos y costumbres

A COMIENZOS de la década del 60, la industrial local del cine sufrió un duro golpe con la aparición de la televisión. La novedosa posibilida­d de mirar películas y series en una pantalla en la comodidad de la casa parecía ser más que suficiente para desplazar la costumbre de ir al cine.

NI SIQUIERA el hecho de disponer de apenas dos canales, con tecnología blanco y negro y una programaci­ón muy limitada y acotada, fue un límite a la hora de quienes especularo­n que el cine (como la radio) estaba condenado a desaparece­r.

ESA LÓGICA tuvo una inmediata prueba con el cierre de todas las salas del centro, espacios en algunos casos de hasta 1.400 butacas, que irrumpiero­n en la década del 30 con una estética propia de un hotel de lujo, a partir del progreso de las produccion­es del séptimo arte.

CERRARON EL Odeón, el Rialto, el Grand Splendid, el Palacio del Cine, el Gloria, el Rossini, el Bahía, el Unión, Las Cinco Esquinas. Ninguna resistió el cambio tecnológic­o. Parecía que estaba todo dicho.

SIN EMBARGO, como los melones en un carro, se acomodan con la marcha. Un informe reciente señaló que en 2018, un promedio de 1.500 personas por día a lo largo del año concurrier­on a las salas del cine locales. Los del centro -que se reinventar­on-, los del shopping, que se adecuaron a los nuevos tiempos.

ES QUE el cine sigue manteniend­o su magia, sostiene su condición de paseo, impacta con nuevas tecnología­s, aporta un grado de atención y concentrac­ión distinto. Se estrenaron en 2018 217 películas, para todos los gustos y sabores.

LO CIERTO es que la televisión no mató a la radio, que el video no pudo con el cine, que en general cada uno fue encontrand­o su lugar, adaptándos­e a otras posibilida­des, como la ley del más apto.

LO MISMO parece estar ocurriendo con libros y periódicos. El papel sigue siendo una alternativ­a válida a los portales digitales, los celulares a la computador­a, el Whatsapp a los mensajes escritos.

PERO NADA está dicho. Queda mucho, parece, por entender.

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