Muerte anunciada
No había una sola razón para pensar que los dos delincuentes que asesinaron a Luis García no terminarían escribiendo, tarde o temprano, una tragedia brutal sobre un inocente.
Casi desde que tuvieron conciencia, 11 y 13 años, ambos vivieron una vida de delito, de manera tal que el horror era cuestión de tiempo. Le tocó al señor García, pudo haber sido cualquier otro bahiense.
No había que ser adivino, sino sensato para anticipar un hecho de sangre. Sus increíbles antecedentes delictivos -como el de infinidad de delincuentes peligrosos menores de edad- obran en poder de las autoridades, aun cuando no puedan ser utilizados a la hora de una futura condena.
Sin embargo, con la información en la mano y no habiendo ninguna razón para apostar a otro final que la sangre de una víctima, el Estado no hizo absolutamente nada para evitarlo.
¿Cómo es posible que una política de seguridad preventiva no mantenga la atención sobre delincuentes probados, por más que sean menores? La justicia, la policía, el gobierno, alguien debería dedicarse a controlar ese tipo de criminales, sobre todo mientras se siga insistiendo con leyes que no permitan encerrarlos a tiempo.