La Nueva

“Armé una cancha igual a un tablero de ajedrez para ganarle a César Colantonio”

Alberto Commegna contó anécdotas de su época de jugador de bochas y árbitro de básquetbol. “Me la bancaba en la cancha y, por eso, cobré muchas veces”, admitió.

- Javier Oscar Schwab jschwab@lanueva.com

i pasás por el club Alem y preguntás por “Pancho” Commegna, segurament­e la respuesta sonará repetitiva: “Es un verdadero personaje…”.

“Pancho” es Alberto César, reconocido exárbitro de básquetbol y apasionado por las bochas, un hombre con trayectori­a y dedicación, admirado y respetado.

Hoy tiene 66 años –el 5 de agosto cumplirá uno más- y un largo recorrido de anécdotas graciosas.

A los 8 años ya incursiona­ba por los rectángulo­s de

Slas lisas y rayadas, y se jacta de haber tenido como “profe” a Juan Laurona.

“Esta cancha lleva su nombre. Me enseñó todos los secretos de las bochas, a tal punto que ganaba torneos contra chicos más grandes”, recuerda Alberto. La vida lo ligó a otra persona querida en el club, como el reconocido Florindo Stacco, cuyos restos descansan en un sector lindante a la cancha de bochas.

“Jugué toda la vida en Alem. Y cuando lo hice en parejas o tercetos fue junto a mi gran amigo. Una vez, Florindo tuvo un problema en el club y nos fuimos un año a Quilmes. Pero fue algo pasajero”, contó “Pancho”.

“Gané torneos de menores, pero también en mayores. En el ’81 ascendimos a Primera junto a Barrio Hospital. Jugábamos Laurona, Stacco, Carlos Comisso y yo. Y en el ’85 gané el campeonato de terceras de primera división con Agustín Moreno y Rubén

Lobono”, aseveró.

-En tu mejor momento, junto a Florindo, te diste el gusto de enfrentar a Colantonio.

-César y Elio Sabatini eran campeones argentipin­tería. nos. Venían a jugar a nuestra cancha en parejas y nosotros no podíamos perder. Entonces se me ocurrió una gran idea: a la cancha la dejé pelada, ya que por entonces era de tierra.

Las medidas por eran como ahora: 3,80 por 24 metros.

“La dividí en cuadrados de un metro, aunque uno me quedaba de 80 centímetro­s. Estuve toda una noche regándola y pasando el rodillo. Tenía que tener humedad para que la bocha camine”, puntualizó.

“Con una tiza –agregómarq­ué todos los cuadros para diferencia­rlos como en un tablero de ajedrez. Uno era color blanco y el otro amarillo. A uno le ponía talco y al otro un polvillo que junté de una carProvení­a de los pulidos que se le hacían al piso parquet. Quedó una obra de arte, jajaja”.

-Imagino la cara del “Gringo” cuando vio esa cancha.

-Siiii. La primera sorpresa fue cuando pasó por la puerta de la cancha de básquetbol. Con Florindo decidimos hacer un calentamie­nto previo, media hora antes. Estábamos corriendo cuando los vimos pasar y, al rato, asomarse para mirar. No podían creer que estuviésem­os corriendo para jugar a las bochas.

“Vestidos de blanco, en pleno verano. Seguro que habrán pensado: ‘Mirá estos locos…’”.

-¿Y cuando vio el piso de la cancha?

-¡La cara que tenía César...! Y Florindo, se agarraba la cabeza y decía: “Nos suspende la Asociación y la Federación”. Pero como el reglamento habla de pisos uniformes y no especifica la superficie, todo estaba permitido.

Cuando eempezaron a jugar, la bocha no paraba.

“El rayero la quería marcar y no se podía, se movía. Eso los puso un poco nerviosos (risas), a tal punto que le ganamos 18 a 17. En realidad ganamos porque empleamos la picardía; de

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FOTOS PABLO PRESTI-LANUEVA.
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ALBERTO, rodeado de cuadros y de los restos de su gran amigo Florindo Stacco.

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