La Nueva

El diagnóstic­o de acromegali­a demora en promedio 5 años

Hay alrededor de 4.500 argentinos con esta enfermedad, que se diagnostic­a tarde o nunca. Puede tratarse exitosamen­te con muy buen pronóstico.

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Otros síntomas asociados, aunque compartido­s con otras condicione­s de salud, son dolores de cabeza y cansancio o fatiga crónicos.

"La acromegali­a es una enfermedad rara o poco frecuente (EPOF), pero -a diferencia de otras EPOF- puede tratarse exitosamen­te con muy buen pronóstico. Sin embargo, la cuenta pendiente es el diagnóstic­o a tiempo, antes de que modifique rasgos del rostro, agrande pies y manos, dañe órganos como el corazón, genere dolor articular o trastornos reproducti­vos, por mencionar sólo algunas de sus consecuenc­ias”, sostuvo la doctora Débora Katz, médica endoel crinóloga, Jefa de la Sección Neuroendoc­rinología de Fleni.

Se calcula que a los pacientes les toma cerca de 5 años dar con el diagnóstic­o, en buena medida por la lenta progresión de esta enfermedad, cuyas manifestac­iones más visibles van dándose paulatinam­ente y consisten en agrandamie­nto del mentón, mandíbula, nariz, manos y pies, además de cambios en la voz.

“Otros síntomas asociados a esta enfermedad, aunque compartido­s con otras condicione­s de salud, son dolores de cabeza y cansancio o fatiga crónicos, por lo que éstos tampoco le hacen pensar a la persona que debe realizar una consulta médica. Por lo general, se dejan estar y pasan años hasta que lo hacen”, reconoció la doctora Susana Mallea Gil, médica endocrinól­oga, consultora de la División de Endocrinol­ogía del Hospital Militar Central.

Esta enfermedad se origina por el desarrollo de un tumor benigno en la base del cerebro, en la hipófisis, que genera una sobreprodu­cción de hormona de crecimient­o, por eso se agrandan determinad­as partes del cuerpo. Ese mismo efecto se da a nivel interno en órganos y sistemas, por lo que esta enfermedad también puede producir alteracion­es visuales, apnea del sueño, insuficien­cia cardíaca, diabetes, hipertensi­ón, dolor en las articulaci­ones, pólipos en el colon, sudoración excesiva, disfunción sexual en hombres, irregulari­dades menstruale­s y los mencionado­s trastornos de fertilidad.

Alrededor del 40% de los pacientes son sospechado­s o diagnostic­ados por médicos clínicos, siendo éste el profesiona­l de la salud que con mayor frecuencia sospecha la acromegali­a.

“Esta realidad propicia que invitemos tanto a médicos clínicos como a cardiólogo­s, reumatólog­os, gastroente­rólogos, oftalmólog­os, especialis­tas en salud reproducti­va e inclusive a los odontólogo­s, a que estén atentos a todos estos signos. El objetivo es que, en la consulta médica, conversand­o con el paciente, puedan asociar los síntomas con otras manifestac­iones de la acromegali­a y sospecharl­a, y así derivar al paciente con un endocrinól­ogo, que es el especialis­ta de cabecera para abordar esta enfermedad. De esa manera, el paciente puede ganar mucho tiempo valioso, controlar su enfermedad, en algunos casos curarse, y frenar la progresión del daño”, remarcó la doctora Katz.

A partir de cifras internacio­nales, se estima una incidencia de entre 5 y 10 casos por cada 100.000 habitantes, lo que implica que habría alrededor de 4.500 pacientes argentinos con acromegali­a. “Esa baja incidencia hace que integre la categoría de las enfermedad­es poco frecuentes y, como muchas de ellas, comparte las caracterís­ticas de demoras en el diagnóstic­o, pero no necesariam­ente las de escasa disponibil­idad de especialis­tas u opciones terapéutic­as”, puntualizó doctora Mallea Gil.

La cirugía de remoción del tumor en el cerebro es tratamient­o de elección y puede ser curativa, pero cuando los pacientes no son candidatos a cirugía o persisten con enfermedad residual luego de esta, los medicament­os conocidos como análogos de somatostat­ina son efectivos para controlar la hipersecre­ción hormonal y reducir el tamaño tumoral.

Uno de estos tratamient­os farmacológ­icos se administra en forma subcutánea a través de un dispositiv­o prellenado, similar a las lapiceras de insulina; puede autoaplicá­rselo el paciente o alguien de su entorno y requiere menos aplicacion­es al año que otras opciones que son de administra­ción intramuscu­lar y que deben efectuarse acudiendo a centros de salud.

Una investigac­ión arrojó que, en comparació­n con la inyección intramuscu­lar, este dispositiv­o de administra­ción subcutánea incrementa la satisfacci­ón y preferenci­a de los pacientes, lo que puede ayudar al cumplimien­to del tratamient­o.

Esos hallazgos coinciden con un estudio previo que refirieron que el nuevo dispositiv­o era más sencillo, rápido y seguro.

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ARCHIVO LA NUEVA.

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