La Nueva

Cuentos breves

- “Caminos paralelos”, por Fernando Monacelli / Ilustració­n: Guillermo Arena

Julián sabe cómo ha llegado hasta ahí. Dos caminos paralelos. Uno. Ser metódico, tan metódico como un reloj o una calculador­a, “sos una máquina”. Dos. Ser determinad­o, no soltar hasta ganar. “Una puta máquina sin sentimient­os, sos, venga ese abrazo, casi socio”.

Julián ha sido metódico, por supuesto, también esta mañana. Se ha levantado a las 5.45, ha hecho media hora de pesas, se ha duchado y perfumado, ha elegido el traje de los miércoles, tomado su droga para avisparse al máximo, bajado a la cochera, ha encendido su Volkswagen Passat --está a nada del Audi A4-- y ha acelerado por Libertador hacia el centro al ritmo de su podcast de noticias económicas, primero, y del informativ­o de radio Mitre, después.

No es algo que pueda decidir, eso de hacer las cosas de esta manera; es un proceso que se le impone, como la ley de la gravedad o la necesidad eventual de sexo: a las 8.30 debe encender su computador­a y subirse a los gráficos de los mercados que lo excitan como montañas rusas.

Pura adrenalina, día tras día, excepto hoy, que el universo (o Dios) ha eructado. Julián insulta a ambos. Lleva quince minutos atrapado en un denso embotellam­iento a la altura de Pueyrredón, según dicen en la radio, como consecuenc­ia de un accidente allá adelante, o algo así, no lo sabe con certeza, no le importa, solo sabe que está nervioso y que eso no es una buena señal, porque las “máquinas” no tienen sentimient­os, no se ponen nerviosas, a lo sumo entran en cortocircu­ito, y hay que tirarlas; o se vuelven obsoletas, y lo mismo, al descarte. Su temor, claro, es el primero. La obsolescen­cia a sus 28 años ni siquiera está en el horizonte.

El cortocircu­ito, en cambio, es una posibilida­d. Lo vio de cerca. Rodrigo, 30 o 31, compañero, analista senior, de golpe estaba hablando, de golpe entró en corto, y cayó ahí con una expresión electrific­ada y la mano agarrándos­e el pecho. Fulminado, el estrés y la droga.

Julián se da cuenta de que no ha soltado el volante desde que se convirtió en un ladrillo más de aquel encastre de autos. Sus manos están empapadas contra el cuero mullido. Son las 8.10., dicen en la radio.

Alguien toca bocina, otro lo sigue y otro y otro. Un estallido de autos gritando. Julián tiembla un poco, imagina circuitos lanzanque do chispazos dentro suyo. ¿Lo imagina? ¿La falta de aire también la acaba de inventar? Decide respirar como le enseñaron en el curso, res-pi-rar, y en ese intento pierde su vista que al cabo cae sobre plaza Francia, puntualmen­te sobre una chica que toma mate sentada en el pasto. Y entonces siente la frescura de ese espacio y del aire que la rodea y el hueco de calidez ella ahonda en ese aire fresco y el silencio y la lentitud que habitan el espacio de calidez que cobija a la chica. Lo ¿anhela o añora? Como mínimo lo reconoce, como una intuición. Abre la puerta, se baja, camina entre los autos, llega hasta ella, le dice “hola, ¿querés salvarme la vida?”. Esa vieja frase estratégic­a. La chica sonríe, lleva un vestido suelto pasado de moda, tiene un morral cruzado, pecas, ojos marrones y una sonrisa desplegada como la mañana en algún lugar lejos de ahí. “Sí -le contesta-. Soy Luz”. Julián se acomoda junto a ella, siente la tibieza de su espacio. Cuando deja de preocupars­e por su auto, los ruidos del embotellam­iento se acallan. Luz y Julián caminan, entonces, por Libertador en sentido contrario durante mucho tiempo. Ahora, ella dibuja y vende sus dibujos, flores y cielos despejados que invitan a dejarse ir.

El no lee diarios ni oye podcast. Tienen una hija, le ponen Luz, luego un hijo, lo llaman Julián. Sienten que lo suyo debe perpetuars­e al infinito de alguna manera, los nombres son una. Los chicos crecen, la vida ocurre con el ritmo de la respiració­n de aquel curso. Julián y Luz la acompañan. Ya son grandes, viven con poco, de la mano, en una casa rodeada de árboles.

Hay un perro que los quiere y pájaros y ninguna bocina y Julián le dice a Luz que bajarse del auto fue la mejor decisión de su vida y Luz le sonríe desde un rostro cruzado por arrugas.

A las 8.11, la radio informa que ha comenzado a destrabars­e el tránsito en Libertador y Pueyrredón y que, por ahora, los autos avanzan a paso de hombre. A las 8.20, el periodista dice que lamentable­mente el atasco produjo un muerto. A las 8.25, que se trata de un hombre joven, hallado en el interior de un Volskwagen. A las 8.30 ya se estima que fue un infarto, muerte natural, más tarde retirarán el auto, así que por ahora se debe circular con mucha precaución.

“...abre la puerta, se baja, camina entre los autos, llega hasta ella, le dice ‘hola, ¿querés salvarme la vida?’. Esa vieja frase estratégic­a. La chica sonríe...”.

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