La Nueva

El recuerdo de cinco argentinos que perdieron la vida el 11-S en Nueva York

En los ataques terrorista­s de 2001 con dos aviones comerciale­s a las Torres Gemelas murieron 2.996 personas. Entre ellos, el bombero bahiense Sergio Villanueva. Un triste suceso que cambió el mundo.

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Cinco argentinos –un enfermero, un bombero bahiense y tres empresario­s– murieron en los atentados del 11 de septiembre de 2001 (11-S) en Estados Unidos, que causaron alrededor de 3.000 muertos y marcaron un antes y un después para ese país y para el mundo entero.

El complejo tenía siete edificios, entre ellos, los dos más altos del mundo: la Torre Norte con 411 metros y la Sur con 409. Eran conocidas como las Torres Gemelas por su apariencia y entre los dos alojaban 376 empresas.

El vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la Torre Norte, con 92 personas a bordo, entre los pisos 93 y 99 a las 8.46, en el primer impacto.

La Torre Sur fue embestida entre los pisos 77 y 85 por el vuelo 175 de United Airlines, que transporta­ba 65 personas. El ataque, ocurrió a las 9.03.

Mario Santoro, un rosarino que trabajaba de paramédico en Nueva York, se encontraba de licencia el día del atentado, pero al ver desde el balcón de su casa una de las dos torres ardiendo, le comunicó a su mujer que debía acudir al lugar de la tragedia: “Voy para allá; me van a necesitar”.

Santoro formaba pareja con una estadounid­ense, Leonor, y tenía una hija, Sofía, tras vivir desde muy pequeño en esa ciudad.

Otro argentino que perdió la vida mientras intentaba asistir a las víctimas fue Sergio Villanueva, un bombero nacido en Bahía Blanca, quien falleció a los 33 años.

En 1992, Villanueva había ingresado al departamen­to de Policía de Nueva York y siete años después se convirtió en bombero. Estaba comprometi­do con Tanya Bejasa y era conocido en su círculo íntimo por el apodo de “Big Daddy” (Gran Daddy).

Había finalizado su turno a las 8 de la mañana, apenas unos 46 minutos antes de que un avión de American Airlines se estrellara contra la Torre Norte del World Trade Center, pero luego ingresó en el mismo edificio, poco después de que el segundo avión impactara la Torre Sur.

El exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, se refirió en su momento a Villanueva: “Hay un puñado de personas que nacieron para servir y dar el ejemplo. Sergio era uno de ellos”.

Además, la Universida­d de Hofstra, en Nueva York, hoy cuenta con la llamada “Beca Villanueva” en honor a su nombre, para ayudar a estudiante­s-atletas a completar sus estudios universita­rios.

Gabriela Waisman, una psicóloga de 33 años, se encontraba de visita para una reunión en las Torres Gemelas. Desgraciad­amente, fue la primera argentina identifica­da en la lista de personas fallecidas.

Nacida en el barrio porteño de Caballito, se había mudado a los 6 años con su familia a Nueva York y en la Gran Manzana había desarrolla­do su carrera profesiona­l en una empresa de software llamada Sybase.

Trabajaba en una oficina ubicada a nueve cuadras del complejo del World Trade Center, pero aquella mañana se encontraba en el piso 106 de una de las torres durante una feria comercial de su empresa.

Waisman se comunicó por teléfono su familia, que veía el atentado por televisión: “Estaba asustada, decía que había mucho humo y que le costaba respirar”, relató Armando, su padre.

“En el último llamado, decía que ya no podía respirar. Lloraba mucho. No la volvimos a escuchar”, afirmó Waisman.

Otro argentino que murió el 11-S fue Pedro Grehan, quien tenía su oficina en una de las torres del World Trade Center.

Nacido en 1965 en San Isidro, 32 años más tarde, en 1997, decidió irse a probar suerte a Nueva York, tras permanecer desemplead­o, casado y con tres hijos.

Después de unos años, Grehan se consolidó como analista financiero de la empresa Cantor Fitzgerald y trabajaba el día a día dentro de las torres.

Llegó poco después de las 6:30 de la mañana a su oficina de trabajo. Un par de horas después, el primer avión impactaría unos pisos por debajo de donde él se encontraba, dentro de la Torre Norte.

Su madre, Inés Oteiza, aseguró haber visto a su hijo asomado en una ventana en una foto de un diario estadounid­ense y confió en que Pedro fue uno de los cientos que se arrojaron al vacío antes del colapso de las dos torres. Pero su cuerpo nunca fue encontrado.

El quinto fallecido, identifica­do en 2009, se llamaba Guillermo Alejandro Chalcoff. Era un empresario de 41 años que poco antes del atentado había recibido la ciudadanía estadounid­ense, por lo que había sido registrado como una víctima local.

Chalcoff era el presidente de Accutek Informatio­n Systems, una empresa cuyas oficinas se encontraba­n en otro punto de la ciudad.

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ARCHIVO LA NUEVA.

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