La Nueva

Vivir en la calle, una triste historia que se multiplica en San Pablo

Alertan que la pandemia intensific­ó el aumento de las personas sin techo en esa ciudad de Brasil. Hay más familias y más mujeres con niños, en un cambio del perfil tradiciona­l.

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La pequeña Alana persigue a un cachorro mientras su madre, Mónica Silva França, sacude un colchón viejo dentro de su nuevo “hogar”, construido con una lona negra sobre coches de reciclaje. Sin dinero para pagar el alquiler, hicieron suya una plaza en el corazón de San Pablo.

Semanas atrás la dueña de la habitación donde vivían, en el centro de la capital económica de Latinoamér­ica, les duplicó el precio del hospedaje. Entre techo y comida, Mónica prefirió que sus tres niñas, de doce, nueve y dos años, se acostaran sin hambre.

“¿Vamos a vivir pagando sólo la casa? No nos llenamos la barriga, ¿verdad?”, cuestiona la mujer, de 33 años, en la Plaza República, adonde regresa todas las noches tras vender material reciclable con el que se gana la vida.

La de ellas es una historia que se multiplica en las calles de la metrópoli, una selva de concreto y rascacielo­s de 12 millones de habitantes, donde el aumento del desempleo por el impacto económico de la pandemia y el alto costo de las viviendas hizo que muchas familias se quedaran sin techo, según los expertos.

Otro perfil

“El aumento de la cantidad de personas que están llegando a las calles por primera vez ha sido muy fuerte”, explicó Kelseny Medeiros Pinho, coordinado­ra pedagógica de la Clínica de Derechos Humanos Luiz Gama, de la Universida­d de San Pablo, que atiende a esa población.

“Si pierdes el trabajo y no tienes otra alternativ­a, la calle termina siendo la solución”, agregó, al considerar insuficien­tes las ayudas otorgadas por el gobierno de Jair Bolsonaro durante la pandemia, que pasaron de 600 reales (114 dólares) a 150 este año (28 dólares).

El mandatario ultraderec­hista, muy cuestionad­o por su gestión de la pandemia, y la gobernació­n, vetaron proyectos para impedir los desalojos durante la emergencia sanitaria. En el estado de San Pablo, hasta el 6 de junio, 3.970 familias fueron sacadas de sus residencia­s, según la campaña Desalojo Cero.

Rostro visible del Movi- miento Nacional de Lucha en Defensa de la Población en Situación de Calle, Anderson Lopes Miranda dice que en los treinta años que vivió a la intemperie “nunca” vio una situación como la actual.

“El perfil cambió. Antes eran muchos viejos, porque la familia los botaba a las calles, y trabajador­es que perdían sus empleos. Hoy se ven familias”, afirma este hombre de 45 años.

El último censo oficial, en 2019, halló 24.344 habitantes de calle en San Pablo, un número que las organizaci­ones civiles consideran inferior a la realidad. El 85% eran hombres.

Mónica y sus tres hijas integran ahora ese grupo que asombra a Anderson.

Las cuatro comparten un colchón maltrecho que les prestó un “vecino” en Plaza República. El hombre, André, les cuida sus pocos enseres -ropa y algunos juguetesmi­entras van a la escuela, a trabajar o a asearse en baños públicos.

La “normalidad”

“Intento llevar una vida normal, bañarnos, llevar a las niñas a las clases”, afirma Mónica. “Pero uno se despierta y tiene una apariencia que no es muy buena, ¿no? Todo el mundo te mira... Mi miedo es enfermarme y no estar con ellas”.

Para “estar más tranquila”, las hijas la acompañan a buscar material reciclable, actividad que realiza desde niña junto a su papá y que le deja entre 20 y 30 reales diarios (3,7 a 5,5 dólares).

“Me imagino fuera de las calles, pero no tenemos que quedarnos llorando”, manifiesta.

Como muchas otras familias en su situación, Mónica prefiere dormir en la calle a ingresar a un refugio público, donde teme tener que convivir con adictos a las drogas o personas potencialm­ente violentas.

A unas cuadras de Plaza República, Marcio Machado, de la Iglesia Mundial del Poder de Dios, lidera la repartició­n de 800 desayunos en la Plaza da Sé. Es el doble de los que entregaban antes del Covid-19.

Las familias suelen marcharse rápido del lugar, tradiciona­l punto de concentrac­ión de habitantes de calle y un ambiente más hostil. Algunos quedan hambriento­s por la velocidad con que se terminan los alimentos.

“El número, cada día, es enorme. Son hombres, mujeres, niños, familias enteras viniendo para las calles. Es una situación terrible”, sostiene Machado.

Ante el incremento de personas pidiendo comida y sin casa, la alcaldía habilitó 2.393 nuevas camas en refugios y amplió la entrega diaria de almuerzos de 7.500 a 10.000. (AFP).

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